Sófocles
vive aproximadamente del año 496 al 406 a.C. uno de los períodos más convulsos
y exuberantes de la historia de la humanidad. Guerras Médicas y formación de un
Imperio ateniense que, partiendo de una democracia, somete (como tiranía) a
persas y otros pueblos así como a los mismos griegos, hasta la confrontación
devastadora entre Atenas y Esparta. Al mismo tiempo que se desarrolla una
sucesión tremenda de acontecimientos políticos se crean obras que serán eternas
en todos los órdenes de la vida: Sócrates y Platón, Demócrito, Heródoto y
Tucídices, Esquilo, Eurípides y el mismo Sófocles, Fidias, Mirón y Polícleto,
Pericles, Alcibíades… ¡qué más decir!
El
tema de Edipo entra en el terreno del mito, ya referenciado en la misma Odisea.
No entraré a resumirlo porque ya es de todos bien conocido. Valga decir que los
mismos griegos, espectadores de la tragedia de Sófocles, también conocían a la
perfección el transcurso de la historia en sus detalles más truculentos. Pese a
ello el autor utiliza magistralmente sus bazas para mantener al espectador
alerta y expectante ante los sucesos que agitan al más desgraciado de entre los
mortales.
Las
formas del teatro son primitivas, pues estamos ante el origen del teatro; hay
un prólogo y un coro que sirven a la narración.
Hay
ironía y sarcasmo:
TIRESIAS. ― ¡Ay,
ay! ¡El saber qué tremendo es cuando no reporta beneficio al que sabe!
Hay
sabiduría:
CREONTE. ―
…Todavía no ando tan trastornado que busque otras cosas que las bellas y útiles
a la vez. Ahora me llevo bien con todos, ahora todo el mundo me saluda, ahora
los que te necesitan a ti me llaman a mí, pues todo su éxito está aquí.
El
destino es tema principal de la obra. A lo largo de la historia la
idiosincrasia de los pueblos bascula entre el desprecio y la adoración de este
abstracto, desde la idolatría que le rinden los griegos hasta el desprecio más
absoluto de la ilustración, y me acuerdo aquí de la novela de Diderot, Jacques el fatalista. Por mi parte
considero el destino un tema enigmático, por el que me siento muy atraído.
Trato de quedarme en un término medio y considerar el destino un asunto que
tiene mucho que ver con la genética y la herencia, así como con el fondo social
y familiar que limita a los hombres hasta someterlos a una suerte de
predestinación.
Es
digno de ver cómo Edipo se encoleriza contra los adivinos:
EDIPO. ― Cuando
estaba aquí la perra (la Esfinge), que cantaba cuestiones bien urdidas, ¿cómo
no indicabas a estos tus conciudadanos alguna solución? Y, sin embargo,
descifrar el enigma no era cosa de un hombre que acababa de llegar, sino que
exigía el arte de la adivinación, que tú evidenciaste no haber aprendido ni de
las aves ni de ninguno de los dioses. En cambio yo, Edipo, el que según tú no sé
nada, nada más llegar le puse freno acertando con mi inteligencia y sin
aprenderlo de las aves,…
Y
cómo los hombres se resisten a su destino tratando de manipularlo a su antojo
sin éxito:
YOCASTA. ― ¿Por
qué había de temer un hombre en quien mandan las circunstancias de su destino y
cuya previsión no es clara en nada?
Y
a medida que la obra avanza, crece en tensión dramática, y no importa que
sepamos lo que va a suceder porque nos dejamos arrastrar por la tremenda
humanidad de los personajes:
YOCASTA. ― Te
aseguro que te quiero muy bien y por eso te aconsejo con cocimiento de causa lo
mejor.
EDIPO. ―
Entonces tienes que saber que ese mejor
me está irritando hace rato.
YOCASTA. ― ¡Oh
desdichado! ¡Ojalá nunca llegues a enterarte de quién eres!
EDIPO. ― ¿Irá
alguien y me traerá aquí al pastor? A ésa dejadla que se recree en su
acaudalada familia.
Imagino
(sin temor a equivocarme; que es muy probable que lo haga sin entrar de lleno
en academicismos) estas obras de arte como un acto social de suma importancia
para la sociedad, una manera de inculcar en los jóvenes una filosofía de vida,
de perpetuar unas costumbres y promover el temor y el respeto por la ley de los
hombres extrapolándola a la ley divina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario