jueves, 30 de enero de 2020

Los habitantes del bosque, (1887), Thomas Hardy



Yo, que no soy tiquismiquis a la hora de afrontar los clásicos desde cualesquiera edición, tengo que reconocer ahora la labor de Impedimenta. Y no lo hago desde ese punto de vista tan usado como es la traducción, ni tampoco por la estética, ni por las notas al pie, ni tan siquiera por la calidad del papel o las portadas. Lo que en este caso me ha llamado la atención es un detalle tan sencillo como la sinopsis que figura en la contraportada, la cual transcribo:


«Grace Melbury, la preciosa y delicada hija de un próspero maderero que haría cualquier cosa por ella, regresa al pequeño pueblo de su infancia después de haber recibido una refinada educación lejos de allí. Su reencuentro con quien siempre estuvo destinado a ser su marido, Giles Winterborne, les revela a los dos que, pese a todo lo que él pueda amarla, no está a la altura de sus nuevas expectativas sociales y, en cambio, sí lo está el nuevo médico de la región, el aristocrático Edred Fitzpiers, que aparece rodeado de libros y de un raro halo de misterio. La relación que se establece entre los tres se verá salpicada de malentendidos y traiciones, pero también de una devoción y una lealtad que conducirán a un desenlace extraordinario».


Se trata de una sinopsis trabajada y acertada, más que correcta dada su dificultad, una sinopsis que no enaltece al autor y a su presente obra sino que tan solo resume y da una idea aproximada de la temática. Cierto que hay que conocer un poco a Hardy para saber que a lo largo del texto se nos van planteando dilemas morales, y otra serie de interrogantes a los que solo un lector cómplice dará pábulo.
Ahora bien, aquellos lectores que solamente buscan entretenimiento, difícilmente lo hallarán en el escaso trajín de una serie de personajes que apenas salen unas millas de los estrechos márgenes del pueblo y el bosque circundantes.
El tiempo es lento. Hardy no tiene prisa a la hora de presentarnos a los personajes. De hecho es necesario un ritmo lento si lo que se pretende reflejar es la vida tranquila de un pueblo pequeño. Bueno, necesario nada hay en literatura, pero cierto que Hardy se detiene en la marcha de las estaciones, en el clima, en los pequeños matices que pintan el bosque.

Mientras que los habitantes corrientes de la zona se contentaban con echar algún que otro vistazo a ese maravilloso mundo de savia y hojas que todos conocían como el bosque de Hintock, Giles y Marty, en cambio, eran capaces de derramar sobre él miradas llenas de claridad. Ellos habían descubierto sus misterios más exquisitos, que pasaron a formar parte de su saber cotidiano; habían sido capaces de leer sus jeroglíficos como si se tratara de la escritura habitual; para ellos, las visiones y los sonidos de la noche, el invierno, el viento, la tormenta entre aquellas densas ramas, que para Grace tenían un toque misterioso e incluso sobrenatural, eran simples hechos cuyo origen, continuidad y leyes conocían anticipadamente a la perfección. Habían plantado juntos, y juntos habían talado; juntos habían recopilado mentalmente, con el paso de los años, aquellos signos y símbolos remotos que, contemplados en pequeños grupos, eran de una oscuridad rúnica, pero que, en conjunto, constituían un auténtico alfabeto. Por el ligero azote de las ramas en sus rostros cuando pasaban junto a ellas en la oscuridad, cualquiera de los dos era capaz de nombrar la especie de árbol a que pertenecían; cualquiera de los dos podía, de manera similar, por la cualidad del murmullo del viento a través de una rama, saber de qué variedad se trataba a distancia. Sabían, al mirar un tronco, si su corazón se hallaba en buen estado o si estaba, por el contrario, cubierto ya de una podredumbre incipiente, y, por el estado de sus ramas superiores, eran capaces de percibir el estrato que habían alcanzado sus raíces.

Al mismo tiempo que realismo, y profundidad en los personajes, Hardy nos ofrece conflicto social, ese extraño enfrentamiento entre personas que no son iguales debido a factores tan dispares como el nacimiento o la cantidad de dinero y bienes que se poseen. Esto, que tan sencillo parece, pervive en nuestra sociedad, muy democrática pero preñada de desigualdades, pero el talento de Hardy reside en la manera a través de la cual nos lo cuenta. Hardy crea mundos paralelos, estancos, que de alguna manera se comunican pero sin llegar a mezclarse en demasía. Raro será el lector que no se posicione al lado de los humildes, al lado de Hardy, raro será que no disfrutemos de su ironía. Otra cosa será que estemos de acuerdo con el desenlace.
La crítica abunda acerca de la fatalidad de Hardy, de la fuerza del destino, de la desigualdad natural, del feminismo incipiente, incluso del darwinismo spenceriano.

No es fácil desentrañar las claves de esta novela, y de ahí también el mérito del postfacio de Roberto Frías, mucho mejor que un prefacio que puede dar pistas o que despista al lector.
A un lector atento no le será difícil tener paciencia porque a cada rato Hardy suelta perlas que reflejan sabiduría, eso que, a mi modo de ver, no es otra cosa que el conocimiento de la conducta humana.

Así sucede a menudo: esperamos encontrar desfallecidos y abatidos a los amigos caídos en desgracia, a los que hemos perdido la pista, y lo que descubrimos es, en cambio que les va bastante bien.

De hecho, no era muy buen vendedor de sus árboles ni de su sidra, pues su hábito de decir lo que pensaba, si acaso llegaba a decir palabra alguna, solía operar en contra de su propio negocio.

El personaje de Melbury, el padre de Grace, la protagonista alrededor de la cual se mueven todos los demás, me ha llamado la atención. Sirve como ejemplo para esquematizar la manera en que Hardy construye la novela, porque hay que apuntar que la arquitectura de esta novela, bastante larga, está perfectamente entablada.
Melbury es un hombre rico pero humilde y trabajador. Es maderero, el más rico del pueblo, burgués, que convive con sus vecinos pero sin ser uno más sino el que más. Quiso el destino dotarlo de una sola hija y lógicamente pretende darle lo mejor. Su entereza moral le lleva a contraer una deuda con un vecino humilde, y por ello le concede su hija a Giles Winterbone. Luego llegan los giros dramáticos a través de los cuales Winterbone cae en desgracia al tiempo que Melbury cambia de opinión. Estos giros son muy visibles, como los pilares de un edificio en construcción. Cada uno de los giros le son presentados al lector con claridad meridiana, y así sucede con las decisiones que van tomando cada uno de los personajes, decisiones que se gestan a partir de acciones, diálogos, sucesos inesperados.
Seguramente hay quien piensa que tanta transparencia significa una especie de menoscabo en cuanto a la calidad del escritor. Sin embargo para mí es algo así como lograr lo sublime a través de lo sencillo.
No es fácil de explicar, pero cualquier fragmento de la novela que al principio nos puede parecer carente de importancia, es usado por Hardy en un momento u otro, como mago que tiene a mano su chistera. Un buen ejemplo es el fragmento inicial, que trata de un personaje secundario, Marty, que se ve obligada a vender su castaña cabellera. Curiosamente será Marty la que cierre la novela.
No, no es fácil hablar de esta novela. Tan compleja, tan trabajada, tan sencilla a su vez… No es la primera vez que me dan ganas de borrar la reseña. Debería bastar con decir que Hardy ocupa lugar en mi cada vez más diminuta estantería.

4 comentarios:

  1. Desde luego, en breve leeré a Hardy, y no sé si es por la sinopsis que tanto te ha gustado (yo no puedo juzgarla sin leer el libro), pero casi me dan ganas de empezar por "Los habitantes del bosque" antes que por "Lejos del mundanal ruido".
    Lo que cuentas me recuerda un poco a Austen. Personajes encerrados en un entorno rural del que apenas salen y los conflictos entre ellos. Igual es una impresión equivocada, por supuesto. Lo descubriré pronto.
    Un beso.

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    1. Lo de la sinopsis es porque vengo elaborando sinopsis por otros motivos y acostumbro a leer sinopsis laudatarias del libro en cuestión que resumen. En este caso se trata de una sinopsis sencilla que me ha llamado la atención por su contención. Un motivo como otro cualquiera para iniciar una pequeña reseña.
      Yo no puedo sino decirte mi pensar, y creo que Tess D'Ubervilles es, por el momento, la obra más contundente que he leído de Hardy. Lo que ocurre que creo que es una novela llevada al cine y que tiene múltiples reediciones en diferentes formatos y que los lectores ya conocen el tema. De todas maneras, es una novela, insisto, muy contundente y briosa. Los habitantes del bosque tiene un ritmo más lento, es más melodiosa, tiene una cadencia que le va bien a un pueblo pequeño. Otro estilo que el de Austen, a mi modo de ver "fácil" de leer, que se deja leer sin necesidad de focalizar la atención.
      Besos

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  2. Muchas gracias por esta reseña. Estoy disfrutando mucho de la lectura de esta novela durante la triste pandemia.
    Ya había leído Tess y el libro de relatos del brazo marchito pero esta es sin duda de largo la mejor hasta ahora. Atacaré pronto Jude el oscuro
    Saludos

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    1. Desde luego que te envuelve en una atmósfera auténtica. Es lo que nos ofrece la lectura, ¿verdad?. A ver si consigo yo también leer Jude y lo comentamos.
      Saludos

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