lunes, 11 de febrero de 2019

Apuntes de un loco (1842), de Nikolái Gógol



Con este relato doy fin a las novelas peterburguesas de Gógol. Nunca hasta el momento había leído un libro de relatos que mereciera tantos comentarios, pocas veces el tiempo tan bien aprovechado. Con otros compendios de relatos me ha costado escribir una breve reseña (¡y gracias!); no es habitual que una novela, aunque sea larga y densa, me ofrezca tal multitud de fragmentos destacables.
Estos cinco relatos me sirven para ilustrar mi disgusto cada vez que oigo hablar del “pánico al papel en blanco” que acosa a los escritores de hoy en día. Supongo que yo también puedo llamarme escritor porque he escrito, más o menos afortunadamente, varias novelas y relatos. Tampoco creo que para ser considerado escritor sea necesario escribir mucho; al igual que ocurre con la lectura, leer mucho no es sinónimo de leer bien. El caso que de alguna manera hay que llamar a las cosas, pero el denominado “pánico al papel en blanco” no es sino el intento de escribir cuando no se tiene nada que decir. Supongo que esto les podía pasar a escritores como Baroja o Galdós, que necesitaban publicar a cada poco para poder dedicarse en exclusiva al oficio. No es fácil explicarse en unos pocos renglones, pero no me cabe duda de que cuando uno siente de verdad la llamada de la escritura, se pone a ello con todo y se deja llevar. No, no es obligatorio ponerse a escribir. Si utilizo el caso de Gógol como ejemplo es porque me parece ver en sus relatos una necesidad de expresar (lo que él considera) lo más abyecto de la sociedad que le rodea, y prácticamente no encuentra impedimentos en su camino. Se le nota pleno de confianza y agarra a su paso todo lo que encuentra sin pararse en mientes, rompiendo, sin pretenderlo, los límites de la narrativa que conoce, hasta alcanzar las más altas cotas de genialidad. Nikolái Gógol, sin él pretenderlo, insisto, nos muestra los caminos infinitos de la narrativa. Solamente necesitas, escritor, un tema que te obsesione, y dejarlo fluir.

Apuntes de un loco es el ejemplo perfecto. Se trata de una de las narraciones más conocidas del maestro. Un modesto funcionario se enamora de la hija de su director. No sabemos si se vuelve loco porque sí o por sus ansias de casarse con ella y así obtener una buena posición. Su locura se intensifica, síntomas de manía persecutoria, escucha hablar a los perros y termina en un manicomio creyéndose el mismísimo Rey de España. ¿Cuál es la temática? ¿Podemos suponer que nuestro protagonista es un loco porque no acepta la realidad, la sociedad tal cual es, cerrada e inmovilista, jerárquica? ¿o es todo una excusa para retratar a la sociedad?

¿Qué importa que sea gentilhombre de cámara? Eso no es más que una dignidad. No se trata de una cosa visible que se pueda palpar con las manos. Por muy gentilhombre de cámara que sea, no le va a salir otro ojo en la frente. Ni tampoco tiene la nariz de oro, sino que es como la mía y la de cualquiera. Le sirve para oler y no para comer; para estornudar y no para toser. Varias veces he tratado de averiguar de dónde provienen todas esas diferencias. ¿Por qué y a son de qué he de ser yo consejero titular? ¿No podría ocurrir que yo fuera un conde o un general y sólo aparentara ser consejero titular? ¿Y si no supiera ni yo mismo lo que soy? Ejemplos de esos los hay a montones en la historia: un hombre corriente ―no ya un noble, sino simplemente un burgués o incluso un campesino― vive tan campante, y de pronto se descubre que es un dignatario y, a veces, hasta un monarca. Y si en ocasiones ocurre que un mujik se convierte en un personaje, ¿a qué no podrá llegar un hidalgo?

La no aceptación de la realidad viene acompañada o marcada por el deseo de ser otro, y claro está, otro con un elevado puesto en la escala social, lo cual permita ejercer un dominio sobre los demás. O aceptas la realidad y te humillas ante ella o sabrás lo que es bueno.

Me gustaría hacerme general. Y no sólo para obtener su mano y demás, no. Quisiera ser general sólo para ver cómo me hacían la rosca con todas sus reverencias y sus equívocos de la corte y decirles luego que les escupo en la jeta a los dos.

¡Valiente cosa! ¿Se va a considerar un personaje porque le ha puesto cadena de oro al reloj y se encarga botas a la medida de treinta rublos el par? Y yo, ¡qué demonios! ¿Soy acaso hijo de un plebeyo, de un sastre o un suboficial cualquiera? Yo pertenezco a la nobleza. También yo puedo alcanzar un alto rango. Tengo cuarenta y dos años, justo la edad en que empieza verdaderamente la carrera de un hombre. Espera, amigo, que también yo llegaré a coronel, y es posible que incluso más alto, con la ayuda de Dios. Y tendré una posición quizá superior a la tuya.


Sátira, humor, compasión, maestría en los detalles al mismo tiempo que definición de lo general, Nikolái Gógol maneja como quiere al lector. No sólo la literatura rusa queda bajo “El capote” de Gógol. Desde Kafka o Melville al realismo mágico de Latinoamérica se puede rastrear su impronta.

5 comentarios:

  1. Hola Rubén,

    muchas gracias por tus reseñas, no me canso de leerlas, estás últimas de Gogol, las he marcado más de cerca, quizás por mi regusto permanente de Tolstoi o Dostoevsky. Siempre me parecieron libros centenarios muy actuales, thrillers psicologicos atemporales. Ya no tengo dudas y la siguiente visita a la biblioteca, me haré con él, estoy seguro que me gustará.

    Un saludo Rafael

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    1. Gracias a ti por pasarte y comentar Rafael.
      Yo no soy especialista en nada y no te engaño cuando te digo que para mí el descubrimiento a una edad madura de Gógol ha sido una entrañable sorpresa. Tolstói o Dostoievski eran para mí genios incomparables y cuando afronté su lectura imaginé que no llegaría a semejante nivel. ¡Qué equivocado estaba! Entonces conocí "Almas muertas" o los presentes relatos...
      Ojalá te guste.
      Un cordial saludo.

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  2. Acabo de leer "Bartleby y compañía" de Enrique Vila-Matas. Alli habla de personas que nunca llegaron a escribir nada y se les considera escritores. Es lo que él considera el máximo exponente de síndrome Bartleby por el personaje de Melville. Claro que no es lo mismo si tienes que vivir de ello.
    Tomo nota de Gogol del que no he leído nada y eso que no me suelen atraer los relatos, pero lo que cuentas de estos me ha hecho tener ganas de saber más.
    Un beso.

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    1. Tengo ese libro de Vila-Matas en mis estantes. La verdad que no quiero comenzar con Vila, quizás por no decepcionarme. Me lo han recomendado encarecidamente.
      En cuanto a Gógol, me faltan palabras para expresarme la sorpresa recibida. Es de esos autores que están ahí y que son nombrados una y otra vez y que luego cuando los afrontas y te forjas tu propia opinión, entiendes de manera muy diferente y tuya propia... Fíjate que estoy pensando en cambiarle el nombre al blog con alguna referencia gogolesca ;)
      Besosss

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    2. Pues viendo tu entusiasmo, me lo apunto sin pensar. A ver con qué me decido.
      Yo creo que Vila-Matas difícilmente puede decepcionar.

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