domingo, 18 de febrero de 2018

Gaspar Ruiz (1906), de Joseph Conrad




Una novela corta de Conrad, una más de entre sus trabajos prescindibles. No todo es genio en la obra del maestro. Así pasa con los autores que escriben mucho, todo lo publican porque escribir se ha convertido en su medio de vida. Tiene su razón de ser.
Dejamos a un lado sus típicas historias marineras para adentrarnos en el último período colonial español, las guerras de la independencia sudamericana contra el imperio decadente. Gaspar Ruiz es capturado entre las derrotadas tropas realistas por el ejército patriota, republicano, libertador, del General San Martín. Gaspar Ruiz es ajusticiado como traidor injustamente, sin serlo. Aquí entra en escena la pluma conradiana, porque Gaspar Ruiz es un hombre de honor, un tipo peculiar entre sus semejantes.
A Gaspar Ruiz no lo guían las banderas. Gaspar Ruiz es un hombre gigantesco pero ingenuo. Su figura hercúlea lo ocupa todo, su corpulencia se nos aparece mítica, enfrentado a un destino que le obliga a realizar las más extravagantes hazañas guiado por lo único que encuentra digno de su sacrificio, el amor a una mujer.
Otra constante conradiana es el narrador imperfecto, en este caso el general Santierra. No he llevado a cabo ni mucho menos una lectura intensa sino relajada, como pasatiempo y liberación de otras más espesas (ha estado bien como transición entre Thomas Mann y Kafka). Sin embargo, enseguida se detectan errores en el narrador (también detecté errores de bulto en el narrador de El corazón de las tinieblas, pero parece un sacrilegio decir algo negativo acerca de dicha novela, que a mi modo de ver no está, ni de lejos, entre las más logradas de Conrad). Se trata de un narrador que viene y va, que parece estar hablando para una audiencia pero que utiliza un lenguaje alejado del de la conversación común. Se trata, por tanto, de un mecanismo que Conrad usa a su antojo, con mayor o menor fortuna.
De lo demás poco cabe decir, personajes de una honradez mítica, gente ante todo sincera consigo misma, y otros personajes, en contra, a los que nada se les pone por delante, ni ley ni moral, pero sin caer, pese a que todo lo indica, en el burdo maniqueísmo.
Un final de leyenda, sencillo pero grandioso, una novela prescindible pero interesante pasatiempo para los seguidores del maestro.

Escuché los chasquidos del botafuegos y olí el salitre de la mecha. De pronto vislumbré ante mí un bulto indescriptible; una persona a cuatro patas, como una bestia con cabeza de hombro, agachada debajo de un objeto tubular, apoyado en su nuca, y el fulgor de una masa redonda de bronce izada sobre la espalda de un hércules.

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