Primero de todo quitémosle
al prejuicio el sentido peyorativo, pues permite al hombre tomar decisiones
rápidas con firmeza. Después, prevengámonos contra él, y no nos dejemos llevar
por el camino fácil.
La mayoría de las veces
que enfrento una nueva lectura, especialmente cuando se trata de un nuevo
escritor, trato de hacer una limpieza general de todo aquello que puede perjudicar
mi libertad de juicio. Tampoco os vayáis a pensar que monto una parafernalia;
soy consciente de que eliminar el prejuicio en su totalidad no es posible, pero
en el solo hecho de intentarlo me veo bien.
Iba en busca de Bartleby, el escribiente, del cual había
oído hablar muy bien, sin más, además que últimamente me dejo atraer por la
novela corta (¿o cuento largo?). Pero la suerte me fue esquiva y me hube de
conformar con otro de los trabajos de Herman Melville, Benito Cereno, uno de esos ejemplares de tapas gastadas y papel
amarillento que descansan, olvidados, en los depósitos de las Bibliotecas.
A menudo los grandes
novelistas cogen fama por sus novelas más largas, y bien merecida tratándose de
Moby-Dick, pero, muestran estas
pequeñas novelas una, si cabe, mayor perfección técnica. Quizás sea el formato,
el tamaño, lo que hace que los personajes y la estructura resulten mucho más manejables,
y qué duda cabe que los temas universales se pueden tratar con la misma profundidad,
quizás incluso es mayor la carga simbólica, los interrogantes que apuntan al
lector.
Benito
Cereno me enganchó desde el inicio. Quizás me recordó a
Conrad, aunque décadas antes y sin que existiera la contaminante silueta del
barco de vapor. Desde luego que la prosa no tiene nada que envidiar a la de
Conrad, pero las semejanzas las fui encontrando, a medida que avanzaba, en el
gusto por los perfiles humanos honrados y honestos, en ese afán tan raro por la
justicia, en ese ideal novelesco que entronca con Cervantes.
La historia es realmente
fascinante, un ballenero estadounidense se encuentra con un barco sudamericano
que navega a la deriva y cuyos tripulantes están al borde de la extenuación. Se
trata de un barco que transporta esclavos negros desde Buenos Aires a Lima. El
capitán norteamericano, Amasa Delano, se presta a ayudar al capitán del otro
barco, Benito Cereno, al cual las tormentas y las enfermedades han diezmado la
tripulación, pero hay un misterio en el barco y en su capitán, Benito Cereno.
No, no voy a hacer spoiler. Me limito a dejar unos
fragmentos a modo de ejemplos de la prosa de Melville.
La descripción del
barco español no tiene desperdicio.
La
quilla parecía desarmada, las cuadernas rejuntadas, y la propia nave botada
desde el “Valle de los Huesos Secos” de Ezequiel [...] El barco parecía irreal
[...] como un fantasmagórico retablo viviente apenas emergido de las
profundidades, que muy pronto lo reclamarán de nuevo.
La descripción del mar
y el viento:
La mañana era propia del litoral aquél. Todo estaba
mudo y en calma; todo era gris. El mar, aunque lo ondularan dilatados pliegues
de olas, producía la impresión de fijeza, y su alisada superficie parecía como
plomo enfriado y sedimentado en el molde del fundidor.
El viento, que había arreciado un poco durante la
noche, ahora soplaba con mayor ligereza e inseguridad, lo cual acrecentaba
todavía más la aparente incertidumbre de su orientación.
La descripción de los
españoles:
Hasta
la palabra “español” parece evocar, por su sonido, la figura de un conspirador,
un conspirador a lo Guy-Fawkes. Y, sin embargo, en conjunto, los españoles
deben de ser gente tan honrada como la de Duxbury, en Massachussetts.
Después de leer este
pequeño relato me fui a la Wikipedia. Me encontré con la sorpresa de que está
envuelto en la polémica.
A decir de Borges:
“Benito Cereno –escribió Borges– sigue
suscitando polémicas. Hay quien la juzga una obra maestra de Melville y una de
las obras maestras de la literatura. Hay quien la considera un error o una
serie de errores. Hay quien ha sugerido que Melville se propuso la escritura de
un texto deliberadamente inexplicable que fuera un símbolo cabal de este mundo,
también inexplicable.”
La verdad sea dicha que
la novela tiene una estructura muy clásica, y que cuenta un argumento dinámico
y digamos que normal, pero los críticos no lo han querido ver así. Sin
profundizar diré que se me hace excesiva la relación que se quiere hacer con
Carlos V Emperador o con la decadencia del Imperio español, así como la enorme
trascendencia que se le da al tema del abolicionismo de la esclavitud en EE.UU
(a tener en cuenta que se publicó en 1855).
Yo aplico, como
siempre, la navaja de Ockham, y trato de quedarme con lo más sencillo, que no
es otra cosa que la pretensión de Melville de explicar la fragilidad y la
ambigüedad de las apariencias.
De todas formas, si la
amplia polémica puede servir para que unos y otros se acerquen a su lectura,
bienvenida sea.
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