Más de una vez había
emprendido sin éxito la lectura de esta pequeña joya. No conocía a Goethe y mi
admirado Hesse me redirigía a él una y otra vez. Una buena prosa y la promesa
de un descalabro amoroso con trágico final no significaron suficiente acicate
para continuar. Quizás era eso, la fama excesiva, el conocer que desató una
plaga de suicidios, de imitaciones del joven Werther. Grande fue mi
equivocación, lógica también; olvidé que hay tantas lecturas como lectores.
Comienza la novela con
una somera descripción del carácter de Werther:
Por lo demás, la gente es
buena. Si algunas veces me entrego con ella a placeres que áun quedan a los
hombres, como son el charlar alegre, franca y cordialmente en torno a una mesa
bien servida, organizar una expedición al campo, un baile u otra diversión
cualquiera, me encuentro en mi elemento, con tal que no se me ocurra entonces
la idea de que hay en mí otra porción de facultades que debo ocultar
cuidadosamente, por más que se enmohezcan no ejercitándolas. ¡Ah!, esto
desgarra el corazón, pero el hombre nace para morir sin que le hayan conocido.
Aquí y allá se comienzan
a entrever perlas de sabiduría:
Cuantos se dedican a la
enseñanza convienen en que los niños no saben darse cuenta de su voluntad;
pero, por más que para mí sea una verdad inconcusa, no creerán muchos que los
hombres, como los niños, caminando a tientas sobre la tierra, ignorando de
dónde vienen y adónde van, son poco menos que autómatas y, exactamente como los
niños, se dejan gobernar con juguetes, confites y azotes.
De forma hermosa, ágil e
inteligente se nos describe el amor entre Werther y Charlotte. Se conocen
durante la ausencia del prometido de Charlotte, que está de viaje por asuntos
familiares. Debido a la honestidad de unos y otros, dicho amor nunca llega a
fructificar. Regresa Albert, el prometido de Charlotte y resulta ser, para el
joven Werther, un dechado de virtudes. Y eso es todo, se casan y Werther huye a
la ciudad para trabajar, para labrarse un porvenir.
Aquí termina el primer
libro y comienza el segundo, y aquí germina mi particular lectura.
Según se desprende de la
crítica general, el joven Werther se muestra incapaz de olvidar su amor por
Charlotte, lo cual le encaminará al suicidio. Sin embargo, a mí me parece obvio
que Werther supera perfectamente su desamor, pero lo que no llega nunca a superar
es su incapacidad para adaptarse a la sociedad.
Werther es un personaje
no tan extraño a la literatura, un hombre tan honesto y sincero que no soporta
la hipocresía de sus semejantes. Podríamos definir a Werther como un hombre
sensible y virtuoso que, inmaduro para la sociedad, se muestra incapaz de
guardar las formas. Obviamente que la sociedad no conoce la piedad y castiga
este extraño tipo de intolerancia.
Este es el primer párrafo
del libro segundo:
Llegamos ayer. El
embajador está indispuesto y guardará cama algunos días. Si al menos fuera un
hombre de buen trato, todo marcharía bien. Veo que la suerte me ha reservado
rudas pruebas; pero, ¡ánimo! Un carácter ligero lo soporta todo. ¡Un carácter
ligero! Risa me da al ver que esta frase se ha escapado de mi pluma. ¡Ah!, si
yo fuera algo más superficial, sería el hombre más feliz de la tierra. Pero,
¡no! Otros, pobres de fuerza y de espíritu, se pavonean delante de mí con aire
de suficiencia, y yo me aburro con mi superioridad y mis conocimientos. Tú,
Señor, que me has dado estos bienes, ¿por qué no me negaste la mitad de ellos
concediéndome, en cambio, la confianza y satisfacción de mí mismo?
El amor por Charlotte
pasa inmediatamente a lugar secundario. Ahora lo es todo la inadaptación a la
sociedad de un adolescente. Quiero entender (aquí, insisto, introduzco mi
particular lectura) que si al joven Werther le hubiera ido bien en la mundana
sociedad, tarde o temprano hubiera encontrado otra mujer que le hubiera ayudado
a olvidar aquel maravilloso primer amor. De hecho Charlotte, al final de la
historia, le llega a reprochar al muchacho que no hubiera sido capaz de
reponerse, de casarse con otra mujer, pero para entonces nuestro joven
protagonista ya está del todo perdido. Werther en ningún momento encontró el
camino para darle la vuelta a su inadaptación.
No soporta aquello que
nos da el sustento, su trabajo:
Y toda la culpa es de los
que me habéis amarrado a este yugo, contándome maravillas de la actividad.
¡Actividad! Remaría voluntariamente diez años más en la galera donde ahora
estoy sujeto, si el que no tiene otra ocupación que la de plantar patatas y el
que va a vender sus granos a la ciudad no hiciera más que yo.
A Werther le irrita la
división social, la hipocresía, la lucha de los unos contra los otros.
¡Necios!, no ven que el
lugar no significa nada y que el que ocupa el primer puesto hace muy pocas
veces el primer papel. ¡Cuántos reyes gobernados por sus ministros! ¡Cuántos
ministros por sus secretarios! ¿Y quién es el primero? Yo creo que aquel cuyo
ingenio domina al de los demás, de que por su carácter y destreza convierte las
fuerzas y las pasiones ajenas en instrumentos de sus deseos.
Desgraciadamente, Werther
es tan sincero que se muestra incapaz de ocultar el desprecio que siente por sus
semejantes, por las convenciones sociales. Ello le convierte en el centro de la
atención, el objetivo de los cuchicheos y la maledicencia
Y como ahora, donde
quiera que me presento, oigo decir que los que me envidian baten palmas; que me
citan como un ejemplo de lo que sucede a los presuntuosos que se creen
autorizados para prescindir de todas las consideraciones porque están dotados
de algún ingenio, y oigo, además, otras majaderías semejantes, de buena gana me
clavaría un cuchillo en el corazón. Digan lo que digan de los caracteres
despreocupados, yo querría saber quién es el que puede sufrir que tanto bellaco
murmure de él de este modo. Sólo cuando carece de fundamento la murmuración es
fácil depreciar a los murmuradores.
Después encuentro otro
párrafo interesante, especialmente en su parte final, donde se define muy bien
a nuestro protagonista:
Estoy ahora en la casa de
campo del príncipe. Se vive muy bien con este hombre: es la verdad y la
sencillez personificada, pero está rodeado de gente singular que no acabo de
comprender. Sin tener el aspecto de unos bribones, les falta el talento de los
hombres de bien. Algunas veces me parecen muy respetables, y, sin embargo, no
llego a fiarme de ellos. Me molesta que el príncipe hable con frecuencia de
cosas que ha oído decir o que ha leído, copiando siempre servilmente lo que lee
y lo que oye. Añade a esto, que tiene en más mi talento que mi corazón, este
corazón, única cosa de que estoy orgulloso, única fuente de toda fuerza, de toda
felicidad y de todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé, cualquiera lo puede saber;
pero mi corazón lo tengo yo solo.
Es a partir de aquí cuando
Werther regresa en busca de Charlotte, como si pudiera significar ésta la
salvación de todos sus males. Abandona la posibilidad de medrar en sociedad
para volver a su localidad de origen, diríase que se rinde.
Una buena parte de la
novela, para mí la más dramática, describe la angustiosa caída.
Sólo Dios sabe cuántas
veces me he dormido con el deseo y la esperanza de no despertar jamás. Y al día
siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol y siento de nuevo el peso
de mi existencia.
¡Ah! ¿Por qué no soy uno
de esos maniquíes que se amoldan a todo, a todo, menos a sí mismos? Entonces,
al menos, el insoportable fondo de mi desolación no pesaría sobre mí más que a
medias. Por desgracia, comprendo que la culpa es únicamente mía. ¡La culpa!
Pero ya Werther está
desequilibrado, y diríase que todo lo que toca lo destruye. Progresivamente,
también en el pueblo comienza a ser rechazado por los unos y los otros. Sus
actos no guardan equilibrio con la marcha de los asuntos propios de nuestra
sociedad “civilizada”. Toca fondo cuando también Charlotte se vea obligada a
rechazar su presencia.
Se dice Werther:
A veces pienso: «Tu destino no tiene igual: comparados contigo,
los demás hombres son felices; porque jamás mortal alguno se vio atormentado
como tú.»
Igual me estoy
equivocando, y resulta que no he hecho otra cosa que redundar en lo obvio, o
quizás se trate de un buen ejemplo de la maleabilidad de los clásicos. Perfecta
lectura para iniciarse en Goethe. Toda la trascendencia de esta novela no es
casualidad, sino fruto de su profundidad. A mi modo de ver, guarda hoy toda su frescura.
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