Escasean
en el blog los escritores españoles, no porque no los haya sino porque en estos
momentos son otros los que llaman mi atención. Cierto que nuestra novela no
está para fiestas, y que los siglos XIX y XX refulgieron con más brillo en otros
lares. Tenemos, sin embargo, una poesía de enorme calidad, y tenemos a Antonio
Machado.
No
me pude resistir a esta bagatela, cuyo subtítulo reza tal que así: «Sentencias,
donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo».
Libro
curioso donde los haya, recopilación de artículos periodísticos de Machado en
el período republicano, publicado justo en el sangriento verano que empieza la
guerra civil. Un profesor y sus alumnos constituyen una buena excusa para analizar
la sociedad, la política, el arte, la vida en general, desde un punto de vista a
veces grave, por lo general satírico y humorístico.
No
es necesario leerlo entero, mejor picotear aquí y allá, dónde más nos plazca,
gastando lapiceros y alternando con otras lecturas. Así al menos hice yo.
El
humanismo de Machado está presente aquí o allá, su apertura de mente, el
interrogarse por las cosas y tratar de adoptar puntos de vista diferentes.
Pero, en definitiva, se palpa reposo, paz y moderación en tiempos de guerra, un
vivir la vida breve con provecho, el gusto por la conversación y la disputa
dialéctica, siempre abierto a los contrarios, a la polémica constructiva, a la
ironía, ahora estoico, ahora cínico, escéptico siempre, con un puntito de humor.
Quizás por eso lo utilizó Pablo Iglesias como regalo para el Presidente Mariano
Rajoy.
Podrían
entresacarse millares de fragmentos, porque el libro es extenso y esconde
riquezas en cualquier rincón. Hay referencias al arte y a la filosofía,
naturalmente que a la literatura, hay retruécanos, explicación de frases
hechas, crítica taurina, sociedad, y por supuesto educación, mucha educación,
eso que tanta falta nos hace.
Pero
el poeta debe apartarse respetuosamente ante el filósofo, hombre de pura reflexión,
al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes problemas del
pensamiento. El poeta tiene su metafísica para andar por casa, quiero decir el
poema inevitable de sus creencias últimas, todo él de raíces y de asombros.
Vosotros
sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo me aplico a sacudir la
inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro
pensamiento, a sembrar inquietudes, como se ha dicho muy razonablemente, y yo
diría, mejor, a sembrar preocupaciones y prejuicios; quiero decir juicios y
ocupaciones previos y antepuestos a toda ocupación zapatera y a todo juicio de
pan llevar.
De
todas las máquinas que ha construido el hombre, la más interesante, a mi
juicio, el reloj, artefacto específicamente humano, que la mera animalidad no
hubiera inventado nunca. El llamado homo faber no sería realmente homo, si no
hubiera fabricado relojes. Y en verdad, tampoco importa mucho que los fabrique;
basta con que los use; menos todavía: basta con que los necesite. Porque el
hombre es el animal que mide su tiempo.
Toda
incomprensión es fecunda, como os he dicho muchas veces, siempre que vaya acompañada
de un deseo de comprender. Porque en el camino de lo incomprendido comprendemos
siempre algo importante, aunque sólo sea que incomprendíamos profundamente otra
cosa que creíamos comprender.
"Nada
os importe ser inactuales...,
huid de los novedosos..., de cada diez novedades que pretenden descubrirnos,
nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a
última hora que tampoco es nueva.
Que
cada cual hable de sí mismo lo mejor que pueda, con esa advertencia a su
prójimo: si por casualidad entiende usted algo de lo que digo, puede usted
asegurar que yo lo entiendo de otro modo.
Juan
de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a los sus alumnos. No
olvidemos que estos eran muy jóvenes, casi niños, apenas bachilleres, que Mairena
colocaba en el primer banco de su clase a los más torpes, y que casi siempre se
dirigía a ellos.
Para
que la palabra «entelequia»
signifique algo en castellano ha sido preciso que la empleen los que no saben
griego ni han leído a Aristóteles. De este modo, la ignorancia, o, si queréis,
la pedantería de los ignorantes, puede ser fecunda. Y lo sería mucho más sin la
pedantería de los sabios, que frecuentemente le sale al paso.
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