Se
puede rastrear en la legislación para buscar una absurda justificación para la
guerra o para garantizar la aberrante primacía de una raza sobre la otra, se
puede incluso justificar el lanzamiento de dos bombas atómicas, o el rescate de
los prósperos bancos saqueando las esmirriadas cuentas del proletariado, todo
está permitido salvo contravenir el buen gusto de los honrados ciudadanos que
van a misa los domingos escribiendo un libro que se expresa sin tapujos acerca
de temas tan controvertidos como la masturbación o las veleidades sexuales
alimentadas por el instinto. Sí, se puede escribir de cualquier cosa siempre
que no se contravenga el buen tono.
Yo
no he encontrado nada de desagradable en esta novela. Tampoco se la encontraría
a ninguna otra que trate de desentrañar actitudes humanas. Que venga esta
opinión de mí carece de trascendencia porque otros han despreciado en mis propias
novelas aspectos similares. No hay tema soez o malsano en literatura, en todo
caso hay lectores más o menos sensibles al prejuicio.
Hay
una exageración contenida que le va muy bien al personaje, o quizás debiera
decir exageración forzada.
¿Dónde
está ese sano juicio aquella tarde en que yo volví de la escuela y encontré que
mi madre había salido de casa, y vi en nuestro refrigerador un grande y
purpúreo pedazo de hígado crudo?... Quiero confesar que aquélla…, aquello… no
fue mi primer pedazo. Mi primer pedazo lo tuve en la intimidad de mi propia
casa, enrollado en torno a mi pene en el cuarto de baño, a las tres y media, y,
luego, lo tuve de nuevo en el extremo de un tenedor, a las cinco y media, en
compañía de los demás miembros de aquella pobre e inocente familia. Mía.
Bien.
Ahora sabe la peor cosa que he hecho jamás. Jodí con la comida de mi propia
familia.
La
masturbación es un acto completamente natural, tanto en hombres como en
mujeres. La religión la ha convertido, en cambio, en un acto infame, y de ahí
que Roth la utilice como un buen punto de partida para llevar a cabo un ataque
en toda regla contra su propia religión judía, ataque que muy bien podría
servirnos para el resto de las religiones monoteístas. De hecho también hay
sarcasmo para con las extravagantes costumbres de los cristianos.
Pero
Roth no se contenta con la religión, también ataca al estado, a la hipocresía
de toda sociedad en su conjunto, a la familia, al matrimonio, a la educación, en
realidad Roth le da un auténtico repaso a todo lo que se mueve, y lo hace
tratando de ahondar en el prejuicio para liberarse de él, y lo hace ante el
juez más terrible y todopoderoso, ante sí mismo, aunque agite su conciencia
bajo la farsa de la consulta de un psicoanalista.
Y
dicho lo cual, y teniendo en cuenta cómo Roth lo dice, no me cabe sino aplaudir
e inclinarme ante el genio. Soy consciente de que hay un enorme número de
lectores a los cuales su lenguaje o temática les ha parecido desagradable e
incomestible. Me gustaría que hicieran un ejercicio de autoexamen y se
interrogaran acerca de asuntos tan propios del hombre como son el sexo o la
masturbación, y al mismo tiempo, si es que son capaces, de la institución de la
familia, el matrimonio o asuntos más mundanos como la educación, y que sacaran
conclusiones. Ya sé que pido peras al olmo, pero es que Roth lo hace, y muy
bien. Cierto que no nos pone el plato sobre la mesa sino que nos obliga a
aprender a cocinar, y a muchos lectores les gusta que se lo den servido.
La
novela arrebata desde un inicio. Tira de efectista pero al mismo tiempo es
efectivo. El personaje es introducido de una manera genial, y éste a su vez nos
mete la cabeza en su entorno familiar y social progresivamente, sin altibajos,
sin error.
Huelo
el aceite con que ella ha abrillantado los cuatro relucientes postes de la
cama, en la que duerme con un hombre que vive con nosotros por la noche y los
domingos por la tarde. Mi padre, dicen que es. En las puntas de mis dedos,
aunque ella los ha lavado con un paño húmedo y caliente, percibo el olor de mi
comida, de mi ensalada de atún.
En
realidad, las escenas más agresivas, que muchos lectores tildan de
desagradables, no son sino prolegómenos, fuegos artificiales triunfales que
sirven de entrada en el festival más crítico y sarcástico que pueda imaginarse.
¿He
mencionado que, cuando tenía quince años, me la saqué de la bragueta y empecé a
masturbarme en el autobús 107 de Nueva York?
Esta
introducción no es sino la excusa para hablar de las obligaciones inculcadas,
de las costumbres sociales más acendradas en nuestro espíritu y la lucha
enconada por la liberación del individuo.
Quizá
todo fue debido a la langosta. Roto tan fácil y sencillamente ese tabú, quizá
la confianza se inclinó del lado del suicida y dionisíaco de mi naturaleza; tal
vez aprendí la lección de que para infringir la ley todo lo que uno tiene que
hacer es ¡seguir adelante para infringirla! Todo lo que uno tiene que hacer es
dejar de temblar y de estremecerse y de encontrarlo inimaginable y fuera de sus
alcances: todo lo que uno tiene que hacer ¡es hacerlo! ¿Para qué otra cosa,
pregunto yo, eran todas esas reglas alimenticias prohibitivas, para qué sino
para proporcionarnos a los niños judíos práctica en ser reprimidos? Práctica,
amigo mío, práctica, práctica, práctica. La inhibición no crece en los árboles,
ya sabe; se necesita paciencia, se necesita concentración, se necesita un
dedicado y sacrificado progenitor y un niño aplicado y atento para crear en
sólo unos años un ser humano realmente reprimido.
Y,
aunque no seamos capaces de soportar la crítica hacia todo aquello en que más
creemos, nos quedará la convicción de que Philip Roth, a lo largo de toda la
novela, ante todo y sobre todo, lleva a cabo un profundo y espeluznante estudio
de sí mismo.
Estoy
marcado de pies a cabeza, como un mapa de carreteras, con represiones. Se puede
recorrer todo lo largo y lo ancho de mi cuerpo sobre amplias autopistas de
inhibición y miedo.
No
os quepa duda que Philip Roth escribe bien, porque fijaos que lo hace por necesidad,
escribe para sí mismo, y al hacerlo nos ofrece su yo, el regalo más preciado
que un escritor, que una persona, puede hacernos.
Una gran novela. La leí hace años y esta reseña tuya me ha hecho revivir, con mucho gusto, escenas y el tono general del libro.
ResponderEliminarUn beso.
Es una novela tremenda. Comencé a leerla hará como un año. La cogí prestada de la biblioteca pero la devolví porque consideré un sacrilegio leerla con prisas. Ahora conseguí una edición viejuna y la he disfrutado con pausa. A mi modo de ver la posición del autor es de una valentía que no es habitual de ver en este mundo literario tan superficial que nos rodea. Cualquier autor que trate de diferenciarse del mediocre ambiente literario ya merece mi aplauso.
EliminarHablo como si fuera una novedad, pero claro, el autor ¡vive!
Saludos, un beso y agradecido por el comentario.
Todo lo que he leído de él me ha gustado muchísimo. Un gran autor.
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