La
búsqueda de la sabiduría no es algo exclusivo del mundo oriental. Supongo es
una maldición que persigue a unos pocos hombres, insatisfechos con lo que les
depara la sociedad.
¿Acaso
no era también uno de los que buscan siempre sedientos?
Siddharta
parecía estar a menudo cerca del mundo celestial, pero nunca lo había alcanzado
completamente. Jamás había saciado su última sed.
Siddharta
tenía un fin, una meta única: deseaba quedarse vacío, sin sed, sin deseos, sin
sueños, sin alegría ni penas. Deseaba morirse para alejarse de sí mismo, para
no ser él, para encontrar la tranquilidad en el corazón vacío, para permanecer
abierto al milagro a través del pensamiento puro; ése era su objetivo. Cuando
su yo se encontrase vencido y muerto, cuando se callasen todos los vicios y
todos los impulsos de su corazón, entonces tendría que despertar lo último, lo
más íntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran secreto.
Para
alcanzar las mieles de la sabiduría, Siddharta abandona su condición social
privilegiada de brahmán. Se hace mendigo y vaga por ahí, acompañado de su fiel
amigo Govinda; son los denominados samanas, que abrazan la pobreza para
alcanzar el yo. Sin embargo Siddharta se desengaña rápidamente del arte de los
samanas.
―¿Qué
significa el arte de ensimismarse? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué
representa el ayuno? ¿Qué se pretende al detener la respiración? Se trata sólo
de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor del ser, una breve narcosis
contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve
narcosis encuentra el arriero en la posada cuando bebe algunas copas de aguardiente
de arroz o de leche de coco fermentada. Entonces ya no siente su yo, ya no
experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve
narcosis. Dormido sobre su copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que
Siddharta y Govinda después de largos ejercicios.
Luego encuentra a Buda, pues vive el mismo
tiempo que Siddharta. Su compañero Govinda se queda con Buda, pero Siddharta
sigue buscando su camino. Estas son las palabras que le dirige a Buda.
―Ni
un momento he dudado de que tú fueras el Buda, de que hubieras llegado a la
meta, al máximo, hacia el que tantos brahmanes e hijos de brahmanes se hallan
en camino. Has encontrado la redención de la muerte. La has hallado con tu
misma búsqueda, con tu propio camino, a través de pensamientos, meditaciones,
ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has encontrado a través de una
doctrina! Yo pienso, majestuoso, que nadie encuentra la redención a través de
la doctrina. ¡A nadie, venerable, le podrás comunicar con palabras y a través
de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu iluminación!
Esto
es importante. La sabiduría se alcanza a través de un infructuoso camino
vivido, no se puede enseñar o aprender, no se transmite.
Buda le da la razón, aunque justifica su vida y
el enjambre de seguidores que tiene.
―¿Has visto el conjunto de mis samanas, de mis
muchos hermanos, que han aceptado la doctrina? ¿Y crees tú, samana forastero,
que para todos ellos sería mejor abandonar la doctrina y volver a la vida del
mundo y de los placeres?
Siddharta
es consciente de que, para encontrar su propio destino, debe abandonar a Buda y
seguir su propio camino.
Siddharta
da un giro completo a su situación y abraza la vida ordinaria de los hombres,
conoce el amor y las riquezas.
Y
con todo ello, los envidiaba. Sentía cada vez más celos, a medida que se iba
pareciendo más a ellos. Codiciaba lo único que a él le faltaba y que los
hombres tenían: la importancia que lograban dar a su existencia, la pasión de
sus alegrías y temores, la dulzura inquietante y su constante capacidad de
amar. Vivían enamorados de sí mismos, de sus mujeres, de sus hijos, de su
honor, o de su dinero; esos seres, siempre se hallaban llenos de planes y
esperanzas.
Alcanzar
la condición de hombre normal le lleva muchos años, y cuando de nuevo le
alcanza el hastío, lo abandona todo para vivir al lado de un humilde
barquero que de alguna manera compara Siddharta con el Buda. Siddharta vuelve a
alcanzar la humildad ayudando a los hombres a cruzar el río con su barca.
Cuando
cruzaban viajeros corrientes, gentes infantiles, comerciantes, guerreros,
mujeres… ya no le eran tan extraños como antes. Aun sin compartir sus ideas y
opiniones, los comprendía y se interesaba por su vida, que no se guiaba por
raciocinios y conocimientos, sino únicamente por instintos y deseos. Ahora
sentía igual que ellos.
No
les faltaba nada. El sabio y el filósofo sólo les aventajaba en un pequeñísimo
detalle: la conciencia, la idea consciente de la unidad de toda la vida.
Y
Siddharta llegaba a veces a dudar de si esa idea o conocimiento tenía valor, o
si quizá se trataba también de otra necedad de los humanos pensadores. En todo
lo demás, los seres comunes eran iguales a los sabios, incluso los superaban
con frecuencia; como también los animales, al obrar con fortaleza y tenacidad
son en ocasiones superiores a los humanos.
Al
final Siddharta encuentra en el río, con el barquero, la sabiduría, el OM, la
perfección, y con ella la felicidad, la serenidad. Digamos que Siddharta, ya
viejo, encuentra su destino, el Nirvana, hasta convertirse en un ser perfecto. Sin
embargo, como bien sabemos ya, la sabiduría no se transmite, no se puede
explicar, así que las conclusiones las tiene que hacer cada lector.
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