lunes, 6 de febrero de 2023

Confesiones de una máscara (1949), Yukio Mishima.

 

Mi primera incursión en una literatura, la japonesa, que desconozco por completo.

Buena primera impresión, pues me gusta la literatura intimista, y me he encontrado con un escritor que habla de sí mismo, del descubrimiento de la homosexualidad y de las dificultades de adaptación social.

Ideas atrevidas expresadas con un lenguaje muy cuidado. Tuvo un éxito enorme, que podríamos considerar sorprendente si tenemos en cuenta el conservadurismo japonés, aunque es de suponer que la sociedad necesitaba urgentemente cambios.

 

Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre mis libros escolares y mis apuntes, sobre el diccionario, sobre el cuadro de San Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara.

Ésa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi vicio.

 

La introspección es la clave. Diríase que estamos ante un bildungsroman al más puro estilo germano. A lo largo del relato transcurre la guerra, pero no es más que el marco en el cual se analiza el desarrollo de la propia personalidad. A ver si acierto con un fragmento. El análisis psicológico alcanza un altísimo nivel:

 

Cuando un muchacho de catorce o quince años descubre que es más dado a la introspección y a la conciencia de sí mismo que la mayoría de los chicos de su misma edad, incurre fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente, yo cometí ese error. En realidad, aquella tendencia a la introspección se debía, en mi caso, a que yo tenía mayor necesidad que los demás de comprenderme a mí mismo. Ellos podían comportarse de acuerdo con su natural manera de ser, mientras que yo debía interpretar un papel, lo que exigía notable comprensión y estudio de mí mismo. En consecuencia, no se debía a madurez, sino a una sensación de incertidumbre, de incomodidad, que era lo que me obligaba a tener pleno conocimiento de mí.

 

Nunca es clara la aceptación de la homosexualidad, así que se alterna con la búsqueda de experiencias heterosexuales en pos de una vida normal. Es aquí donde se hace patente el uso de la máscara.

 

Me dije que mi comedia había llegado a ser parte integrante de mi naturaleza. Y ahora ya no es una comedia. Mi conciencia de ir disfrazado de persona normal ha llegado a corroer incluso aquella parte de normalidad que originariamente tenía, y ha acabado por obligarme a decirme una y otra vez que aquella parte de normalidad no era más que normalidad fingida. Dicho en otras palabras, me estoy convirtiendo en esa clase de persona que en nada puede creer salvo en lo falso.

 

Un relato interesante, sí, que sorprendente por su desgarro al tiempo que por su calidad expresiva. Las contradicciones del autor se aprecian en su biografía. Al tiempo que disfruta del conocimiento de la cultura europea, repudia todo lo occidental, que considera contaminación del Japón. Todavía estoy asombrado de la planificación tan meticulosa que llevó a cabo para su propio suicidio ritual. Dice Mishima:

 

Los japoneses siempre han sido un pueblo con una severa conciencia de la muerte bajo la superficie de sus vidas cotidianas. Más el concepto japonés de la muerte es puro y claro, y en ese sentido es diferente de la muerte como algo repugnante y terrible tal como es percibida por los occidentales. La muerte (…) tiene el brillo infrecuente, claro y fresco del cielo azul entre las nubes.

 

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