Libro
compuesto por dos relatos y así publicado en 1963. Sorprendentemente un gran
éxito de ventas en los Estados Unidos (según la Wikipedia, a mí no me miren), y
digo sorprendentemente porque no es de los fáciles de leer, en especial el
segundo relato.
Desconozco
si el contenido de los relatos es autobiográfico, aunque todo hace indicar que sí.
El protagonista de ambos viene a ser el propio narrador, Buddy Glass, uno de
los varones entre los siete hermanos de la familia Glass (los famosos “niños
sabios” que trabajaban en la radio), aunque debería haber dicho que el
protagonista es su hermano Seymour, que quizás se trate de un mero juego
técnico en manos del escritor para hablar de sí mismo tomando distancia.
Tampoco me hagáis mucho caso que yo solo leo y después comento las impresiones
resultantes, pero sí que me atrevo a recomendar esta lectura para aquellos que
hayan disfrutado previamente de El guardián entre el centeno.
Levantad,
carpinteros la viga del tejado es un relato satírico, divertido, chispeante. En
el trascurso de la Segunda Guerra Mundial Buddy obtiene un permiso para asistir
a la boda de su hermano Seymour, que luego resulta que no se presenta a la
boda. Nuestro protagonista se ve enredado en una ridícula situación, apretado
en el interior de un coche junto a un grupo de invitados frustrados y
desorientados, familiares de la novia, que marchan sin rumbo definido. La
mayoría del relato se desarrolla en el trayecto del coche y en una corta estancia
en el apartamento propiedad de los hermanos Glass, pero evidentemente el relato
va más allá.
A
mi modo de ver una pequeña joya que está a la altura de El guardián entre el
centeno, cuya brillante técnica es reconocible en cualquier fragmento que pueda
resaltar.
Justo
en el momento en que salía de la cocina con la jarra y los vasos en la bandeja
y la guerrera puesta, se me encendió una bombilla imaginaria en la cabeza, como
ocurre en los tebeos para mostrar que un personaje tiene de pronto una idea muy
brillante.
Seymour:
una introducción es un relato mucho más complejo, sin un hilo argumental
definido y lineal que nos enganche. En mi caso seguí adelante gracias a las perlas
que fui encontrando entre la maleza.
Seymour
se nos muestra como el hermano mayor, un muchacho inteligente, cariñoso,
especial. Se ha suicidado y Buddy contempla la posibilidad de publicar los
poemas que le han sobrevivido. Los pensamientos de Buddy son irónicos, caóticos
y complejos, pero ante todo está el escritor, Salinguer, y su ideario personal,
un relato al que volver, un relato sobre todo para la crítica porque de él se
pueden desentrañar los motivos que hacen de Salinguer escritor, y que luego le
llevan a recluirse en la soledad más estrepitosa.
Destaco
un fragmento del segundo que une ambos relatos de manera sorprendente y genial,
y que sirve para corroborar mi propio ideario, que la crítica solamente nos debe
servir para llevarnos a lo único que de verdad importa, el texto:
Pero
lo que puedo y debo explicar es que he escrito y publicado dos cuentos que se
refieren directamente a Seymour. El más reciente de los dos, aparecido en 1955,
es un relato sumamente amplio del día de su boda, en 1942. Los detalles están
presentados de la manera más completa posible, al punto casi de que lo único
que falta es regalarle al lector el molde en crema helada de la huella del pie
de todos y cada uno de los invitados a la boda, para que se lo lleve a casa de
recuerdo, pero el propio Seymour ―el tema principal― en
realidad no hace su aparición física en ningún momento. Por el contrario, en el
primer cuento, mucho más corto, que escribí a finales de los años cuarenta, no
sólo aparecía en carne y hueso sino que caminaba, hablaba, se zambullía en el
océano y se disparaba una bala en la cabeza en el último párrafo. Sin embargo,
varios de mis parientes cercanos, bastante numerosos, que regularmente andan a
la caza de errores técnicos en las obras que he publicado, me han señalado con
amabilidad (demasiada, aunque por lo general me caen encima como gramáticos)
que el joven, el «Seymour » que caminaba y hablaba en aquel primer cuento y se
disparaba un tiro, no era para nada Seymour sino, cosa rara, alguien que se me
parecía asombrosamente. Lo cual es cierto, creo, o lo bastante cierto como para
hacerme sentir una punzada de reproche como artesano.
Genial como siempre tus comentarios, Rubén. Seguramente me anime a leerlo.
ResponderEliminarSe agradece la lectura y el comentario. A mí personalmente son lecturas que me llegan, libros con los cuales me topo e irremediablente tengo que leerlos. En este caso la lectura ha sido muy satisfactoria.
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