Es
probable que en unos meses se inaugure en Madrid una estatua conmemorativa de
los Tercios, los cuerpos de combate más importantes de toda la historia de
España. La foto que figura abajo es una simulación. Resulta triste que apenas
haya monumentos referidos a la gloriosa historia de España. No soy ni mucho
menos nacionalista ni pretendo cantar las glorias de mi país, pero es esto algo
que se da en cualquier otro país de nuestro entorno, desde Suecia a Portugal.
Recorres cualquier pueblecito de Francia y ves por doquier monumentos a los
caídos durante la Primera Guerra Mundial, mientras que en Inglaterra hay infinidad
de estatuas a héroes como Nelson o Wellington. En cambio en España cuesta
encontrar personas que conozcan el significado del Gran Capitán, y me atrevo a
decir que una mínima parte de los españoles saben del Duque de Alba, mucho
menos de Blas de Lezo o Bernardo de Gálvez. Nuestra historia es magnífica, y
sirva esta reseña como granito de arena; diríase mejor para poner una pica en
Flandes.
Cuando
me llegan muchachos jóvenes a la librería buscando historia bélica, yo les
recomiendo libros como éste. No es necesario acudir a combatir la inveterada
baja autoestima de los españoles, pues ya de por sí los tercios ofrecen
suficiente atractivo. Resulta increíble que una tropa que consiguió tantas
victorias y tanta reputación durante dos siglos, ahora esté prácticamente
olvidada incluso en su propio país.
Los
tercios dominaron el escenario bélico europeo durante los siglos XVI y XVII. Ya
no se discute que después de Rocroi los Tercios siguieron siendo durante
décadas una temible fuerza de combate. Desde la baja edad media la guerra
experimentó una significativa evolución que sitúa a la infantería como dueña y
señora del campo de batalla. Las picas, los arcabuces y los mosquetes, despejan
del cambo de batalla a los arqueros y la caballería, y en dicha evolución los
tercios españoles tienen el protagonismo más absoluto.
Has
de saber, hermana, que está en opiniones, entre los que siguen la guerra, cuál
es mejor, la caballería o la infantería, y hase averiguado que la infantería
española lleva la gala a todas las naciones.
Miguel
de Cervantes.
En
lo que a mí respecta, venía escuchando podcast variados sobre el tema, pero
necesitaba tener un libro entre mis manos.
Me
salgo un poco del tema de los clásicos literarios, como ya viene siendo
habitual últimamente; se trata de dar rienda suelta a mis más que variados
intereses. El tema bélico siempre me ha atraído. No debería necesitar decir,
aunque resulta inevitable, que la guerra en sí me resulta despreciable. La
historia bélica es tratada desde la antigüedad, por Tucídides de forma
magistral por poner un ejemplo, y siempre deben entenderse los conflictos
bélicos en su contexto político, económico y social. Viene al caso la famosa
frase de Karl Von Clausewitz:
«La guerra es la
continuación de la política por otros medios»
Se
trataba el español prácticamente del único ejército permanente de Europa, y fue
el primero en incorporar las innovaciones de las armas de fuego; de hecho lo
hizo con verdadero entusiasmo. Al igual que otros ejércitos, dependía también
de mercenarios, pero los Tercios eran el núcleo duro del ejército, y su
carácter era único. Durante su existencia los Tercios apenas tuvieron
oposición. Sus derrotas se magnifican por su escaso número, pero como luego le
sucedió a Francia, o Alemania, la lucha en multitud de frentes, la ambición de
sus objetivos, terminan por agotar a un Estado español incapaz de financiar una
política que estaba por encima de sus posibilidades.
Obediencia
difícilmente compatible con orgullos casi enfermizos y con valores ciegos, y
por tanto doblemente necesaria. Por ejemplo, el tercio ha debido de ser una de
las pocas unidades en las que se temía la desorganización que los soldados
introducían al forcejar por los puestos de primera línea en combate, o en las
que se castigaba a un hombre mandándole a retaguardia en día de batalla. O
donde con el fin de estimular a los hombres para que se armasen bien, se les
recordaba que las primeras hileras estaban reservadas a los mejor equipados. O
donde se condenaran expresamente los ataques sin órdenes, por ser tan
frecuentes y se intentaba evitar que se desafiase a los enemigos a singular
combate con la inapelable sentencia de que hacerlo es cosa de “bisoño”.
Obediencia
que únicamente se podía romper cuando el oficial daba instrucciones de
abandonar un punto que todavía podía defenderse.
Obediencia,
en fin, orientada a evitar el exceso de coraje, disciplinándolo y obteniendo de
él el máximo rendimiento que incluía, como algo evidente en sí mismo, la lucha
hasta el último hombre, aunque solo cuando fuese preciso, pero siempre que lo
fuere.
Junto
a ella, una aplastante confianza en la propia superioridad, frente a cualquier
enemigo y en cualquier circunstancia, forjada en un palmarés único de
victorias, y un quebradizo sentido del honor de una fuerza que, hombre por
hombre, no admitía superiores. Incluso había soldados que desdeñaban servir a
las órdenes de un oficial por no considerarle lo bastante hidalgo. Ciertamente,
era una tropa espléndida, pero casi imposible de mandar.
Podrían
apuntarse mil anécdotas o fragmentos. Este libro no es un acercamiento a los
tercios, sino que se trata de un completo manual. Se puede dejar de lado algún
capítulo que no nos interese, hacer hincapié en otros, llevar a cabo una
lectura de lo más amena e interesante.
España
mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura.
Los
griegos tuvieron sus falanges, Roma sus legiones, y España sus tercios. Siempre
mal pagados, siempre blasfemando bajo los coletos atravesados por una cruz
roja…
En
sus filas formaban desde grandes de España a Lazarillos de Tormes, desde
capitanes surcados de cicatrices a mochileros adolescentes componiendo un vasto
patio de Monipodio presidido por un fanático sentido del honor, que les
permitiría sufrir todo, menos que les hablaran alto.
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