martes, 15 de octubre de 2019

Diario de un hombre superfluo, (1850), Turguéniev



Sin entrar en disquisiciones teóricas, se trata de uno de los trabajos más tempranos del maestro. La inmadurez se nota, pero también nos encontramos con el estilo, con las virtudes innatas del escritor. Como en el resto de sus trabajos, tira de una trama sencilla de la que saca un altísimo rendimiento.
Parece ser que la obra tuvo gran relevancia en la época, y que el protagonista es el precursor del “nihilismo”.
Vayamos por partes.
El término “nihilismo” es un tanto difuso. Según la RAE: 

1. m. Negación de todo principio religioso, político y social.
2. m. Fil. Negación de un fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral.

A medida que penetraba en la novela yo no encontraba ningún parecido, ni situación ni personaje, que encajara, ni de lejos, con esta definición. Sólo ahora, después de leer la novela, e incluso de hacer la reseña, creo tener claro aquello que Turguéniev pretende comunicar, o al menos eso creo. Desde luego que no esperéis que sea capaz de reflejarlo en una reseña redactada casi a bote pronto.

Como nos tiene acostumbrado, la historia se abre, y se cierra, de forma artificiosa, con un marco prescindible marca Turguéniev. Un hombre a punto de morir se dispone a contarnos su vida en un diario, y sin embargo solamente nos cuenta un episodio de su vida. Otra vez volvemos al tema del primer amor, contado de otra forma, desde otra perspectiva. En este caso el “villano” es un hombre y no una mujer. El “tartufo” es un elegante hombre de la capital que llega a provincias y se aprovecha de la inocencia de una muchacha mientras que nuestro protagonista se convierte en víctima propiciatoria. De aquí el hombre superfluo:

Superfluo, superfluo… He encontrado la palabra perfecta. Cuanto más me interno en mí mismo, cuanto más atentamente contemplo mi vida pasada, más me convenzo de la dura verdad de la expresión. Superfluo, eso es. Esta palabra no se ajusta a otras personas… Hay gente mala, buena, inteligente, tonta, agradable y desagradable, pero superflua…, no. Bueno, entiéndanme, el universo también podría pasar sin esas personas, claro; pero la inutilidad no es su cualidad principal, no es lo que les distingue, y si ustedes hablan de ellos, la palabra superfluo no es la primera que les viene a la lengua. Pero yo…, de mí no se puede decir ninguna otra cosa: superfluo, nada más. Un excedente, eso es todo. Es evidente que la Naturaleza no contaba con mi aparición y, en consecuencia, se comportó conmigo igual que con un huésped no esperado ni invitado.

Yo me daba cuenta de todo porque no estoy falto de perspicacia ni del don de la observación. En realidad soy bastante inteligente, incluso a veces se me ocurren ideas bastante divertidas, nada corrientes, pero puesto que soy un hombre superfluo y con un candado en mi interior, pues me cuesta horrores expresar mi idea, tanto más porque sé de antemano que la contaré mal. Incluso a veces me parece raro cómo habla la gente, con tanta sencillez y facilidad… Fíjate, ¡qué apañados! Es decir, que tango que confesar que también yo, a pasera de mi candado, a veces siento una comezón en la lengua; pero, en realidad, solo de joven profería esas palabras, y en una edad más madura lograba dominarme casi siempre. Solía decirme a media voz: Mejor nos quedamos callados, y me tranquilizaba.

Encontrar un refugio, hacerse un nido aunque sea temporal, conocer el solaz de relaciones y hábitos diarios, tal felicidad yo, el superfluo, hasta entonces no la había experimentado sino en los recuerdos familiares.

Cuando un hombre se siente muy bien, es sabido que su cerebro no trabaja mucho. Un sentimiento tranquilo y alegre, el sentimiento de estar satisfecho, se infiltra en todo su ser, lo absorbe; la conciencia de ser un individuo desaparece, se siente completamente feliz, como esa tontería que dicen los poetas educados… Un hombre feliz es como una mosca al sol.

Digamos que el protagonista, pese a sus buenas acciones e intenciones, o bien pasa desapercibido o bien es despreciado, mientras que el tartufo, el hombre egoísta y despiadado, se lleva el gato al agua. El cuento presenta una moraleja pero al revés, porque la princesa desflorada prefiere vivir en el recuerdo del amor fugaz del hombre despiadado, despreciando al hombre bueno, por superfluo.
Mientras más vueltas le doy más profundidad encuentro.
Entiendo que el marco de la trama, el hombre moribundo que tan manido al principio me pareció, es perfecto para evocar al hombre superfluo. Se trata de un hombre que no sabe agarrar la vida por el mango, es un hombre que se detiene, que medita, tímido e incapaz para agarrar aquellas cosas que desea. En cambio alrededor del hombre superfluo están los hombres intrépidos, sin principios ni moral, que se dejan llevar sin enfrentarse a la fugacidad de la vida.
¿Se refiere el término “nihilismo” a estos hombres intrépidos? Desde luego que no se refiere al hombre superfluo que definie Turguéniev.

El caso que llevo tres novelas cortas de Turguéniev y todavía no salgo del asombro. Entiendo perfectamente que en su tiempo fuera un autor popular al tiempo que elitista, igualmente leído en Rusia que en el extranjero.
Termino la reseña con unos apuntes críticos de Nabokov que sirven como contrapunto a los míos. No equivocarse con la crítica y acogerse a lo enriquecedor que contiene, porque Nabokov la elabora en comparación con lo más grande y excelso, después de colocar a Turguéniev entre los dioses del Olimpo. Además, cada lector “critica” desde el punto de vista de sus gustos e intereses literarios, y claro está que también hay mucho lector “superfluo”.

Por cierto que Turguéniev, como la mayoría de los escritores de su tiempo, es demasiado explícito, no deja nada a la intuición del lector; sugiere, y después explica ponderosamente a qué se refería la sugerencia. Los trabajados epílogos de sus novelas y de sus relatos largos son dolorosamente artificiosos, por el empeño del autor en satisfacer plenamente la curiosidad del lector acerca de los respectivos destinos de los personajes, de una manera que a duras penas se podría llamar artística.
No es un gran escritor, aunque es un escritor agradable. Nunca consiguió nada comparable a Madame Bovary, y es una absoluta equivocación decir que él y Flaubert pertenecían a la misma escuela literaria. Ni la inclinación de Turguéniev a tratar cualquier problema social que estuviera en boga, ni el tratamiento banal de los argumentos (siempre por el lado más fácil) se pueden equiparar con el arte severo de Flaubert.

No hay comentarios:

Publicar un comentario