La
novela más moderna que traigo al blog, ¡una foto del autor en color! Si es o no
un clásico, el tiempo y la suerte lo dirán, aunque me da a mí que ya ha
alcanzado dicho status. Hay polémica, una relación con los reconocimientos de
William Gaddis, abundantes comparaciones, con DeLillo, Updike, incluso con Los
Buddenbrook de Thomas Mann. Y no niego que esta extensa novela tiene un fin,
una obsesión de fondo, probablemente la explicación de uno mismo, uno mismo que
está en el interior de los tres protagonistas, los hijos de Enid y Alfred
Lambert. Las correcciones no significan otra cosa que la explicación del
presente a partir del pasado, de los hijos a través de los padres. No hay
efecto sin causa. A mí, personalmente, me ha parecido un viaje interesante.
La
voz de Franzen es propia, clara, meticulosa, ciertamente original, desde sus
primeras líneas:
Locura
de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando. Se palpaba: algo
terrible iba a ocurrir. El sol bajo, en el cielo: luminaria menor, estrella
enfriándose. Ráfagas de desorden, sucesivas. Árboles inquietos, temperaturas en
descenso, toda la religión nórdica de las cosas llegando a su fin. No hay aquí
niños en los jardines. Largas las sombras en el césped espeso, virando al amarillo.
Los robles rojos y los robles palustres y los robles blancos de los pantanos
llovían bellotas sobre casas libres de hipoteca.
Estamos
ante una familia de clase alta americana, cuando menos media alta. Alfred, el
cabeza de familia, cumple los 75 y está siendo devorado por el parkinson. Su
mujer, Enid, atrapada en las convenciones sociales, no es feliz, probablemente
porque sus hijos no han cumplido sus difíciles (para ella normales)
expectativas. Los hijos tampoco son felices, Denise, Chip y Gary, que dirigen
la trama a partir de la deriva de sus propias vidas. Los fracasos de cada uno
de ellos tienen su origen en un matrimonio forzado y extravagante. Pero, ¿hay
familias felices? Tras el velo que oculta la hipocresía está la vida interior de
cada familia, con sus más y sus menos, y Franzen no tiembla a la hora de escarbar
en el interior más recóndito de cada persona, en los deseos sexuales más
promiscuos, en las aspiraciones más inconfesables.
Chip,
el intelectual, es expulsado de la universidad por relacionarse con una alumna.
Emprende una aventura de dudosa legalidad en Lituania y sirve de apertura y
cierre de la novela.
Gary,
el hijo perfecto que parece mirar a los demás por encima del hombro esconde un
sinfín de debilidades, aplastado bajo el yugo que le imponen su esposa y sus
hijos.
Denise,
la pequeña, hermosa y talentosa, deambula de aquí para allá sin encontrar
acomodo.
Sin
embargo, pese a que dominan los menos sobre los más, pese a que se desprende de
toda la novela un halo de fracaso y desazón, no he podido obviar en ningún
momento que se trata de una familia de clase media americana que vive bien, sin
carencias económicas importantes, sin conflictos de gravedad. Esto me parece
que debe de ser subrayado. Los problemas familiares que Franzen nos presenta no
son problemas de enjundia pese a que ocupen los pensamientos de los
protagonistas. Para que me entendáis, por mucho que el estilo de Franzen tienda
a la exageración y al caos, no estamos, ni de lejos, ante los devaneos existenciales
de un Roskolnikov.
En
definitiva todo transcurre con normalidad, sólo que la vida exige retoques,
ciertas correcciones, las que Chip debe hacer en su guion cinematográfico, las
que debe hacer la sociedad capitalista para perpetuarse, y las que tratan de
hacer los hijos para corregir los errores de sus padres, ¡o viceversa!
Pero
su vida entera estaba estructurada como corrección o enmienda de la de su
padre, y Caroline y él hacía mucho tiempo que habían llegado a la conclusión de
que Alfred estaba clínicamente deprimido, y, dado que la depresión clínica
tiene bases genéticas, y es, en lo sustancial, hereditaria, Gary no tenía más
remedio que seguir plantando cara a la ANHEDONIA, seguir apretando los dientes,
seguir haciendo todo lo posible por divertirse.
Lo leí en 2002. Casi no recuerdo nada, salvo la fascinación que me produjo. Después leí otras dos novelas del autor que también me gustaron, pero esa primera me sorprendió mucho.
ResponderEliminarUn beso.
Dieciséis años es tiempo suficiente para olvidar una novela.
EliminarCierto que me ha costado mucho leerla. La he alternado con otras lecturas más breves. Empieza muy potente, con el personaje de Chip, y luego se diluye. Supongo que escribir una novela de gran extensión supone un reto para el escritor.
Besos.
Rubén