lunes, 6 de agosto de 2018

Ecce Homo (1888), de Friedrich Nietzsche




«Ecce Homo» son las famosas palabras de Pilatos: «Aquí tenéis al hombre», y además está el subtítulo: «Cómo se llega a ser lo que se es», pistas que no nos ayudan a interpretar al enrevesado y polémico maestro pero que nos dan una clave de seguimiento, en el sentido de que se trata de una autobiografía intelectual de toda su obra. Y así es, Nietzsche, consciente de que sus contemporáneos (ni las generaciones venideras) no iban a ser capaces de interpretar su legado, dejó aquí una breve presentación de cada una de sus obras, por orden cronológico de creación, explicando las causas que las motivaron, las circunstancias que acompañaron a la redacción de las mismas o las relaciones que presentan con su producción anterior o posterior.
Dicho todo esto, se entiende que para leer esta obra es imprescindible haber leído a Nietzsche con anterioridad, (yo por el momento tan solo he leído Así habló Zaratustra), y es que Nietzsche da por sentado que conocemos su obra y por tanto nos regala una guía explicativa. O bien, por otro lado, quién sabe, puede servir como introducción a su pensamiento.
Por ahora me queda la impresión de que Nietzsche propugna un egoísmo libre de toda hipocresía, como una religión, pero no se trata del egoísmo interesado y manipulador, no se trata de un egoísmo mediocre sino de amor a uno mismo, a la propia vida, al destino, a nuestros instintos y pasiones e incluso a nuestros propios errores como forma de conocimiento, es este egoísmo la cualidad fundamental del superhombre.
Nietzsche habla del “egoísmo de las estrellas”, título de un poema incluido en La Gaya ciencia y correspondiente a las Canciones del Príncipe Vogelfrei:

«Si yo no girase continuamente sobre mí misma
como un tonel al que hacen rodar,
¿cómo podría sin quemarme,
correr tras el sol abrasador»

Nada más que decir, solo dejar unos fragmentos:

¿Quizá mismamente yo me sienta envidioso de Stendhal? Me ha quitado el mejor chiste de ateo, el que particularmente yo habría podido hacer: «La única disculpa de Dios es que no existe»

―la moral misma entendida como síntoma de decadencia es una innovación, una originalidad de primer rango en la historia del conocimiento.

―Yo concibo al filósofo como una terrible materia explosiva, ante la cual todo se encuentra en peligro, a millas de distancia separo mi concepto de filósofo de un concepto que aún comprende todavía a Kant, por no hablar de los rumiantes académicos y otros catedráticos de filosofía.

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