Cada
vez que me enfrento a un nuevo escritor clásico me interrogo por la validez de
su status. Permitidme la arrogancia porque uso del derecho que me corresponde
como lector. Mis respetos los demuestro con la lectura propiamente dicha, pues
no se puede homenajear de mejor manera a un escritor que a partir de una
lectura detenida, atenta y constructiva. Cuestionar a los clásicos es una sana
labor, a mi modo de ver, aunque se trate de un juego vacío, diríase incluso
absurdo, algo así como volver atrás la historia planteando aquello de “qué
hubiera pasado si…”
No
es la primera vez que me enfrento a Faulkner, pues ya lo hice, fallidamente,
con El villorrio. Es un narrador complejo que no sigue un hilo argumental lineal.
Ello lleva al lector al despiste y, me supongo que, más a menudo de lo deseado,
al abandono. El escritor escoge el camino, de alguna manera es el escritor el
que decide el abanico, más o menos amplio, de lectores al que se dirige. Desde
luego que Faulkner reduce ese abanico sin temblar. A su favor los elogios
desatados de Borges, Vargas Llosa o García Márquez, pero no me basta con que
fulano o mengano lo elogien, debo encontrar los motivos de elogio por mí mismo,
y en Faulkner todavía no los he encontrado.
Tengo
que reconocer que no soy muy fan de los innovadores al estilo de Joyce, o el
propio Faulkner, aunque también que una lectura atenta puede dar sus frutos.
Recientemente me pasó algo parecido con La señora Dalloway, de Virginia Woolf, que
me dejó enormes sensaciones después de una lectura atenta. Quizás, me
cuestiono, es que no he sabido encontrar el camino. Quizás, también, que se
trata de un camino que no me atrae. No me canso de repetir que para mí es
infinitamente más importante el contenido que el continente.
De
todas maneras me decanto por los hilos argumentales lineales, a no ser que el
propio hilo exija, por sus propias peculiaridades internas, una estructura
laberíntica. Pero ¡ojo!, que Faulkner va dejando trampas por el camino. A
veces, deliberadamente, nos oculta lo esencial, sugiere lo que pasa pero no lo
expresa, tenemos que poner de nuestra parte para completar la trama, Faulkner
juega con el lector como ningún otro.
Puestas
las pegas, y en otro orden de cosas, tengo que romper una lanza por algunas
facetas del Faulkner de carne y hueso. Me ha encantado el discurso que preparó
para el premio nobel, su rechazo de los círculos literarios o sus frecuentes
insolencias dirigidas tanto a público como a crítica. Se puede estar de acuerdo
o en desacuerdo con Faulkner, pero hay que reconocerle ingenio y atrevimiento.
Viene al caso una anécdota en la que, más o menos, venía a dar a entender que
si sus libros no se entendían después de una tercera lectura era porque necesitaban
de una cuarta, e incluso él mismo terminaba reconociendo que no los entendía
del todo (quizás olvidaba dónde había colocado sus propias trampas).
En
cuanto a la obra que acabo de leer, parece ser que el propio Faulkner renegó de
ella porque partía de un interés comercial. Quizás pretendía obtener un
beneficio económico para poder dedicar su tiempo a la escritura, cosa que al
parecer logró. Seguiré leyendo a Faulkner, aunque poco a poco porque he quedado
un tanto agotado por el esfuerzo.
No
he encontrado temas fundamentales en su obra, aunque están ahí, delante de mí,
esperando a ser descubiertos. Detecto cierta apatía, un escepticismo general
que nos presenta personajes sin solución de cambio alguno, marionetas de un
destino vulgar y desapasionado. No es desesperanza, ni siquiera cinismo, Faulkner
despliega su mirada fría y realista tiñéndolo todo de un aire de crepúsculo, de
fin, como si el sol amenazara en todo momento con no volver a provocar un nuevo
amanecer. Quizás es la estupidez de la gente aquello sobre lo que Faulkner da
vueltas y más vueltas, o quizás, más que la estupidez, se trate del sentido
práctico:
―Yo ni
creo ni dejo de creer. Lo que importa es lo que crea la gente de la ciudad,
tanto si es verdad como si no lo es. Y lo que también me importa es tener que
decir mentiras todos los días para justificarte. Vete de aquí, Horace.
Cualquier persona, excepto tú, se daría cuenta de que es un caso de asesinato a
sangre fría.
Y
para terminar, un par de fragmentos, ejemplos cualesquiera de lo más destacado,
diálogos y metáforas:
―Tonterías
―dijo Miss Jenny― ¿Crees que Narcissa quiere que la gente sepa que alguien de
su familia podría estar relacionado con personas que se dedican a cosas tan
naturales como hacer el amor o estafar o robar?
Popeye
giró el volante y el coche abandonó el camino; luego, aplastando la maleza y la
copa del árbol caído, en medio de un continuo ruido de cañas quebradas, similar
a una ráfaga de fusilería a lo largo de una trinchera, volvió otra vez a la
senda sin disminuir la velocidad en absoluto.
Creo que no es ningun sacrilegio judgar a los encombrados mucos de ellos sin razones absolutamente solidas para estar en las alturas
ResponderEliminarCada lector tiene que encontrar sus clásicos. Las maneras por las que un clásico se forja son variopintas y muchos grandes autores han quedado por el camino. La popularidad que muchos alcanzan en un momento determinado es clave para el logro del prestigio.
EliminarNo es habitual encontrarse con lectores rebeldes, así que celebremos el encuentro :)