Casi
todos estaremos de acuerdo en considerar El nombre de la rosa o Barry Lyndon
entre ese escaso número de películas que logran estar a la altura de los libros
que las han provocado. Sin embargo, me da por pensar que el film de Stanley
Kubrick constituye impedimento para que mucha gente se acerque a la lectura
de la increíble novela de Thackeray, o por lo menos para mí sí que lo
significó. Y es que esta novela me ha entusiasmado, y no me cabe duda de que
Barry Lyndon será uno de esos pocos personajes de ficción que permanecerá
íntegro en mi memoria, lo cual ya es motivo más que suficiente para colocar la
novela entre mis clásicos favoritos.
Disculpen
por el academicismo, pero no quiero perder la oportunidad de ensalzar nuestra
literatura, y es que considero clave apuntar que esta novela es continuadora
del éxito de Lazarillo y Guzmán de Alfarache (vía Fielding, cómo no), así como
también deudora de El Quijote. También decir que Thackeray fue eclipsado por
Dickens, pero no en Gran Bretaña donde se le aprecia en su verdadera valía.
Nuestro
protagonista, que no se llama en realidad Barry Lyndon sino Redmon Barry, atraviesa
una vida llena de peripecias que lo llevan a escalar de lo más bajo a lo más
elevado de la sociedad para luego volver a caer.
Y
debo decir que Redmon Barry nos cae bien porque se hace a sí mismo, se nos hace
un bribón de lo más simpático cuando en realidad es el hombre más vil y
despreciable que pudiéramos encontrar. Quizás sucede que Thackeray se aprovecha
de nuestra piedad para con los orígenes humildes, de nuestra comprensión del
hecho de que los pobres no tienen otro remedio que saltarse la ley si ambicionan
prosperar.
Redmon
Barry no es solo un pícaro, no, Redmon Barry es un delincuente peligroso, un
jugador profesional tramposo y eficaz que hace carrera y dinero por toda Europa,
un seductor malévolo e interesado, un verdadero sinvergüenza.
Esa
es mi forma de fascinar a las mujeres. Que el hombre que desee alcanzar su
fortuna en la vida recuerde esta máxima: el ataque es su único secreto.
Arriesgaos y siempre obtendréis algo del mundo…
El
haragán sin ambiciones pretende que no vale la pena adquirir la eminencia, se
niega a participar en la lucha y se llama a sí mismo filósofo. Lo único que
digo sobre este tipo de hombre es que es un cobarde y un pobre de espíritu.
¿Para qué es buena la vida sino para alcanzar honores? Y eso es algo tan
indispensable, que debemos conseguirlo de cualquier modo.
En
mi opinión, toda la cuestión estriba en que a veces compramos el dinero a un
precio demasiado alto.
De
aventura en aventura, Thackeray lleva a cabo una crítica tremenda de la
sociedad de su tiempo. Contra una sociedad como la británica que recomienda
unas actitudes, Thackeray nos describe a un individuo que prospera practicando
las actitudes contrarias.
Sí,
Redmon Barry es un verdadero sinvergüenza. Solamente le salva que sus víctimas
son personajes como él o peores, pero no siempre, porque Redmon Barry lo mismo
aplasta a un hombre rico y poderoso que es mezquino y cruel con el débil que a
un hombre virtuoso y trabajador, así que no temáis con una posible
identificación con él.
Comienza
la novela con una frase que puede parecer machista pero que para nada lo es si
se continúa con la lectura. Digamos que Redmon Barry es un mujeriego
impenitente pero a menudo sucede que son las mujeres la causa de su desgracia.
Desde
los días de Adán, apenas si se ha cometido algún mal en este mundo en cuyo
trasfondo no se encuentre una mujer.
En
fin, que no me quiero alargar mucho. Solamente recomendaros su lectura. Quizás
a algunos os pase como a mí, que no os acerquéis a ella mal influenciados por
la movie de Kubrick. Y en verdad os digo que esta novela contiene el universo
entero. No es especialmente larga pero lo contiene todo. No os defraudará.
Tiene una trama llena de aventuras que os atrapará irremediablemente, con un
lenguaje claro y preciso que nada tiene de arcaico, y con una estructura
moderna y atractiva. No hay nada en esta novela que haya pasado de moda, os lo
aseguro.
Incluso
hay certera crítica literaria, y eso que nunca podréis imaginaros a Redmon
Barry leyendo, si acaso cazando, jugando a cartas, bebiendo o peleando. Sirva este
fragmento como ejemplo de su elegante al tiempo que vertiginosa prosa.
Esas
personas ―me refiero a los novelistas―, toman por héroe a un simple tambor o a
un basurero, y se las arreglan de algún modo para ponerlos en contacto con los
principales lores y con las personas más notables del imperio. Y estoy seguro
de que no hay uno solo de ellos que, al describir la batalla de Minden, no se
las haya arreglado para introducir al príncipe Fernando, a milord George
Sackville y a milord Granby. Hubiera sido muy fácil para mí decir que estaba
presente cuando se ordenó a milord George que cargara con la caballería y
terminara con el avance de los franceses, y cuando se negó a hacerlo así, por
lo que echó a perder la gran victoria. Pero la verdad es que me encontraba a
dos millas de la caballería cuando milord dudó de aquel modo tan fatal, y
ninguno de nosotros, soldados de línea, supimos lo que había sucedido hasta que
hablamos del combate con los cocineros, aquella misma noche, y descansamos de
los trabajos de todo un día de lucha.
Aquel día no vi oficial de rango más alto que mi coronel
y un par de oficiales de órdenes cabalgando entre el humo ―aunque ninguno de
ellos estaba a nuestro lado―. Como pobre cabo que era, cual tenía la desgracia
de ser en aquellos momentos, no fui invitado a estar en compañía de los comandantes
y los altos cargos. Como contrapartida, os aseguro que tuve muy buena compañía
por parte francesa, pues sus regimientos de Lorena y de la Corbata Real
cargaron contra nosotros durante todo el día, y en este tipo de melée los
cargos elevados y los bajos son recibidos del mismo modo. No me gusta
fanfarronear, pero debo decir que llegué a conocer estrechamente al coronel de
las Corbatas, pues le metí mi bayoneta en su cuerpo y acabé igualmente con un
pobre abanderado…
…Además, maté a otros cuatro oficiales y hombres y en el
bolsillo del pobre abanderado tuve la suerte de encontrar una bolsa con catorce
luises de oro, y una caja de plata llena de ciruelas azucaradas, regalos éstos
que me fueron muy agradables. Si la gente contara sus historias de guerra de
este modo tan sencillo, creo que la causa de la verdad no sufriría nada con
ello.
También
me parecen muy adecuados sus comentarios históricos acerca de las guerras en
las que participa.
Se
necesitaría un filósofo e historiador mucho mejor que yo para explicar las
causas de la guerra de los Siete Años, en la que estaba involucrada Europa. Sus
orígenes me parecieron siempre tan complicados, y los libros que se escribieron
al respecto tan curiosamente difíciles de entender, que raramente he acabado un
capítulo sabiendo más que al principio. Así pues, no plantearé problemas al
lector ofreciéndole mis disquisiciones personales sobre el asunto.
Es
adecuado soñar con la gloria de la guerra sentado en un cómodo sillón, en el
hogar, o hacerlo como oficial, rodeado de caballeros magníficamente vestidos y
animados por las oportunidades de ascenso. Pero esas oportunidades no suelen
brillar para los pobres hombres de rangos inferiores.
No
es que el humor esté presente, sino que Redmon Barry vive la vida con un contundente
sentido del humor:
Fue
ella quien me enseñó a bailar el minué con solemnidad y gracia, sentando así
las bases de mi futuro éxito en la vida.
…y
si puedo evitar que alguno de vosotros se case, las Memorias de Barry Lyndon no
habrán sido escritas en vano.
―Señor
―le dije a mister Johnson, en respuesta a la imponente y erudita cita en griego
que pronunció― os imagináis que sabéis mucho más que yo porque citáis a vuestro
Aristóteles y a vuestro Platón, ¿pero podéis decirme qué caballo ganará la
semana que viene en Esom Downs? ¿Podéis correr seis millas sin jadear? ¿Podéis
dar en el blanco en el as de espadas diez veces, sin fallar ni una? Si podéis
hacer todo eso, habladme de Aristóteles y de Platón.
―¿Sabéis
vos con quién estáis hablando? ―rugió entonces el caballero escocés, mister
Buswell.
―Conteneos,
mister Buswell ―le aconsejó el anciano profesor―. No tenía ningún derecho a
fanfarronear de mi griego ante el caballero, y él me ha contestado muy bien.
―Doctor,
―le dije, observándole con una mirada zumbona―, ¿habéis brindado alguna vez por
una rima de Aristóteles?
―¡Oporto,
por favor! ―ordenó mister Goldsmith riendo.
Y
aquella tarde, antes de abandonar el local, nos tomamos seis rimas por
Aristóteles. Después, cuando conté la hitoria, se convirtió en un chiste usual,
de tal modo que, con el paso del tiempo, resultó normal oír decir en el
White’s, o en el Cocoa-tree:
―¡Camarero,
traedme una de las rimas del capitán Barry, por Aristóteles!
Todo
en Redmon Barry es elevado, incluso sus borracheras:
A
la mañana siguiente ya no me acordaba de lo sucedido. Lo había olvidado tan
completamente como se puede olvidar lo que nos ha ocurrido siendo niños de
pecho.
Mi
madre se sentía orgullosa de que yo pudiera beber más que ningún otro del país,
tanto, me decía, como había bebido mi propio padre.
En
fin, que no se me ocurren más motivos para que conminaros a la lectura de esta
enorme y sorprendente novela. Algunos no estarán de acuerdo conmigo, y que
conste que soy fan de Stanley Kubrick. Su película es buena, pero ni se os
ocurra restarle un ápice de mérito al gran William M. Thackeray.
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