viernes, 10 de agosto de 2018

La marcha Radetzky (1932), de Joseph Roth





Sin encontrar esa magia que desprenden monstruos de la novela como Stendhal o Dostoievski, aún pugno por encontrar en Roth cuál es la magia que entrelaza sus letras, porque de algún tipo de magia dispone el maestro para encandilar a sus lectores, ese algo indefinido que no es otra cosa que talento para llegar al orden desde el caos más absoluto, para conseguir enganchar al lector a un hilo tan fino como la cuerda de un funambulista.

No es más que una impresión, pero me parece a mí (tras una simple lectura, perdonen mi atrevimiento) que Roth no sigue un estricto guión. Como los juglares del cantar de gesta utiliza muletas para avanzar, ideas que se repiten una y otra vez como leitmotiv, la primera de ellas y título de la obra es sin embargo la menos fundamental, la fabulosa Marcha Radetzky de Johan Strauss. El leitmotiv fundamental es el episodio heroico de la batalla de Solferino, en la que un soldado de baja graduación salva al emperador de una muerte segura y a consecuencia de dicho acto eleva la categoría social de la familia Trotta. Pero también, y esto es lo curioso, hay personajes que entran y salen de la novela (por orden de mención) como instrumentos en una orquesta sinfónica, ya sea un curioso y cornudo subteniente, el borracho Moser y por último el propio emperador Francisco José.

Luego está la decadencia y caída del Imperio Austrohúngaro, en paralelismo con la propia degeneración de la línea familiar de los Trotta.



Un anciano, cuya muerte, cercana, le puede llegar por cualquier resfriado, mantiene en pie el trono por el simple hecho, milagroso diría yo, de que todavía es capaz de sentarse en él… Ya no se cree en Dios. La nueva religión es el nacionalismo. Los pueblos ya no van a la iglesia. Van a las asociaciones nacionalistas. La monarquía, nuestra monarquía, se basa en la religiosidad, en la creencia de que los Habsburgo fueron escogidos por la gracia de Dios para reinar sobre tales y tales pueblos…



Dichas degeneraciones se hacen más patentes en la segunda parte de la novela (que culmina con una gran fiesta satírica de fin de Imperio), en la cual aparece también otro leitmotiv común a toda la obra de Roth, el vicio de la bebida al que recurren los personajes como alivio y olvido de los pesares de este mundo.



Se sorprendió más todavía y sintió deseos de tomar unas copas; esa sed del bebedor que es sed del alma y del cuerpo, como si, de repente, se viera menos que un miope y se oyera menos que un sordo. Entonces es preciso tomar inmediatamente, allí donde uno esté, unas copas.



Vio los falsos colores en la cara demacrada y sin afeitar del teniente, el maquillaje característico del bebedor. Se extendía sobre la auténtica palidez del rostro como los reflejos de una lámpara roja sobre una mesa blanca.



Desde hacía semanas el teniente se había acostumbrado al «noventa grados». El aguardiente no se subía a la cabeza, sino que únicamente se «bajaba a los pies», como decían los entendidos. Al principio producía un calorcillo agradable en el pecho. La sangre corría más rápido por las venas, el apetito sustituía al mareo y a las ganas de vomitar. Después se tomaba otro «noventa grados». Y, por más fría y turbia que fuera la mañana, uno avanzaba valeroso y contento por ella como si fuera una mañana soleada y dichosa.



En conclusión, una animada saga familiar ambientada en la decadencia del Imperio, con sus luces y sus sombras, sin complejidades técnicas de enjundia (aparentemente) y un lenguaje engañosamente simple, claro y conciso, lleno de frases cortas, una obra maestra que da mucho de sí y que ha sido todo un placer leer.


La marcha Radetzky, de Johann Strauss

3 comentarios:

  1. No he leído ningún libro de Joseph Roth. De los tres Roth (Henrry, Philip y Joseph) es el que me queda y puede que me anime con esta novela.
    El siglo XX, que algunos historiadores dicen que empieza en 1914 con la Gran Guerra, ha sufrido sobre todo (aunque no solo) de una triste enfermedad llamada nacionalismo. Todas las guerras que han ocurrido han tenido su causa en esa terrible palabra.
    Me interesa mucho el tema y apunto la novela.
    Un beso.

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    1. Prueba primero con La leyenda del Santo Bebedor o alguno que no sea muy largo porque este que reseño es su libro más amplio, aunque quizás sea este el más popular.
      A mí, personalmente, esta novela me ha gustado más a medida que penetraba en ella, mejorando incluso en su segunda mitad.
      Besos

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