Todavía
impresionado, no me siento capaz de reseñar una obra tan fresca y novedosa como
la que os presento. Son los prejuicios; a veces sucede que afrontas una lectura
con bajas expectativas y te preguntas el porqué de no haberla conocido antes. A
la dama del perrito, a Ana Karenina o Iván Ilich, a Roskolnikov, a todos estos
héroes rusos se suma ahora Pável Ivánovich Chichikov.
Chichikov
se nos presenta en una capital de provincias como un viajero amable y
circunstancial. Dice hacer un alto en el camino mientras presenta sus respetos
a la flor y nata de la provincia, pero lo que en realidad pretende es comprar
“almas muertas”. Almas es el nombre que se les da a los siervos en Rusia, y la
causa de querer comprarlos ya bien muertecitos es debido a los agujeros legales
que habitan en el irregular censo ruso. Nuestro buen Chichikov es un majadero.
Si consigue un importante número de almas muertas podrá aspirar a tierras y
dinero porque el gigantesco Estado Ruso no alcanza a averiguar el estado vital
de sus siervos y estará dispuesto a concederle un préstamo para promover la
colonización de nuevas tierras.
Gógol
es consciente de que ha encontrado un argumento verdaderamente rico e
ingenioso, pero la explotación del filón es la que demuestra su absoluta
maestría. Gógol convierte sutilmente el argumento en perfecta excusa para
exponer a los protagonistas de la sociedad rusa a una situación peculiar, por
lucrativa y desconcertante, que no es otra que la avaricia, la venta de unos
siervos que ya no están, porque han muerto. Si el protagonista es un antihéroe,
el resto de personajes le van a la zaga.
El
sarcasmo de este párrafo resulta paradigmático:
No
le faltaba nada a la fiesta. Al entrar en el salón inundado de luz, Chichikov
tuvo que cerrar un instante sus ojos, cegados por los destellos violentos de
las velas, de las lámparas, de los atuendos. Los trajes de etiqueta negros
parecían mariposas revoloteando de aquí para allá, como moscas sobre un pan de
azúcar partido por una anciana, una tarde cálida del mes de julio, en trozos
brillantes cerca de una ventana abierta. Los niños que la rodean observan
atentamente los movimientos de su brazo nudoso que alza el martillo, mientras
un enjambre de moscas se arremolina en el aire y se lanza sobre los trozos
apetitosos, contando con la complicidad del sol que ciega a la anciana, de
vista ya cansada. Ahítas por los alimentos sabrosos que el estío generoso les
ofrece, piensan más en lucirse que en comer de verdad. Vuelan sobre el montón
de azúcar, frotan sus patas una contra otra, se hacen cosquillas debajo de las
alas, acarician sus cabezas con sus patas delanteras extendidas y se van
volando, por fin, para regresar otra vez con importantes escuadrones de
refresco.
Al
decir de la crítica, Gógol se arrepintió cuando fue consciente del alcance social
de su novela. No entro aquí a valorar la naturaleza del carácter del autor, que
al parecer sufría de arrebatos religiosos o místicos, pero desde luego que
tanta genialidad no puede ser sino resultado de un violento intento por conocer
los límites del alma humana y del propio yo.
El
mismo Gógol habla de la sorpresa que provoca en sí mismo su propia novela
cuando se la lee a Pushkin:
Me
bastará decirte que, cuando leí a Pushkin, en su forma primitiva, los primeros
capítulos de mis Almas muertas, este que gustaba reír y sonreía siempre, al
oírme leer se puso serio. Su cara se fue crispando poco a poco. Cuando acabé,
me dijo con voz triste: «¡Dios mío, qué triste es nuestra Rusia!»
Y
es que solamente las grandes novelas admiten diferentes lecturas.
Gógol
se decidió por romper la segunda parte de esta novela, lo cual da lugar a una
novela inacabada. Pero no os llevéis a engaño; podéis prescindir de leer la
segunda parte, incompleta y corta, pero no es necesario que la historia resulte
acabada. Se cumple aquí, como en pocas novelas, aquello que se dice que lo
mejor del viaje es el camino y no llegar a destino. Podemos detenernos en
cualquier pasaje, cualquier digresión o giro de la historia y disfrutar del
enorme sentido del humor que desborda Gógol, del sarcasmo más absoluto, de ese
desapego con el que pinta a sus inolvidables personajes. Gógol es un narrador
que participa en la historia, que se inmiscuye constantemente comentando aquí y
allá, añadiendo interesantes digresiones. Y sin embargo es neutral, o trata de
serlo. Describe a los personajes con una verosimilitud asombrosa y nos deja a
nosotros decidir dónde reside el mal o el bien, si es que acaso podemos juzgar
a sus personajes con puntos de vista éstos tan insuficientes y maniqueos, y es
que nadie está libre de pecado, nadie está libre de la corrupción que conlleva
toda vida en sociedad.
Chichikov_and_Sobakevich. |
Pese
a todo lo dicho, no os vayáis a pensar que la presente novela es un tostón; ¡ni
mucho menos! Aunque el final nos lo tengamos que imaginar la trama nos atrapa
en todo momento, escena tras escena, como en una gigantesca obra de teatro.
Para
qué decir más. Aún estoy tocado por la varita mágica de Gógol. En unos años
volveré a leerla y a buen seguro que mi mirada cambiará. No os perdáis esta
novela aquellos que amáis los clásicos. Casi sin pretenderlo Gógol penetra, a
través de su templado escepticismo, en lo más abyecto y natural que habita en
el ser humano, y lo hace con una gracia y una perfección inusitadas.
Difícil
me resulta seleccionar unos fragmentos concluyentes, así que aquí dejo caer un
par de ellos, prescindibles, al azar.
Hasta
entonces, aun reconociendo justamente su perfecta educación, las señoras de la
ciudad de N… se habían ocupado poco de Chichikov, pero en cuanto lo hicieron
millonario empezaron a encontrarle otras cualidades. Sin embargo, no eran
interesadas. Pero dejando aparte la cuestión del dinero, el encanto secreto de
la palabra millonario opera sobre la gente honrada igual que sobre los patanes.
El millonario tiene el privilegio de conocer la bajeza desinteresada, conocerla
al desnudo. Mucha gente sabe que no puede esperar nada de él y, sin embargo,
vuelan a su encuentro, lo saludan, le sonríen y no paran hasta que le invita el
millonario a cenar en su compañía.
Las
dos se cogieron de las manos, se besaron, dieron gritos de alegría, como dos
amigas de colegio a las que sus mamás todavía no han dicho que el padre de la
una es inferior en rango y fortuna al de la otra.
Me ha parecido muy interesante tu reseña. Me apunto a Gogol para la próxima tanda de lecturas. Reconozco que 1) aún no lo he leído y 2) se trata sin duda de una omisión imperdonable. Un abrazo
ResponderEliminarSin hacer un drama de ello..., si te gusta leer los mejores libros que se han escrito, o sea los clásicos, pues "Almas muertas" está, qué duda cabe, entre los más destacados.
EliminarAbrazo de vuelta.
(Fantástica foto de perfil)
La tengo anotada hace tiempo. Llegará su momento. Gracias por tan buena reseña.
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