Menos
mal que la categoría de clásico no la otorga sino el tiempo. Apañados
estaríamos si estuviera la novela sujeta al razonamiento, pues a cualquier cosa
llama el hombre razón cuando sirve a su interés.
¿Y
por qué?, os preguntaréis, me interrogo yo por semejantes desvaríos, ¿qué
interés tendré en ello? Humano soy, ergo intereses tengo. Trato de abrirme un
hueco en esto de las letras y no se me ocurre otra manera de hacerlo que a
partir de aquello que acostumbro hacer, actividad poco discreta y nada original
como es la lectura de clásicos. Pedante me dirán unos, snob otros; que así sea.
Apenas salgo de los clásicos y de nada vale que os diga que no lo hago por
afectación sino por gusto cuando la opinión circula en dirección contraria. Que
conste que esta línea la sigo solamente con la literatura, porque delante de la
pantalla del televisor me trago lo que pongan, como todo hijo de vecino.
En
esta tesitura hubo quien me dijo que me estaba perdiendo maravillas modernas,
pero es tan corto el camino y tantos los paisajes en los que entretenerse… Fijaos
que una vez en twitter se me ocurrió decir que me iba a atrever con una
novedad, una novelita del afamado Philip Roth, El engaño.
―¿Novedad?
―Me increparon. Para mí lo era.
El
caso que no me ofreció nada nuevo, y no descarto volver a leer sus novelas
mayores porque acostumbro a fiarme del criterio de determinados lectores. Pero
viene a colación el caso. Soy mortal y consciente, y no siento la necesidad de
gastar zapatos en la búsqueda de paisajes asombrosos. Así que, cuando me calzo
botas y me cuelgo la mochila lo hago por necesidad, buscando apoyo a mi
trabajo, como viene a ser el caso de la lectura que me ha llevado a comunicaros
mis insípidos devaneos, La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. No
era mi primera lectura de este escritor que ¡aún vive! (he leído La lentitud).
No me entusiasma porque no toca mis obsesiones más elementales, pero tampoco me
desagrada, se deja leer bien y supongo que lo retomaré. No os engañaré porque
sí que he reflexionado acerca de si le pertenece un lugar en mi estantería. El
tiempo lo dirá. ¿Acaso creéis que solamente los buenos libros perduran? ¿Acaso
creéis que los buenos libros nunca mueren? Yo abro interrogantes que no soy
capaz de contestar. En el solo hecho de la reflexión está el triunfo, pienso.
Seguramente
muchos de vosotros habéis leído a Kundera. Ni quiero pensar cuántos de vosotros
os habéis rendido antes de llegar al final. Cuando menos se trata de una
propuesta diferente al común denominador. El propio autor no comparte la
opinión de aquellos que clasifican su novela como filosófica. Desde luego que
abunda en referencias:
Recordó
el conocido mito de “El banquete” de Platón: los humanos eran antes
hermafroditas y Dios los dividió en dos mitades que desde entonces vagan por el
mundo y se buscan. El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de
nosotros mismos.
Valentín,
gran maestro de la Gnosis en el siglo segundo, decía para resolver este
enrevesado problema que Jesús “comía, bebía, pero no defecaba”
La
mierda es un problema teológico más complejo que el mal.
A
mí desde luego que lo que más me ha llamado la atención es el despliegue
macho-sexual de uno de los protagonistas, Tomás, y el contexto de la invasión
soviética de Checoslovaquia.
Los
rusos le trajeron en sus tanques la tranquilidad interior.
No
es que le falte sensualidad, pero le falta fuerza para mandar. Hay cosas que
sólo pueden hacerse con violencia. El amor físico es impensable sin violencia.
Por
si todas estas excusas no bastan, Daniel-Day Lewis y Juliette Binoche añaden
morbo e intriga para ver la película.
Hola! Increíble libro, super recomendable, intenso y revelador , gracias por tu reseña.
ResponderEliminarAquí me quedo, te sigo!
Me gustaría que te pases por mi blog literario para ver qué te parece y si te gusta, sígueme :).
saludos nos leemos!!