Me
dejo sorprender cada vez que leo a Shakespeare. Curioso, diréis, pues podría
decirse que Shakespeare es cualquier cosa menos sorprendente debido a su
trascendencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Ya
sabréis que mis análisis son superficiales y que apenas entro a analizar una
técnica que desconozco, pero me veo en la obligación de repetirlo cada vez que
hablo del gran maestro por lo afinado de su lenguaje, por las innumerables
ramificaciones de cada uno de los temas que toca, por su profundidad, por su
humor mordaz en la tragedia más grave.
El
argumento es más o menos inverosímil pero hace su función de hilo conductor que
empuja a seguir leyendo (asistiendo a la escena en un teatro). Como sucede en las
andanzas de Don Quijote, grandilocuentes sucesos y casualidades encadenadas dan
lugar a las consecuencias más asombrosas, y es que los grandes escritores
trabajan con la pretensión de abarcar al mayor número posible de lectores y por
lo tanto siguen las modas, los gustos de su tiempo.
Lápiz
en mano, tomo notas constantemente para dejar constancia de todos y cada uno de
los magistrales juegos con los que me encuentro, de la sutil ironía que enhebra
la hipócrita conducta de cada uno de los personajes.
REGAN. Pensaremos con
más calma en ello.
GONERILL. Hemos de
hacer algo y golpear el hierro mientras está caliente.
Fabulosa me parece la manera de reírse de la influencia
de los astros en la conducta de los personajes.
EDMUND.
¡Asombrosa excusa, la
del aficionado a las putas, que culpa a un astro de sus tendencias de sátiro!
¡Mi padre cohabitó con mi madre bajo la cola del Dragón y yo nací bajo la Osa
Mayor, de lo cual resulta que he de ser brutal y lujurioso. ¡Bah! Habría sido
como soy, aunque la estrella más virginal del firmamento hubiera hecho guiños
mientras me concebían bastardo.
O
el doble sentido, el hábil uso del sarcasmo.
KENT. Me dedico a no
ser menos de lo que aparento, a servir fielmente a quien confíe en mí, a amar
al que es honrado, a tratar con el que es sabio y habla poco, a temer el Juicio
de Dios, a luchar cuando no tengo elección y a no comer pescado.
Las
palabras del Bufón esconden la sabiduría:
BUFÓN. La verdad es un
perro que ha de ir a su perrera; han de sacarlo a latigazos, mientras la Señora
Perra puede quedarse junto al fuego y apestar.
BUFÓN. Está loco quien
confía en la docilidad de un lobo, en la salud de un caballo, el amor de un
muchacho o la promesa de una puta.
El Rey pasa de la ignorancia a la sabiduría a través del
dolor:
LEAR. ¡Oh, no razonéis
con la necesidad! Hasta nuestros más miserables mendigos tienen, en sus pobres
bienes, algo superfluo. No deis a la naturaleza más de lo que la naturaleza
necesita y la vida del hombre se volverá tan inútil como la de un animal.
EDGAR. Cuando vemos a
nuestros superiores soportar nuestras mismas miserias, apenas pensamos que
nuestros dolores sean enemigos nuestros. El que sufre solo sufre más en su
espíritu, al dejar tras de sí libertad e imágenes felices; pero la mente olvida
los grandes sufrimientos cuando el dolor tiene amigos y la pena compañía.
Y
es que en realidad Shakespeare mete en una bolsa todas las inquietudes de su
tiempo, el orden, la autoridad real y la renovación de la sociedad capitalista,
la virtud o el maquiavelismo político, el comercio y la tierra, el ansia de
guerra y las virtudes de la paz, la religión o la filosofía. Agita
enérgicamente todas estas inquietudes y el resultado es “El Rey Lear”. El
desenlace de la obra deja claro que Shakespeare, al igual que Cervantes, busca
el afecto del público pero sin llegar a la adulación.
Buena reflexión sobre el Rey Lear, que es una de mis obras favoritas de Shakespeare. Interesantes los fragmentos que escogiste.
ResponderEliminarEl sarcasmo en el autor siempre fue jocoso y certero. En cuanto a lo que dice Edmund: "Habría sido como soy aunque la estrella..." es tan divertido como cierto. Me recuerda (hablando de adulación) esa anécdota de Sócrates, cuando sus discípulos le trajeron a un predecesor de César Lambroso de la época, que le dijo que sus facciones indicaban que él era un hombre perezoso, lujurioso, cobarde, ignorante… todo lo peor. Los discípulos se escandalizaron defendiendo a su maestro, y Sócrates les dijo (más o menos): “En realidad él tiene razón, no hay para tanto. Porque yo sería todas esas cosas que él me achaca, si me dejase llevar por la inercia de mis instintos”
Aunque muchas veces había leído a Shakespeare podría decir que hasta ahora no lo había leído con la pausa suficiente. Seguiré intercalando algunas de sus obras y podré entonces hablar de favoritismos.
EliminarY gracias por esa anécdota de Sócrates.