miércoles, 5 de julio de 2017

Bajo las estrellas de otoño (1906), de Knut Hamsun.





Qué legado deja un hombre más importante que su obra, que su trabajo. Tengamos en cuenta a Knut por su obra y no por su biografía. No escribió él esta última sino sus biógrafos. Sus veleidades políticas no me interesan, pues tampoco podré llegar a cuáles fueron los senderos que trazaron su destino. Dijo Thomas Mann que jamás se entregó un premio nobel más merecido, dijo Hemingway que Hamsun le enseñó a escribir, y Kafka, Zweig o Hesse lo leyeron con fruición. Valga esta reseña para sumar, porque me pena que se lea tan poco al maestro en la actualidad.

Estamos ante la primera parte de La trilogía del vagabundo. Nos encontramos una vez más con un protagonista imprevisible que no destaca por su sociabilidad. En esta ocasión el narrador y protagonista es el propio autor, con su nombre auténtico, Knut Pedersen. Nos queda la impresión de que abandona un buen trabajo en la ciudad, una buena posición, para vagar de granja en granja buscando los trabajos físicos más sencillos y serviles, pero no tenemos muchos datos. Seguimos su camino, sin más, la búsqueda de un trabajo que dignifica, que otorga techo y sustento. No hay rumbo fijo, nada está definido. Ni siquiera nos encontramos con la estructura tradicional de la novela. Por lo menos no encuentro un planteamiento inicial claro, si acaso un misterioso protagonista. Quizás nos encontramos con una serie de complicaciones que parecen generar una intriga, pero no hay tensión por resolver nada. Tampoco hay conclusión; de hecho hay dos novelas posteriores que completan la extraña trilogía.

Esa falta de estructura probablemente no sea casual. Los acontecimientos se suceden uno detrás de otro, como en la vida, sin una finalidad concreta, sin una conclusión trascendental. Lo único que importa es la vida, el trabajo, el disfrutar de cada día ahuyentando toda ansiedad.

Probablemente ese vagar tenga un contenido autobiográfico, no lo sé a ciencia cierta. En ningún momento se desvela ese aire de misterio que rodea al bracero que de pronto decide inventar una máquina para cortar árboles. Tampoco el beneficio entusiasma al vagabundo, aunque tampoco quiere que sea otro el que se lleve el prestigio. Es extraño. Incluso la lectura en sí resulta un tanto extraña, te envuelve una prosa romántica que idealiza el contacto con la naturaleza.



Y aquí estoy, lejos del bullicio de la ciudad, lejos de los periódicos y de los hombres… he huido de todo eso porque nuevamente, una voz me llamaba desde el campo, desde la soledad que me vio nacer… «Verás cómo será en provecho tuyo», pienso, y me siento animado por una gran esperanza. Pero, ¡ay!, en otra ocasión hice una escapada semejante, y, sin embargo, retorné a la ciudad. Y ahora vuelvo a huir de ella.



Había comprado provisiones y ropas de trabajador, y me encontraba en mi puesto, con blusón y botas. Era yo un ser libre y desconocido, y aprendía a caminar a largos pasos indolentes, como un obrero. Había ya en mí apariencia de proletario. En mi rostro y en mis manos.



El propio protagonista resume el gusto por vagar:



Una noche, el pastor vino a vernos y me ofreció un puesto de criado en la rectoría. La oferta era tentadora; reflexioné un instante, pero acabé por declinar el ofrecimiento. Prefería errar a la ventura y ser dueño de mí; hacer el trabajo que casualmente se presentase, dormir a la luz de las estrellas y ser para mí mismo un motivo de sorpresa.



La palabra “neurastenia” aparece bruscamente y de manera frecuente. El protagonista la combate buscando estar solo, rodeado del bosque y bajo las estrellas.



Hubiera querido darle las gracias; pero no pude articular palabra, y empecé a tragar saliva.

Neurastenia.



Brillaban la luna y las estrellas, pero preferí caminar a tientas por el bosque, por los más recónditos lugares, y sentarme, envuelto en la oscuridad. Además, el bosque estaba más abrigado. ¡Qué gran calma reinaba en la tierra y en el espacio!...



Si acaso no le queda otro remedio que frecuentar a otras personas, y entonces decide:



Tal vez pudiese hallar trabajo en casa del baile, tal vez me sucediese cualquier aventura…; de todos modos, siempre será mejor tratar con personas desconocidas y ver rostros nuevos.



Creo que, de alguna manera, el autor me ha contagiado ese espíritu que impregna esta extraña obra. Es difícil de expresar, es probable que el autor haya sido capaz de reflejar un estado de insatisfacción ante la vida. Vagar por la naturaleza es la manera de completar dicho anhelo.

Seguiré leyendo la trilogía con calma. Knut Hamsun no deja de ofrecerme frescura y novedad.


4 comentarios:

  1. Bon día,

    Ahora me viene a la cabeza Henry David Thoreau, que unos 50 años antes escribió Walden. Están promocionando este libro y a este autor mucho últimamente. Walden creo que va sobre su reflexión filosófica en sus dos años de ermitaño en el bosque.
    No conocía a Knut Hamsun, parece interesante, lo pongo en lista.

    Gracias!

    Lidia M. Martínez

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    1. Si no me equivoco tuvo gran influencia Thoreau entre los excepcionales escritores de su época, como Melville y N. Hawthorne, con los que tuvo amistad.
      Razón tienes con su promoción porque desde mi faceta de librero me llegan ecos, y también con lo de "Walden". Knut también se deja ir a la naturaleza, aunque sin reflexión, no por lo menos una reflexión organizada. Es curioso, cuando menos, todo lo que escribe Knut.
      Saludos y gracias a ti por dar pie a la reflexión.

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  2. Al parecer tanta promoción repentina a Thoreau es debida a que se cumplen 200 años desde su nacimiento. Motivo suficiente. Las cosas del marketing.

    Lidia

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    1. Precisamente aquello de lo que Thoreau quiso renegar, es lo que ahora nos lo trae de nuevo a la memoria ;)

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