Dicen que esta es la obra que mejor trata sobre el amor en el amplio entorno de la civilización musulmana. Obvio que civilización europea y musulmana van de la mano en la edad media, y que autores como el Arcipreste de Hita han bebido de estas fuentes. ¿Cuál sería la influencia de la poesía árabe sobre la poesía trovadoresca?
Lo curioso en este caso, y sigo el valioso prólogo de Ortega y Gasset (necesariamente irónico), es que haya sido traducida a otras lenguas antes que al español, y que tenga tan poca consideración en nuestro país, que no se estudie en las escuelas, por ejemplo.
Permítanme el recurso a la autoridad de Ortega, para reforzar la poca mía:
Sin que yo pretenda estorbar que los demás hagan lo que les plazca, no estoy dispuesto, por mi parte, a correr la aventura de llamar en serio «español» a cualquiera que nace en territorio peninsular, aunque sea de sangre «indígena» y aunque haya vivido aquí toda su vida.
Yo entiendo que en el siglo XI no se podía considerar español a cualquiera que naciese, y cuya vida transcurriese, en la península. ¡España no existía! Había un estado andalusí, que por el tiempo en que Ibn Hazm escribía, se rompía en multitud de taifas, y había varios estados cristianos que vivían a su sombra. Cierto también que la sociedad árabe poco o nada tenía que ver con la cristiana, más o menos igual de poco que la visigoda con la hispano-romana en el siglo V. Sigue Ortega:
Pero esto no quita, como he dicho, que nuestra relación con los árabes de Al-Andalus, o «españoles», no implique para nosotros ciertos deberes respecto a su memoria; deberes que últimamente se fundan en la ventaja que nos proporciona cumplirlos, ya que con ello nutrimos nuestra propia sustancia, enriqueciendo y precisando nuestra españolía. Porque nuestra sociedad ha convivido durante siglos con esa sociedad andaluza, piel contra piel, en roce continuo de beso y lanzada, de toma y daca, de influjo y recepción.
Este libro se ocupa del amor, y el amor es cosa de hombres, por muchas diferencias culturales que pretendamos endosarle. El amor no es fácil de definir, pero qué hay más apreciable que la duda.
Te amo con un amor inalterable,
mientras tantos amores humanos no son más que espejismos.
Te consagro un amor puro y sin mácula:
en mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño.
Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú,
la arrancaría y desgarraría con mis propias manos.
No quiero de ti otra cosa que amor;
fuera de él no te pido nada.
Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad
serán para mí como motas de polvo, y los habitantes del país, insectos.
A continuación de este poema, os regalo la inapreciable cita que le sigue de Ortega.
El lector irresponsable, que es el más sólito, patina con los ojos por estas líneas, y cree que se ha enterado, porque no contienen abstrusos signos matemáticos. Pero el buen lector es el que tiene casi constantemente la impresión de que no se ha enterado bien. En efecto, no entendemos suficientemente estos versos porque no sabemos qué quiere decir el autor con la palabra «amor».
Ibn Hazm trata sobre el amor y todos sus accidentes de manera amplia y prodigiosa, desde las formas de enamorarse a las señales que nos da el ser amado, desde el cortejo a la culminación, sobre la separación o la ausencia, sobre la mirada, el secreto, el adulterio. Todo lo explica con una prosa precisa, y luego lo acompaña de versos, los más suyos.
Pero, aparte el amor, el maestro fue protagonista de una época histórica especialmente interesante en la España medieval, la desintegración del Califato de Córdoba. Seguir la vida de Ibn Hazm es una buena manera de hacernos una idea del período, el mejor complemento para cualquier manual de historia. Son abundantes las referencias autobiográficas; su padre fue visir de Almanzor.
El maestro fue poeta en la juventud, por encima de todo intelectual, rara avis que solamente nace en civilizaciones ricas, filósofo, teólogo, Quijote de su tiempo que pone en peligro su propia vida en defensa de sus convicciones.
Todavía no me ha quedado claro el significado del sugerente título. Parece ser que existía la costumbre entre los poetas neoplatónicos de vincular a la paloma con el alma afirmando que la paloma es el alma caída y, según el Corán, el collar es la suerte que Dios anuda a cada persona.


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