miércoles, 18 de agosto de 2021

Ensayos, (XVI) Michel de Montaigne

 




La crítica conforma la opinión, siempre más poderosa que la razón. Muy pocos son los que gustan de formar, menos aún formular, su propia opinión, humanistas como Montaigne.

Echando un vistazo por la red no se encuentra otra cosa que críticas halagadoras. A mí personalmente me ha resultado una lectura interesante, que he llevado a cabo de forma pausada, al tiempo que intercalada con otras lecturas. Cierto que no creo que hoy haya muchos lectores capaces de disfrutar de Montaigne, todavía menos fuera de Francia. Personalmente me parece exagerado considerar los Ensayos como libro de cabecera. Cierto que yo he llevado a cabo una lectura más bien superficial, y que en una segunda lectura haría una importante selección. Pero más que por el contenido, yo destaco de los Ensayos el espíritu.

Esto se explica mejor en cualquier introducción a Montaigne que aquí, Humanismo y Renacimiento frente a la escolástica medieval. Los ensayos no son otra cosa que una expresión del yo, un “conócete a ti mismo”. En este sentido, no creo que haya sido Montaigne el creador de los ensayos, aunque supongo que se puede explorar al efecto. Desde luego que la forma moderna del ensayo tiene su origen en Montaigne.

El caso que Montaigne charla acerca de todo lo que le rodea, de aquello que le inquieta, y lo hace desde un punto de vista racional. Podremos observar que no siempre acierta, pero lo importante no es el resultado sino el punto de vista, el espíritu interrogativo, la reflexión.

 

Expongo aquí fantasías, informes e indecisas, como hacen aquellos que publican dudosas cuestiones a debatir en las escuelas; no para establecer la verdad sino para buscarla.

 

Observamos que su espíritu resulta incuestionable, pero no tanto cuando opina, como por ejemplo cuando ataca la traducción de la Biblia a lenguas diferentes del latín:

 

Creo también que la libertad de cada cual de dispersar palabra tan religiosa e importante en tantas clases de idiomas, encierra mayor peligro que utilidad. Los judíos, los mahometanos, y casi todos los demás reverencian y han esposado la lengua en la que se concibieron sus misterios originariamente, y prohíben alterarla o cambiarla no sin razón.

 

A mí, personalmente, me parece que la traducción de la Biblia, promovida por los disidentes del catolicismo, a las lenguas romances, es siempre positiva.

Lo mejor de Montaigne está en esa sinceridad con la que se dirige a sí mismo, o sea, a nosotros:

 

Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo ni estudio sino mi propia persona.

 

Los ensayos se muestran de forma progresiva, cada vez más deliciosamente autobiográficos. Difíciles de catalogar en su tiempo, hoy encuentran fácil acomodo en la categoría de ensayo.

Importante apuntar que Montaigne recibió una exquisita educación, en latín, y de su conocimiento de los clásicos viene la estructura de los ensayos. Constan todos ellos de una introducción, luego de la cita ejemplarizante de casos que se dieron en la antigüedad clásica, después ejemplos modernos, contemporáneos a Montaigne, que tienen lugar en Francia y su entorno europeo. A tener en cuenta que Montaigne ocupó un puesto importante en la sociedad francesa de la segunda mitad del XVI, alcalde de Burdeos y mediador en las guerras de religión.

Montaigne hace suyo el principio Socrático: “Conócete a ti mismo”. El espíritu general de los ensayos está en la línea del estoicismo, de Séneca y Marco Aurelio, en la búsqueda de la templanza y la autodisciplina. Montaigne fue gran admirador del griego Plutarco, el de las Vidas paralelas y también el de los Moralia, que precisamente se acercaban mucho a lo que hoy llamamos “ensayo”.

 

Vivir, conducirme convenientemente, esta es mi ciencia.

 

Poco más que decir. Yo sentí la necesidad de acudir a Montaigne por un asunto tan prosaico como una opinión suya acerca del ajedrez. La opinión mayoritaria ensalza el juego del ajedrez, mientras que Montaigne se sale, de forma atrevida, por la tangente:

 

¿Qué cuerda de la mente no toca y usa ese juego simple y pueril? Lo odio y rehúyo por no ser bastante juego, y por entretenernos demasiado seriamente, avergonzándome de prestarle una atención que convendría a alguna cosa buena.

 

Recomendaría leer una selección de ensayos, aunque obvio que no hay mejor selección que la propia. Sigamos el camino que sigamos terminaremos por conocer al maestro. No se arredre el lector ante el tamaño, pues no es necesario leerlo todo, ni tampoco seguir un orden estricto. Por poner un ejemplo, uno de los ensayos, “Apología de Raimundo de Sabunde”, ocupa al menos doscientas páginas y no es en absoluto imprescindible.

 

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