martes, 14 de febrero de 2017

El rey Lear, de Shakespeare (1605)




Me dejo sorprender cada vez que leo a Shakespeare. Curioso, diréis, pues podría decirse que Shakespeare es cualquier cosa menos sorprendente debido a su trascendencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Ya sabréis que mis análisis son superficiales y que apenas entro a analizar una técnica que desconozco, pero me veo en la obligación de repetirlo cada vez que hablo del gran maestro por lo afinado de su lenguaje, por las innumerables ramificaciones de cada uno de los temas que toca, por su profundidad, por su humor mordaz en la tragedia más grave.
El argumento es más o menos inverosímil pero hace su función de hilo conductor que empuja a seguir leyendo (asistiendo a la escena en un teatro). Como sucede en las andanzas de Don Quijote, grandilocuentes sucesos y casualidades encadenadas dan lugar a las consecuencias más asombrosas, y es que los grandes escritores trabajan con la pretensión de abarcar al mayor número posible de lectores y por lo tanto siguen las modas, los gustos de su tiempo.
Lápiz en mano, tomo notas constantemente para dejar constancia de todos y cada uno de los magistrales juegos con los que me encuentro, de la sutil ironía que enhebra la hipócrita conducta de cada uno de los personajes.

REGAN. Pensaremos con más calma en ello.
GONERILL. Hemos de hacer algo y golpear el hierro mientras está caliente.

            Fabulosa me parece la manera de reírse de la influencia de los astros en la conducta de los personajes.

EDMUND.
¡Asombrosa excusa, la del aficionado a las putas, que culpa a un astro de sus tendencias de sátiro! ¡Mi padre cohabitó con mi madre bajo la cola del Dragón y yo nací bajo la Osa Mayor, de lo cual resulta que he de ser brutal y lujurioso. ¡Bah! Habría sido como soy, aunque la estrella más virginal del firmamento hubiera hecho guiños mientras me concebían bastardo.

O el doble sentido, el hábil uso del sarcasmo.

KENT. Me dedico a no ser menos de lo que aparento, a servir fielmente a quien confíe en mí, a amar al que es honrado, a tratar con el que es sabio y habla poco, a temer el Juicio de Dios, a luchar cuando no tengo elección y a no comer pescado.

Las palabras del Bufón esconden la sabiduría:

BUFÓN. La verdad es un perro que ha de ir a su perrera; han de sacarlo a latigazos, mientras la Señora Perra puede quedarse junto al fuego y apestar.

BUFÓN. Está loco quien confía en la docilidad de un lobo, en la salud de un caballo, el amor de un muchacho o la promesa de una puta.

            El Rey pasa de la ignorancia a la sabiduría a través del dolor:

LEAR. ¡Oh, no razonéis con la necesidad! Hasta nuestros más miserables mendigos tienen, en sus pobres bienes, algo superfluo. No deis a la naturaleza más de lo que la naturaleza necesita y la vida del hombre se volverá tan inútil como la de un animal.

También hay filosofía, la herencia de Séneca a través de Montaigne:

EDGAR. Cuando vemos a nuestros superiores soportar nuestras mismas miserias, apenas pensamos que nuestros dolores sean enemigos nuestros. El que sufre solo sufre más en su espíritu, al dejar tras de sí libertad e imágenes felices; pero la mente olvida los grandes sufrimientos cuando el dolor tiene amigos y la pena compañía.

Y es que en realidad Shakespeare mete en una bolsa todas las inquietudes de su tiempo, el orden, la autoridad real y la renovación de la sociedad capitalista, la virtud o el maquiavelismo político, el comercio y la tierra, el ansia de guerra y las virtudes de la paz, la religión o la filosofía. Agita enérgicamente todas estas inquietudes y el resultado es “El Rey Lear”. El desenlace de la obra deja claro que Shakespeare, al igual que Cervantes, busca el afecto del público pero sin llegar a la adulación.

2 comentarios:

  1. Buena reflexión sobre el Rey Lear, que es una de mis obras favoritas de Shakespeare. Interesantes los fragmentos que escogiste.

    El sarcasmo en el autor siempre fue jocoso y certero. En cuanto a lo que dice Edmund: "Habría sido como soy aunque la estrella..." es tan divertido como cierto. Me recuerda (hablando de adulación) esa anécdota de Sócrates, cuando sus discípulos le trajeron a un predecesor de César Lambroso de la época, que le dijo que sus facciones indicaban que él era un hombre perezoso, lujurioso, cobarde, ignorante… todo lo peor. Los discípulos se escandalizaron defendiendo a su maestro, y Sócrates les dijo (más o menos): “En realidad él tiene razón, no hay para tanto. Porque yo sería todas esas cosas que él me achaca, si me dejase llevar por la inercia de mis instintos”

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    1. Aunque muchas veces había leído a Shakespeare podría decir que hasta ahora no lo había leído con la pausa suficiente. Seguiré intercalando algunas de sus obras y podré entonces hablar de favoritismos.

      Y gracias por esa anécdota de Sócrates.

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