…mi
memoria es de índole particular, buena y mala al mismo tiempo. Por un lado
obstinada y tenaz, pero por otro también increíblemente fiel. Se traga lo más
importante, tanto en lo que respecta a los acontecimientos como a los rostros,
tanto a lo leído como a lo vivido, dejándolo con frecuencia en lo más hondo, en
la oscuridad, y no devuelve nada de ese mundo subterráneo sin que uno ejerza
presión, sólo porque así lo requiere la voluntad.
El
narrador que nos hablará de Jakob Mendel, el de los libros, lleva a cabo una
fenomenal puesta en escena. Por casualidad recala en un café que le trae vagos
recuerdos. Fuerza a la memoria y recuerda que fue allí donde supo de Jakob
Mendel. Pero la memoria en este caso no es excusa ni mero accidente, sino
verdadera protagonista de esta historia, porque Mendel, el de los libros, es un
hombre que destaca por tener una memoria, digamos que, sobrehumana.
Sin
embargo, viene a suceder en el hombre que cuando desarrolla de forma
superlativa una de sus cualidades, las demás caen en la atrofia, de tal manera
que Jakob Mendel vive en la inopia:
Y
en efecto, Jakob Mendel no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor. Junto
a él alborotaban y vociferaban los jugadores de billar, corrían los marcadores,
repiqueteaba el teléfono. Barrían el suelo, encendían la estufa… Él no se
enteraba de nada. En una ocasión, un carbón al rojo vivo cayó fuera de la
estufa; y ya olía a chamuscado y humeaba el parqué a dos pasos de él, cuando,
alertado por el tufo infernal, uno de los parroquianos se dio cuenta del
peligro y a toda velocidad se abalanzó para extinguir la humareda. Pero él,
Jakob Mendel, a tan sólo dos pulgadas de distancia y ya tiznado por el humo, no
había notado nada, pues leía como otros rezan, como juegan los jugadores, tal y
como los borrachos, aturdidos, se quedan con la mirada perdida en el vacío. Leía
con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra
persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano. En
Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé por primera
vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace
tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate,
esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa.
En
realidad Jakob Mendel, más que un hombre:
…se
trataba de una enciclopedia, de un catálogo universal sobre dos piernas.
…leía
aquellos libros para entenderlos, en su contenido espiritual y narrativo. Tan
sólo su título, su precio, su aspecto, la página de créditos atraían su atención.
Las
personas no le interesaban, y de todas las pasiones humanas tal vez sólo
conocía una, por cierto, la más humana de todas, la vanidad.
…
el hecho de poder tener un valioso libro entre las manos significaba para
Mendel lo que para otros el encuentro con una mujer. Aquellos instantes eran
sus noches de amor platónico. Tan solo el libro, jamás el dinero, tenía poder
sobre él…
Gracias
a él me había acercado por vez primera al enorme misterio de que todo lo que de
extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a
través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime,
sagradamente emparentada con la locura.
Precisamente
yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio
aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable
reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
Y
termina esta reseña, o como ustedes prefieran llamar a esta selección de
fragmentos, que hay veces en que es mejor que hable el autor que un servidor,
que duda ninguna tengo de que lo hace mejor.
Concentración absoluta, interior.
ResponderEliminarObsesión completa. Contenido espiritual y narrativo. Voy comprendiendo mejor mi asunto.
Concentración absoluta, interior.
ResponderEliminarObsesión completa. Contenido espiritual y narrativo. Voy comprendiendo mejor mi asunto.