Stanislaw
Lem fue nombrado miembro honorario de la Asociación de escritores
norteamericanos de ciencia-ficción y fantasía en 1973, y expulsado en 1976 tras
declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de baja calidad literaria y
estaba más interesada en el aspecto comercial que en desarrollar nuevas ideas o
formas literarias.
¿No
es curioso? A mí desde luego que me lo parece, y no seré yo quien pueda decir
que Lem carece de calidad literaria. Apenas hace un par de semanas que quedé
sobrecogido tras leer El hospital de la transfiguración y heme aquí ahora
comentando una novela de ciencia-ficción como es Solaris y encajándola sin pudor
en un blog de clásicos literarios. Estaba convencido de que al tiempo que
retomaba lecturas que me apasionaron en la adolescencia abordaba a uno de los
escritores más sorprendentes e incisivos de todo el siglo XX, y es que podemos
encasillar a Stanislaw Lem en la ciencia-ficción pero una y otra vez se nos
escapará cada vez que plantea, desde inverosímiles puntos de vista, todas
aquellas preguntas fundamentales que acosan al hombre como individuo al mismo
tiempo que como especie inteligente en un entorno universal.
No,
Solaris no tiene nada que ver con esos subproductos almibarados que nos ofrece
la ciencia-ficción de consumo. Solaris cumple perfectamente con esa dicotomía
que a veces falla, Solaris ofrece ciencia y ofrece ficción a partes iguales, y
lo hace desde planteamientos técnicamente poco reprochables.
Solaris
es una más de entre las novelas que analizan un posible “contacto” con otra
especie inteligente. Alguna que otra cosa he leído al efecto; a quién que guste
de leer y aprender no le llama la curiosidad. Desde luego que Lem hace un
análisis espectacular sobre la materia:
No
necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros
mundos. Con uno, ya nos atragantamos. Aspiramos a dar con nuestra propia e
idealizada imagen: habrá planetas y civilizaciones más perfectas que la
nuestra; en otras, en cambio, esperamos encontrar el reflejo de nuestro
primitivo pasado.
El
ser humano ha emprendido el viaje en busca de otros mundos, otras
civilizaciones, sin haber conocido a fondo sus propios escondrijos, sus
callejones sin salida, sus pozos, o sus oscuras puertas atrancadas.
Desde
luego que Solaris, más que resolver incógnitas, nos pondrá en la tesitura de hacernos
preguntas.
Fue
entonces cuando, de pronto, una niña regordeta, de unos quince años, de mirada
inteligente y resolutiva tras los cristales de sus gafas, preguntó:
―¿Y para qué sirve todo esto?
En medio
del incómodo silencio que siguió a la pregunta, únicamente la profesora miró
con severidad a su insubordinada alumna; ninguno de los solaristas que
realizaban la visita guiada, y entre los cuales estaba yo, supimos responderle.
El
hombre ha pasado milenios anhelando el “contacto” con otra inteligencia y
cuando se da nos encontramos con que dicho “contacto” quizás no sea posible:
―Sí. Del
Contacto. Creo que, en esencia, es increíblemente sencillo. El Contacto
significa un intercambio de experiencias, de términos o, al menos, de
resultados, de ciertos estados, pero ¿y si no hay nada que intercambiar? Si un
elefante no es una enorme bacteria, un océano no puede, por tanto, ser un
cerebro muy grande.
Entre
las fórmulas de la teoría de la relatividad, del teorema de campos magnéticos,
de la paraestática y en la hipótesis del campo cósmico unificado buscó indicios
del cuerpo humano, de la estructura de nuestro organismo, de las limitaciones e
imperfecciones de la fisiología animal del hombre; aquello llevó a Grattenstrom
a la conclusión definitiva de que el contacto del hombre con una civilización
no antropomorfa ni humanoide nunca había sido, ni sería posible.
O,
aunque sí sea posible, ¿merecerá la pena?
―¿Existen
más planetas de este tipo?
―No se
sabe. Tal vez sí, pero solo conocemos uno. En cualquier caso, este es muy poco
frecuente, al contrario que la Tierra. Nosotros somos de lo más común, ¡somos
el césped del universo! Y nos enorgullecemos de nuestra ordinariez, de que sea
tan vulgar; creíamos que podíamos abarcarlo todo. Es un esquema con el que
emprendimos, alegremente y con osadía, el camino: ¡otros mundos! ¿Qué son,
pues, aquellos otros mundos? Los dominaremos o seremos dominados, no había nada
más en esos desgraciados cerebros; ¡bah, no merece la pena! No vale la pena.
En
fin, si nos embarcamos en Solaris debemos hacerlo con la mente abierta y libre
de prejuicios, dispuestos a preguntarnos por las cuestiones últimas. Se trata
de filosofía, ¿de religión?:
La
solarística, decía Muntius, es un sucedáneo de religión de la era cósmica, fe
disfrazada de ciencia; el Contacto, el objetivo que pretende, no es menos vago
y oscuro que el trato con los santos o el sacrificio del Mesías. Empleando
fórmulas metodológicas, la exploración equivale a liturgia, el humilde trabajo
de los investigadores se traduce en espera de una epifanía, de una Anunciación,
ya que no existen, ni deben existir puentes entre Solaris y la Tierra.
Sí,
Solaris es una novela extraña, extraña para los que nunca leen ciencia-ficción
pero también para aquellos que no leen prácticamente otra cosa. Solaris supone
un abordaje directo y fabuloso a las preguntas últimas, esas que todos alguna
vez nos hemos hecho acerca de lo absurdo del Universo.
Una maravilla Solaris, también recomiendo La voz del amo, https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2012/10/la-maquina-y-flujo-supremos-del.html
ResponderEliminarDonde la inteligencia de Lem marea si te toma desprevenido.