Una
novela corta de Conrad, una más de entre sus trabajos prescindibles. No todo es
genio en la obra del maestro. Así pasa con los autores que escriben mucho, todo
lo publican porque escribir se ha convertido en su medio de vida. Tiene su
razón de ser.
Dejamos
a un lado sus típicas historias marineras para adentrarnos en el último período
colonial español, las guerras de la independencia sudamericana contra el
imperio decadente. Gaspar Ruiz es capturado entre las derrotadas tropas
realistas por el ejército patriota, republicano, libertador, del General San
Martín. Gaspar Ruiz es ajusticiado como traidor injustamente, sin serlo. Aquí
entra en escena la pluma conradiana, porque Gaspar Ruiz es un hombre de honor,
un tipo peculiar entre sus semejantes.
A
Gaspar Ruiz no lo guían las banderas. Gaspar Ruiz es un hombre gigantesco pero ingenuo.
Su figura hercúlea lo ocupa todo, su corpulencia se nos aparece mítica,
enfrentado a un destino que le obliga a realizar las más extravagantes hazañas
guiado por lo único que encuentra digno de su sacrificio, el amor a una mujer.
Otra
constante conradiana es el narrador imperfecto, en este caso el general
Santierra. No he llevado a cabo ni mucho menos una lectura intensa sino
relajada, como pasatiempo y liberación de otras más espesas (ha estado bien como
transición entre Thomas Mann y Kafka). Sin embargo, enseguida se detectan
errores en el narrador (también detecté errores de bulto en el narrador de El
corazón de las tinieblas, pero parece un sacrilegio decir algo negativo acerca
de dicha novela, que a mi modo de ver no está, ni de lejos, entre las más
logradas de Conrad). Se trata de un narrador que viene y va, que parece estar
hablando para una audiencia pero que utiliza un lenguaje alejado del de la conversación
común. Se trata, por tanto, de un mecanismo que Conrad usa a su antojo, con
mayor o menor fortuna.
De
lo demás poco cabe decir, personajes de una honradez mítica, gente ante todo
sincera consigo misma, y otros personajes, en contra, a los que nada se les
pone por delante, ni ley ni moral, pero sin caer, pese a que todo lo indica, en
el burdo maniqueísmo.
Un
final de leyenda, sencillo pero grandioso, una novela prescindible pero
interesante pasatiempo para los seguidores del maestro.
Escuché
los chasquidos del botafuegos y olí el salitre de la mecha. De pronto vislumbré
ante mí un bulto indescriptible; una persona a cuatro patas, como una bestia
con cabeza de hombro, agachada debajo de un objeto tubular, apoyado en su nuca,
y el fulgor de una masa redonda de bronce izada sobre la espalda de un
hércules.
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