Pero
además de convertirse, sin paliativos y, dadas las difíciles circunstancias, en
el primer hombre de Roma, lo más increíble si cabe fue otra de sus facetas, pues
Julio César es considerado un destacado hombre de letras, lo que se dice un
intelectual. Se trata, por tanto de un hombre polifacético en grado sumo.
Cierto que no podemos juzgarle en su integridad y de modo directo porque no se
han conservado obras ajenas al género historiográfico. Parece ser que escribió
varios poemas, una tragedia, un tratado de astronomía y otro acerca de los
augures y los auspicios.
En
cuanto a las obras históricas que nos han llegado, se habla de su originalidad,
de tal manera que, lejos de imitar a otros, será digno de imitación. Son
redactadas sin asistencia de persona alguna. Su estilo es sobrio y preciso.
Fijaos cómo comienza el relato:
La
Galia está dividida en tres partes: una que habitan los belgas, otra los
aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra
galos. Todos éstos se diferencian entre sí en lenguaje, costumbres y leyes.
A
mí particularmente lo que más me ha llamado la atención es que se trata de un
relato que busca la neutralidad. El narrador habla en tercera persona, de modo
que César aparenta no escribir sobre sí mismo. El estilo no es grandilocuente
ni siquiera un tanto expresivo, se limita a narrar los acontecimientos de una
manera extraordinariamente concisa, sin hacer juicios de valor. En ningún
momento se expresan sentimientos ni se intentan reflejar acciones grandiosas de
las tropas. Esto resulta en verdad raro, pues las acciones bélicas son
extraordinariamente complejas.
El
texto es bastante corto para todas las campañas que son referidas, y a mi modo
de ver su lectura necesita una compensación en forma de contexto geográfico,
algún comentario adicional de fechas y localizaciones para poder entender las
acciones militares.
Se
ha escrito mucho acerca de la verdadera razón de César para escribir esta obra.
No parece un diario de guerra porque no habla en primera persona. Se supone que
trató de engrandecer su persona haciendo llegar sus hazañas al pueblo de Roma,
su principal objetivo (es el adalid del partido de los populares). Esto
explicaría su carácter poco emocionado, totalmente desapasionado esas victorias
tan enormes ante un rival difícil, un auténtico alarde de objetividad en pro de
intereses políticos.
Obviamente
César no escatimó herramientas para convertirse en Rey de Roma. Cualquier ayuda
era bienvenida dada la mala opinión que se tenía en Roma de la figura, del Rey.
Valga como ejemplo que fue un Bruto quien acabó con Tarquinio el Soberbio y un
sucesor lejano, pero sucesor, otro Bruto, el que de alguna manera acaudilló el
asesinato de César.
Estos
objetivos personales también sirven para explicar la sencillez de la prosa,
pues César dirigía sus escritos a un público que o no sabía leer, y no a la
elite intelectual y aristocrática.
Ni
mucho menos pretendo poner a César en cuestión, pero es probable que su prosa
haya sido engrandecida por sus hazañas. Desde luego yo no soy capaz de leer en
latín. Sí que puedo comparar, por poner un ejemplo, el presente texto con La
guerra del Peloponeso, de Tucídides, y concluir que César lleva a cabo un
simple relato de acontecimientos mientras que Tucídides va mucho más allá,
hablando de las causas de la guerra e incluso de la manera en que las gentes
entienden y asimilan la historia.
Viene
al caso aquí que a lo largo de la historia se han llevado a cabo exitosas
campañas propagandísticas en contra o a favor de determinados personajes.
Nosotros bien podemos hablar de la leyenda negra que ha oscurecido gran parte
de la historia de España. Pero todavía vienen más a colación personajes tan
vilipendiados como Nerón o Calígula, emperadores que hoy en día están siendo
rehabilitados por la historia de su imagen de monstruos, una historia que siempre
llega dictada por la mano de los vencedores.
En
fin, una lectura para disfrutar, que en otro tiempo sufrí en un esfuerzo vano
por aprender unos precarios rudimentos de la que fue nuestra lengua. No olvidemos
que nosotros, los españoles, también fuimos Roma.
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