Dos
o tres veces abandoné esta novela antes de ahora. Quizás sucede que se trata de
una novela exigente, que precisa de pausa y concentración en sus inicios;
quizás no le había llegado su momento.
No
es más que mi impresión, pero me veo obligado a ser prudente en la recomendación
para la mayoría de los lectores al tiempo que advierto que se trata de una
lectura ineludible para los más avezados.
Estamos
ante una novela inolvidable. Difícilmente podré descuidar a Don Fabrizio, a
Tancredi, o al padre Pirrone. Como valor añadido, la Sicilia milenaria por la
que han pasado multitud de imperios y conquistadores se convierte en un
personaje no menos importante que el resto.
En
Sicilia no importa obrar mal o bien: el pecado que los sicilianos jamás
perdonamos es sencillamente el de “obrar”. Somos viejos, Chevalley, viejísimos.
Hace por los menos veinticinco siglos que llevamos sobre los hombros el peso de
unas civilizaciones tan magníficas como heterogéneas: todas ellas nos llegaron
de fuera, ya completas y perfeccionadas, ninguna germinó entre nosotros, a
ninguna le marcamos el tono….
…hace
un momento usted me hablaba de una joven Sicilia que se asoma a las maravillas
del mundo moderno; a mí, en cambio, me parece más bien una centenaria a quien
pasean en silla de ruedas por la Exposición Universal de Londres y no comprende
nada ni le importan un comino las acerías de Sheffield y las hilanderías de
Manchester: sólo anhela que la dejen dormitar de nuevo con la cabeza hundida en
sus almohadas húmedas de baba y el orinal debajo de la cama.
…este
clima que nos inflige seis meses de fiebre de cuarenta grados; cuéntelos,
Chevalley, cuéntelos: mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre; seis
veces treinta días de sol a plomo sobre las cabezas; este verano nuestro, largo
y funesto como el invierno ruso, pero más difícil aún de combatir; usted no lo
sabe, pero aquí puede decirse que nieva fuego, como sobre las ciudades malidtas
de la Biblia;
Esta
violencia del paisaje, esta crueldad del clima, esta crispación permanente de
todo lo que nos rodea, incluso estos monumentos del pasado, magníficos pero
incomprensibles, porque no los hemos edificado nosotros, que nos asedian como
bellísimos fantasmas mudos;
Los
sicilianos jamás querrán mejorar por la sencilla razón de que se creen
perfectos; en ellos la vanidad es más fuerte que la miseria;
…el
sentimiento de superioridad que brilla en la mirada de cualquier siciliano, y
que nosotros llamamos orgullo pero en realidad es ceguera.
De
veras que me siento pequeño a la hora de reseñar El Gatopardo. Quizás debería
limitarme a copiar los fragmentos que he ido subrayando; supongo que no hace
falta más para cualquier reseña, unas cuantas anotaciones y fragmentos
acertados y determinantes. Datos sobre el autor, el número de páginas, las circunstancias en las que se escribió... están a un solo clic de la wikipedia.
Solamente
repetir que la novela es enorme. Si comienzo a hablar de la prosa exuberante,
de la original y curiosa estructura, del aire de melancolía y decadencia, caeré
en el cliché y en el panegírico de una novela que ya ha sido alabada una y otra
vez por críticos y lectores, así que no me queda otra que ser honrado y dejaros
unas pinceladas.
La
sexualidad, el erotismo, está siempre presente, unas veces visible a simple
vista y otras un tanto oculto:
…los
melocotones eran pocos, una docena en los dos árboles injertados, pero eran
grandes, aterciopelados y fragantes; así, amarillentos y con dos sombras
rosadas en las mejillas, parecían cabecitas de pudorosas doncellas chinas.
Claro,
el amor. Un año de ardor y llamas, y luego treinta de cenizas. Ya sabía muy
bien él qué era el amor… y además Tancredi, ante quien las mujeres caerían como
fruta madura…
Desmedradas
cúpulas de curvas imprecisas, semejantes a senos ya sin leche…
Era
un jardín para ciegos: allí la vista no encontraba más que ofensas; el olfato,
en cambio, un manantial de placeres, si no delicados al menos muy intensos. Las
rosas Paul Neyron cuyas plantitas él mismo había adquirido en París habían
degenerado: estimuladas primero y agotadas luego por los jugos vigorosos e
indolentes de la tierra siciliana, quemadas por los julios apocalípticos, se
habían transformado en una especie de coles obscenas color carne que sin
embargo destilaban una fragancia densa casi indecente que ningún cultivador
francés se hubiese atrevido a imaginar. El príncipe se llevó una a la nariz y
pensó que estaba oliendo el muslo de una bailarina de la ópera.
Se
sintió contento por la decisión de Tancredi, que venía a asegurar su
satisfacción carnal, efímera, y su tranquilidad económica, perenne.
Y
es que no sé qué más deciros. He leído El Gatopardo aprovechando un viaje en
autobús. Quizás es lo que me ha dado la calma necesaria para afrontar tan densa
lectura. La abordé sin prisa, sin necesidad; reconozco que de vez en cuando
daba marcha atrás por si no había entendido perfectamente lo leído, en fin, que
la he saboreado con calma, quizás con la misma calma con la que Don Frabrizio presencia
el desmoronamiento de toda una época imbuido en la seguridad de que, al final,
todo seguirá igual.
«Todo
esto ―pensaba―
no debería durar; sin embargo, durará, durará siempre; el “siempre” humano,
desde luego, un siglo, dos siglos…; luego será distinto, pero peor. Nosotros
hemos sido los Gatopardos, los Leones; quienes ocupen nuestro lugar serán los
pequeños chacales, las hienas; y todos, gatopardos, chacales y ovejas,
seguiremos creyéndonos la sal de la tierra.»
Perdonen
por la pesadez de mis fragmentos, pero es que en esta ocasión tengo muchos.
El
conejo murió pero Don Fabrizio y Tumeo se habían entretenido; el primero
incluso había experimentado, además del placer de matar, el goce tranquilizador
de compadecer.
Pero
como para la criatura humana no hay mayor placer que el de gritar «¡la
culpa es tuya!», todas las verdades y todos los sentimientos quedaron
desplazados.
Para
ustedes, los señores, es distinto. Por un feudo más no están obligados a
mantener la gratitud; por un pedazo de pan, en cambio, el agradecimiento ha de
ser eterno.
…el
padre Pirrone había dejado el oficio de perito de la construcción para
convertirse en un asceta musulmán: tenía cuatro dedos de la mano derecha
cruzados con cuatro dedos de la mano izquierda y hacía girar los pulgares uno
alrededor del otro, cambiando de ritmo y dirección en un alarde de fantasía
coreográfica.
Tancredi
es alguien que quizá pueda irritarnos en alguna ocasión, pero es incapaz de
aburrirnos; y eso vale mucho.
…cada
vez que encontramos a un pariente nos topamos con una espina…
Solo
tenemos derecho a odiar lo que es eterno.
…su
mano, que ni siquiera se había movido para defender el honor de la hija, saltó
hacia el bolsillo derecho de los pantalones para dejar bien claro que por el
almendral derramaría hasta la última gota de sangre ajena.
…el
alcalde avanzaba por el bosque de la vida con la seguridad de un elefante que,
arrancando árboles y aplastando madrigueras, camina en línea recta sin advertir
ni siquiera los arañazos de las espinas y los gemidos de sus víctimas.
El
viejo lo miraba asombrado: él quería saber si el príncipe de Salina aceptaba o
no el nuevo estado de cosas, y el otro le hablaba de cantáridas y de luces del
Gólgota. «Pobrecillo, de tanto leer se ha vuelto loco.»
En
el techo, los dioses, reclinados en sus dorados sitiales, contemplaban la
escena, sonrientes e implacables como el cielo del verano. Se creían eternos:
en 1943 una bomba fabricada en Pittsburg, Pensilvania, se encargaría de
demostrarles lo contrario.
excelente blog, para mi, de lectura casi obligada... gracias
ResponderEliminarestas en mi blogoteca por supuesto.
:)
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