Leonard
Woolf, marido de Virginia Woolf, hace aquí una selección de sus diarios entresacando
todo lo que tiene relación con la literatura. Dicho diario tiene, pues, valor,
no solo para los seguidores de Virginia, sino también para aquellos que gustan
de dar vueltas alrededor de los problemas que conlleva la construcción de una
novela, la forma, la trama, la caracterización de los personajes, la corrección
de un texto o los avatares de la publicación editorial. Además, está la crítica
literaria, a la que Virginia Woolf dedicó una parte importantísima de sus
esfuerzos, y es esta precisamente la que a mí, personalmente, más me ha llamado
la atención. A lo largo de los diarios la escritora comenta todos aquellos
libros que lee y pretende leer, la gran mayoría de ellos clásicos, y los
comentarios que vierte a bote pronto me parecen de una gran agudeza, los
correspondientes a un buen lector. Virginia Woolf simplemente vierte sus
opiniones sobre Cervantes, Conrad, Shakespeare, Sófocles, Milton, Joyce,
Tolstoi o Proust, entre muchos otros. Se muestra como una lectura confiada pero
con matices. Para los que no gustan de su prosa pero quieren conocer a la
autora, recomiendo estos diarios.
En
los momentos literarios que vivimos, acá por el 2018, bien sabemos que todo el
mundo escribe, incluido un servidor. Ya de esto se quejaba Cicerón, pero
digamos que hoy en día se trata de una realidad tan sorprendente que se ha
convertido en fructífero negocio. Proliferan los tratados que pretenden enseñar
a escribir (no seré yo quien niegue su relativa utilidad, pero la mayoría
terminan guardando paralelismos con los tan denostados como exitosos tratados
de “autoayuda”), y con más o menos fortuna se anima a afrontar la que unos
consideran sana, y otros insana, actividad. Pero, en definitiva, no hay otra
manera de aprender a escribir que leyendo y escribiendo. Esto ya lo saben tanto
aspirantes como escritores pero, por lo general, se acostumbra a leer mal y
consecuentemente a escribir mal. Es como la pescadilla que se muerde la cola.
Es tan baja la calidad de lo que publican los grandes sellos editoriales que
todos consideran que son capaces de escribir bien o, cuando menos, igual de mal;
tiene su lógica el asunto, y difícil solución.
Entrando
de lleno en los diarios de Virginia Woolf, no creo que se trate de una lectura
que haya que seguir de forma lineal. Se puede leer a saltos, o según convenga.
Virginia comenta las lecturas que tiene sobre la mesa, la aceptación de sus
difíciles obras por parte de la crítica y la sociedad, los avatares de la
escritura y la corrección, Virginia vive la literatura a flor de piel, ¡vive
para escribir y leer!
Me
da a mí que es un libro que merece la pena tener en propiedad, y subrayar. A mí
personalmente me ha provocado a seguir conociendo la obra de la artista (hasta
el momento solamente había leído, con aprovechamiento, La señora Dalloway).
Ella ofrece “pautas”, mejor diría indicios, para leer su obra, pues quién mejor
que la propia escritora para valorar la jerarquía de sus obras. Quizás sea Las
olas la que más recomienda, y no digo más, os dejo unos fragmentos cualesquiera
y comienzo a leerla.
Me
doy cuenta de que esto me está ocurriendo más y más a menudo, y me pregunto qué
debo hacer para solucionarlo, ¿dar explicaciones, o contemporizar, o seguir
escribiendo contra corriente.
Vale
la pena consignar, en vistas al futuro, que el poder creador que tan
agradablemente burbujea al comenzar un nuevo libro disminuye al cabo de cierto
tiempo, y sigue produciéndose con serenidad y constancia. Aparecen dudas. Luego
una se resigna. Lo que más influye en que una siga escribiendo es la decisión
de no cejar y la sensación de que se va a conseguir una forma. Estoy un poco
angustiada. ¿Cómo voy a plasmar esta concepción? Cuando una se pone a trabajar,
inmediatamente se asemeja a una persona que va de paseo, y que ya ha visto el
paisaje extendiéndose ante ella, antes. En este libro no quiero escribir nada
que no me guste escribir. Pero escribir siempre es difícil.
La
prueba de la bondad de un libro (para el escritor) consiste en ver si ofrece un
espacio en el que, de forma perfectamente natural, una pueda decir lo que
quiere decir. Tal y como esta mañana he podido decir lo que Rhoda dice. Esto
demuestra que el libro tiene vida propia; porque no ha aplastado lo que yo
quería decir, sino que me ha permitido deslizarlo, sin presiones ni alteraciones.
La
prosa de X es muy fluida. La he estado leyendo y ello me obliga a esgrimir la
pluma. Después de haber leído un clásico me siento agobiada y… no castrada,
castrada no sino todo lo contrario; en fin, por el momento no se me ocurre la
palabra.
Para
terminar, un fragmento que bien podría encabezar este blog:
Sí,
hay que tener siempre los clásicos al alcance de la mano, para evitar la
decadencia.
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