London
se lanza a la aventura en agosto de 1897, a los pocos meses del descubrimiento
de la existencia de yacimientos de oro en Alaska. No hay final feliz. Pasa el
invierno cerca de Dawson y, sin haber transcurrido ni siquiera un año completo,
durante el deshielo primaveral, regresa en balsa, enfermo de escorbuto,
recorriendo el curso del Yukón.
London
tenía 22 añitos. No encuentra oro, pero es después de este viaje vital cuando
se impone su vocación como escritor. Obviamente que su estancia en Alaska no
fue tan larga como para convertirlo en un experimentado aventurero, pero cierto
que London conoció la mordedura del frío.
Los
relatos de London no destacan ni por su calidad técnica ni por la profundidad
de sus personajes ni por nada similar. En cambio, nadie consigue como él
atrapar al lector. Logra, en todos y cada uno de los relatos, que caminemos al
lado de sus protagonistas, que pasemos frío, dolor, hambre o angustia. Por
algún motivo llegó a ser el escritor más leído de su tiempo y su magia se
conserva fresca hoy.
Por
otro lado, yo no encuentro que London sea lectura en exclusiva para jóvenes,
pero cierto que es perfecto para crear afición. Al tiempo que entretiene abre
caminos para la reflexión, por lo cual sirve como ningún otro para la docencia.
No
hay que tomarse los relatos como si fueran sucesos reales. Si así fuera
tendríamos que llegar a la conclusión que la fiebre del oro en Alaska fue una
sucesión de asesinatos y tragedias personales. Yo imagino que las condiciones
de Alaska fueron durísimas, pero hay que tener en cuenta que London pone a sus
personajes en situaciones límite para provocar excitación y escalofrío.
Si
hay un elemento implacable que todos los relatos tienen en común, este es el
frío.
«Donde
las luces del Norte bajan por la noche para bailar sobre la nieve deshabitada.»
Luego
está, naturalmente, el oro. London fabula y le añade su propia visión épica:
Como
Argos en los tiempos antiguos,
Dejamos
esta moderna Grecia,
Pomporrompompón,
pomporrompompón.
Para
esquilar el vellocino de oro.
Hay
ironía. El hombre todopoderoso se ve atropellado constantemente por la
naturaleza salvaje:
…somos de
esos que cuando llueve sopa nos pilla con el tenedor.
En
uno de los mejores relatos, El hombre de la cicatriz, el miedo a que le roben
el oro conduce a un hombre a la locura. Se deja llevar de premoniciones y
extravía su oro, y solamente se acordará de dónde lo había escondido
previamente en la más inesperada de las circunstancias. Para el recuerdo la
moraleja sobre la avaricia.
Diablo
es un relato que protagonizan, a partes iguales, un hombre y un perro, ambos
violentos hasta la extenuación.
Ley
de vida es el reflejo de la ley natural, el individuo se sacrifica por la
supervivencia de la especie. Los viejos, los enfermos, los débiles, quedan
atrás. Es un tema recurrente.
Amor a
la vida es otro de esos relatos que permanecerán en nuestro recuerdo. Otro tema
recurrente, la lucha del hombre por la supervivencia, el empuje del instinto en
las circunstancias más adversas.
El filón
de oro es quizás el relato que más me ha gustado por varias razones,
fundamentalmente por ese contraste entre la belleza de la naturaleza salvaje y
virgen y la intervención del hombre. Dice mi edición que no está ambientado en
Alaska, así que supongo se trata de cualquier lugar de las Montañas Rocosas.
Un
hombre afortunado encuentra un enorme filón en un río recóndito y solitario. Él
solo explota la veta con meticulosidad, mostrando en la práctica cómo se
llevaba a cabo la extracción de oro en un río.
El
hombre es feliz en su ensimismamiento, tanto que se olvida de comer y de
dormir:
¡Ojalá
tuviera una luz eléctrica para seguir trabajando!
La
hoguera es un relato escalofriante sobre el frío, sobre la muerte por
congelación. Durante el invierno de Alaska, que duraba 8 meses, un hombre no
podía viajar solo porque el riesgo era demasiado elevado ante cualquier
contingencia. Me ha recordado a otro relato, Amo y criado, de Tolstói, escrito quizás
media docena de años antes. Los dos relatos son inolvidables. El de London nos
mantiene en vilo desde el primer instante. Sabemos que algo va a suceder y nos
tememos lo peor.
Al
volverse para seguir adelante, escupió meditabundo. Un chasquido agudo y
explosivo le sorprendió. Escupió de nuevo. Y de nuevo, en el aire, antes de
caer en la nieve, crujió la saliva. Sabía que a cincuenta bajo cero la saliva
cruje en la nieve, pero esta saliva había crujido en el aire.
Sin
embargo, a mi modo de ver, Tolstói es insuperable. Debería releerlo para hablar
con mayor autoridad. Diríase que London nos presenta a un hombre muy poco
humano, un hombre universal. Se centra en el enfrentamiento del hombre contra
el frío. En cambio Tolstói genera todo un debate moral. El frío no es más que
un imprevisto, lo verdaderamente importante es el enfrentamiento con la muerte.
Quizás desvarío pero abro debate; requiere relectura.
Me
ha parecido adecuado concluir con este documental, que nos ofrece una
explicación geológica de la formación de las vetas de oro. La caja solo es tonta
cuando se usa mal.
Es un autor muy bueno que engancha al lector desde las primeras hojas. Me ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
ResponderEliminarUn abrazo.
Buen trabajo el tuyo. Abrazo de vuelta.
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