sábado, 31 de diciembre de 2022

Siddharta (1922), Hermann Hesse

 

La búsqueda de la sabiduría no es algo exclusivo del mundo oriental. Supongo es una maldición que persigue a unos pocos hombres, insatisfechos con lo que les depara la sociedad.

 

¿Acaso no era también uno de los que buscan siempre sedientos?

 

Siddharta parecía estar a menudo cerca del mundo celestial, pero nunca lo había alcanzado completamente. Jamás había saciado su última sed.

 

Siddharta tenía un fin, una meta única: deseaba quedarse vacío, sin sed, sin deseos, sin sueños, sin alegría ni penas. Deseaba morirse para alejarse de sí mismo, para no ser él, para encontrar la tranquilidad en el corazón vacío, para permanecer abierto al milagro a través del pensamiento puro; ése era su objetivo. Cuando su yo se encontrase vencido y muerto, cuando se callasen todos los vicios y todos los impulsos de su corazón, entonces tendría que despertar lo último, lo más íntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran secreto.

 

Para alcanzar las mieles de la sabiduría, Siddharta abandona su condición social privilegiada de brahmán. Se hace mendigo y vaga por ahí, acompañado de su fiel amigo Govinda; son los denominados samanas, que abrazan la pobreza para alcanzar el yo. Sin embargo Siddharta se desengaña rápidamente del arte de los samanas.

 

―¿Qué significa el arte de ensimismarse? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué representa el ayuno? ¿Qué se pretende al detener la respiración? Se trata sólo de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor del ser, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis encuentra el arriero en la posada cuando bebe algunas copas de aguardiente de arroz o de leche de coco fermentada. Entonces ya no siente su yo, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve narcosis. Dormido sobre su copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que Siddharta y Govinda después de largos ejercicios.

 

Luego encuentra a Buda, pues vive el mismo tiempo que Siddharta. Su compañero Govinda se queda con Buda, pero Siddharta sigue buscando su camino. Estas son las palabras que le dirige a Buda.

 

―Ni un momento he dudado de que tú fueras el Buda, de que hubieras llegado a la meta, al máximo, hacia el que tantos brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en camino. Has encontrado la redención de la muerte. La has hallado con tu misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos, meditaciones, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una doctrina! Yo pienso, majestuoso, que nadie encuentra la redención a través de la doctrina. ¡A nadie, venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu iluminación!

 

Esto es importante. La sabiduría se alcanza a través de un infructuoso camino vivido, no se puede enseñar o aprender, no se transmite.

Buda le da la razón, aunque justifica su vida y el enjambre de seguidores que tiene.

 

―¿Has visto el conjunto de mis samanas, de mis muchos hermanos, que han aceptado la doctrina? ¿Y crees tú, samana forastero, que para todos ellos sería mejor abandonar la doctrina y volver a la vida del mundo y de los placeres?

 

Siddharta es consciente de que, para encontrar su propio destino, debe abandonar a Buda y seguir su propio camino.

Siddharta da un giro completo a su situación y abraza la vida ordinaria de los hombres, conoce el amor y las riquezas.

 

Y con todo ello, los envidiaba. Sentía cada vez más celos, a medida que se iba pareciendo más a ellos. Codiciaba lo único que a él le faltaba y que los hombres tenían: la importancia que lograban dar a su existencia, la pasión de sus alegrías y temores, la dulzura inquietante y su constante capacidad de amar. Vivían enamorados de sí mismos, de sus mujeres, de sus hijos, de su honor, o de su dinero; esos seres, siempre se hallaban llenos de planes y esperanzas.

 

Alcanzar la condición de hombre normal le lleva muchos años, y cuando de nuevo le alcanza el hastío, lo abandona todo para vivir al lado de un humilde barquero que de alguna manera compara Siddharta con el Buda. Siddharta vuelve a alcanzar la humildad ayudando a los hombres a cruzar el río con su barca.

 

Cuando cruzaban viajeros corrientes, gentes infantiles, comerciantes, guerreros, mujeres… ya no le eran tan extraños como antes. Aun sin compartir sus ideas y opiniones, los comprendía y se interesaba por su vida, que no se guiaba por raciocinios y conocimientos, sino únicamente por instintos y deseos. Ahora sentía igual que ellos.

 

No les faltaba nada. El sabio y el filósofo sólo les aventajaba en un pequeñísimo detalle: la conciencia, la idea consciente de la unidad de toda la vida.

Y Siddharta llegaba a veces a dudar de si esa idea o conocimiento tenía valor, o si quizá se trataba también de otra necedad de los humanos pensadores. En todo lo demás, los seres comunes eran iguales a los sabios, incluso los superaban con frecuencia; como también los animales, al obrar con fortaleza y tenacidad son en ocasiones superiores a los humanos.

 

Al final Siddharta encuentra en el río, con el barquero, la sabiduría, el OM, la perfección, y con ella la felicidad, la serenidad. Digamos que Siddharta, ya viejo, encuentra su destino, el Nirvana, hasta convertirse en un ser perfecto. Sin embargo, como bien sabemos ya, la sabiduría no se transmite, no se puede explicar, así que las conclusiones las tiene que hacer cada lector.

 

 

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