jueves, 6 de febrero de 2020

La quimera del oro, (1900-1908 aprox.), Jack London.




 London se lanza a la aventura en agosto de 1897, a los pocos meses del descubrimiento de la existencia de yacimientos de oro en Alaska. No hay final feliz. Pasa el invierno cerca de Dawson y, sin haber transcurrido ni siquiera un año completo, durante el deshielo primaveral, regresa en balsa, enfermo de escorbuto, recorriendo el curso del Yukón.
London tenía 22 añitos. No encuentra oro, pero es después de este viaje vital cuando se impone su vocación como escritor. Obviamente que su estancia en Alaska no fue tan larga como para convertirlo en un experimentado aventurero, pero cierto que London conoció la mordedura del frío.

Los relatos de London no destacan ni por su calidad técnica ni por la profundidad de sus personajes ni por nada similar. En cambio, nadie consigue como él atrapar al lector. Logra, en todos y cada uno de los relatos, que caminemos al lado de sus protagonistas, que pasemos frío, dolor, hambre o angustia. Por algún motivo llegó a ser el escritor más leído de su tiempo y su magia se conserva fresca hoy.
Por otro lado, yo no encuentro que London sea lectura en exclusiva para jóvenes, pero cierto que es perfecto para crear afición. Al tiempo que entretiene abre caminos para la reflexión, por lo cual sirve como ningún otro para la docencia.

No hay que tomarse los relatos como si fueran sucesos reales. Si así fuera tendríamos que llegar a la conclusión que la fiebre del oro en Alaska fue una sucesión de asesinatos y tragedias personales. Yo imagino que las condiciones de Alaska fueron durísimas, pero hay que tener en cuenta que London pone a sus personajes en situaciones límite para provocar excitación y escalofrío.
Si hay un elemento implacable que todos los relatos tienen en común, este es el frío.

«Donde las luces del Norte bajan por la noche para bailar sobre la nieve deshabitada.»

Luego está, naturalmente, el oro. London fabula y le añade su propia visión épica:

Como Argos en los tiempos antiguos,
Dejamos esta moderna Grecia,
Pomporrompompón, pomporrompompón.
Para esquilar el vellocino de oro.

Hay ironía. El hombre todopoderoso se ve atropellado constantemente por la naturaleza salvaje:

somos de esos que cuando llueve sopa nos pilla con el tenedor.

En uno de los mejores relatos, El hombre de la cicatriz, el miedo a que le roben el oro conduce a un hombre a la locura. Se deja llevar de premoniciones y extravía su oro, y solamente se acordará de dónde lo había escondido previamente en la más inesperada de las circunstancias. Para el recuerdo la moraleja sobre la avaricia.

Diablo es un relato que protagonizan, a partes iguales, un hombre y un perro, ambos violentos hasta la extenuación.

Ley de vida es el reflejo de la ley natural, el individuo se sacrifica por la supervivencia de la especie. Los viejos, los enfermos, los débiles, quedan atrás. Es un tema recurrente.

Amor a la vida es otro de esos relatos que permanecerán en nuestro recuerdo. Otro tema recurrente, la lucha del hombre por la supervivencia, el empuje del instinto en las circunstancias más adversas.

El filón de oro es quizás el relato que más me ha gustado por varias razones, fundamentalmente por ese contraste entre la belleza de la naturaleza salvaje y virgen y la intervención del hombre. Dice mi edición que no está ambientado en Alaska, así que supongo se trata de cualquier lugar de las Montañas Rocosas.
Un hombre afortunado encuentra un enorme filón en un río recóndito y solitario. Él solo explota la veta con meticulosidad, mostrando en la práctica cómo se llevaba a cabo la extracción de oro en un río.
El hombre es feliz en su ensimismamiento, tanto que se olvida de comer y de dormir:

¡Ojalá tuviera una luz eléctrica para seguir trabajando!

La hoguera es un relato escalofriante sobre el frío, sobre la muerte por congelación. Durante el invierno de Alaska, que duraba 8 meses, un hombre no podía viajar solo porque el riesgo era demasiado elevado ante cualquier contingencia. Me ha recordado a otro relato, Amo y criado, de Tolstói, escrito quizás media docena de años antes. Los dos relatos son inolvidables. El de London nos mantiene en vilo desde el primer instante. Sabemos que algo va a suceder y nos tememos lo peor.

Al volverse para seguir adelante, escupió meditabundo. Un chasquido agudo y explosivo le sorprendió. Escupió de nuevo. Y de nuevo, en el aire, antes de caer en la nieve, crujió la saliva. Sabía que a cincuenta bajo cero la saliva cruje en la nieve, pero esta saliva había crujido en el aire.

Sin embargo, a mi modo de ver, Tolstói es insuperable. Debería releerlo para hablar con mayor autoridad. Diríase que London nos presenta a un hombre muy poco humano, un hombre universal. Se centra en el enfrentamiento del hombre contra el frío. En cambio Tolstói genera todo un debate moral. El frío no es más que un imprevisto, lo verdaderamente importante es el enfrentamiento con la muerte. Quizás desvarío pero abro debate; requiere relectura.

Me ha parecido adecuado concluir con este documental, que nos ofrece una explicación geológica de la formación de las vetas de oro. La caja solo es tonta cuando se usa mal.




2 comentarios:

  1. Es un autor muy bueno que engancha al lector desde las primeras hojas. Me ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
    Un abrazo.

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