En mi caso se trató de
una relectura, pero en su momento, hará como media docena de años, no me llamó en
exceso la atención (supongo que lo leí a saltos). Llegó a mis manos después del
fiasco que me supuso La montaña mágica
pero llevado por el entusiasmo inmoderado de Los Buddenbrook. Es interesante atreverse a valorar a los clásicos
¿no?
Parece como si construyéramos
ídolos inviolables. Yo admiro a Baroja, a mi manera de ver nuestro último
grande. Incluyo también a Sender en esa que yo llamo mi pequeña biblioteca, mi
casita. Y me atrevo a criticar la gran mayoría de sus libros, tanto de Sender
como de Baroja. Ambos han escrito tanto que es necesario separar el grano de la
paja. Lo mismo hago con Thomas Mann, y repito, a mi manera. Brindemos por la
libertad del lector y rechacemos tanto academicismo.
Supongamos que Gustav
Aschenbach es y no es Thomas Mann. (Como sucede con las obras maestras, la
línea que separa autor y protagonista es difusa y premeditada. Brindemos
también por la libertad del escritor). Penetramos en la novela y nos cuesta
encontrar un hilo conductor porque no hay otra cosa que Gustav Aschenbach.
Tampoco nos hace falta hilo conductor en el caso de que conectemos con
Aschenbach. En caso contrario, retirada a tiempo; ¿para qué seguir las
extravagancias de un pensador libre que habla consigo mismo?
Desde un primer momento
la novela destila decadencia, escepticismo, una lucha enconada contra la
depresión, o así lo he querido yo ver. Aschenbach divaga, habla sobre el arte,
la moral, el destino…:
Para
que una obra espiritual relevante pueda tener sin demora una incidencia amplia
y profunda, ha de existir una secreta afinidad, cierta armonía incluso, entre
el destino personal del autor y el destino universal de su generación. Los
hombres no saben por qué consagran una obra de arte. Pese a no ser, ni mucho
menos, conocedores, creen descubrir en ella cientos de cualidades para justificar
tanta aceptación; pero la verdadera razón de sus favores es un imponderable: es
simpatía.
Al observar todos
estos destinos, y tantos otros de similar catadura, era lícito cuestionar la
existencia de un heroísmo que no fuera el de la debilidad.
Luego aparece Venecia,
…la más inverosímil de las
ciudades.
escenario perfecto para
nuestro ¿excéntrico? Aschenbach:
Las
observaciones y vivencias del solitario taciturno son a la vez más borrosas y
penetrantes que las del hombre sociable, y sus pensamientos, más graves,
extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza.
…como
un dios, que emergía de las profundidades del mar y del cielo, luchando por
desprenderse del líquido elemento, esa visión suscitó en su observador
evocaciones míticas.
Y
un afecto paternal, la emocionada simpatía que quien posee la belleza inspira
al que, sacrificándose en espíritu, la crea, fue invadiendo y agitando su
corazón.
Y ya nos queda claro
que Thomas Mann está sobreimpresionado por la lectura del diálogo platónico Fedro, en el cual Sócrates instruye a Fedro
sobre la virtud, el deseo, la belleza.
Le hablaba de los ardientes temores
que padece el hombre sensible cuando sus ojos contemplan un símbolo de la
Belleza eterna; le hablaba de los apetitos del no iniciado, del hombre malo que
no puede pensar en la Belleza cuando ve su reflejo y es, por tanto, incapaz de
venerarla.
Y el taimado cortejador añadió
luego su idea más refinada: que el amante es más divino que el amado, porque el
dios habita en él y no en el otro… acaso el pensamiento más tierno y burlón
jamás concebido por alguien, y del cual brotan toda la picardía y la más
misteriosa e íntima voluptuosidad del deseo.
Y luego de la Belleza,
está el artista que pretende darle expresión.
…porque el arte era una guerra, una
lucha agotadora para la cual los hombres de hoy ya no servían. Una vida basada
en el autodominio y en la obstinación, una vida ardua, hecha de perseverancia y
abstenciones, transformada por él en símbolo de un heroísmo refinado y
tempestivo, bien podía ser calificada de viril y valerosa;
Y definitivamente Mann
se rinde a Platón, y parafrasea el Fedro:
Porque has de saber que nosotros,
los poetas, no podemos recorrer el camino hacia la Belleza sin que Eros se nos
una y se erija en nuestro guía; sí, por más que a nuestro modo seamos héroes y
guerreros virtuosos, en el fondo somos como las mujeres, pues lo que nos
enaltece es la pasión, y nuestro deseo será siempre forzosamente, amor: tal es
nuestra satisfacción y nuestro oprobio. ¿Comprendes ahora por qué nosotros, los
poetas, no podemos ser sabios ni dignos? ¿Comprendes por qué tenemos que
extraviarnos necesariamente, y ser siempre disolutos, aventureros del
sentimiento?
¿Comprendes ahora,
lector, por qué no me atrevo a recomendar La muerte en Venecia?
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