El cambio climático me ha parecido siempre un tema apasionante, es interdisciplinar; prehistoria, geografía, geología y un montón de disciplinas afines especializadas. Me atrevo a decir, a riesgo de que me tilden de negacionista, que no me convencen mucho las explicaciones científicas que se dan acerca de la cuestión de que sea la acción humana la responsable de la intensificación del cambio climático. En realidad, la explicación más recurrente es la siguiente: “cada vez más científicos están de acuerdo en ello”.
No hace mucho que veía un programa por televisión en que un científico mostraba sus papeles y trataba de corregir opiniones equívocas al respecto (a tener en cuenta que los tertulianos que hablan por la tele quizás ni saben distinguir entre clima y tiempo atmosférico), pero no pudo argumentar nada porque un montón de supuestos científicos enfurecidos casi que querían quemarlo en la hoguera.
Puntualicemos. Incluso a Galileo Galilei se le sometió a un juicio científico en el que se le ofreció la posibilidad de argumentar y demostrar sus teorías. Parece ser que hoy, igual que ayer, existen dificultades para argumentar y demostrar. Dicho de otra manera, pareciera que el cambio climático es cuestión de fe, porque si nos atenemos a las demostraciones científicas, insisto, dejan mucho que desear.
Sí, claro que todos estamos de acuerdo en que la acción antrópica es un verdadero desastre. Somos demasiados, rompemos todo lo que tocamos y no mostramos ningún respeto por la naturaleza y el resto de las especies; en eso estamos casi todos de acuerdo y yo soy el primero en defender al medio ambiente. Pero me pregunto, qué relevancia le damos a la verdad, o cuando menos a la búsqueda de la verdad, y a las formas que adoptamos para llegar a ella.
Aquí entra por fin el libro que traigo a colación, que habla mucho de eso de las teorías y los paradigmas, o sea, de ese momento en que la mayoría de los científicos se ponen de acuerdo, hasta que llegan esos genios o científicos rupturistas que son capaces de enfrentarse a la mayoría con sus teorías revolucionarias.
No es una lectura sencilla, sí un interesantísimo ensayo para aquellos que tengan inquietudes acerca de cómo funciona la ciencia. Un poco de filosofía, para variar. Pongo aquí un ejemplo, en el que se diferencia entre ciencia normal y extraordinaria, dando como resultado la definición de revolución científica.
La ciencia normal, la actividad en que, inevitablemente, la mayoría de los científicos consumen casi todo su tiempo, se predica suponiendo que la comunidad científica sabe cómo es el mundo. Gran parte del éxito de la empresa se debe a que la comunidad se encuentra dispuesta a defender esa suposición, si es necesario a un costo elevado. Por ejemplo, la ciencia normal suprime frecuentemente innovaciones fundamentales, debido a que resultan necesariamente subversivas para sus compromisos básicos. Sin embargo, en tanto esos compromisos conservan un elemento de arbitrariedad, la naturaleza misma de la investigación normal asegura que la innovación no será suprimida durante mucho tiempo. A veces, un problema normal, que debería resolverse por medio de reglas y procedimientos conocidos, opone resistencia a los esfuerzos reiterados de los miembros más capaces del grupo dentro de cuya competencia entra. Otras veces, una pieza de equipo, diseñada y construida para fines de investigación normal, no da los resultados esperados, revelando una anomalía que, a pesar de los esfuerzos repetidos, no responde a las esperanzas profesionales. En esas y otras formas, la ciencia normal se extravía repetidamente. Y cuando lo hace ―o sea, cuando la profesión no puede pasar por alto ya las anomalías que subvierten la tradición existente de prácticas científicas― se inician las investigaciones extraordinarias que conducen por fin a la profesión a un nuevo conjunto de compromisos, una base nueva para la práctica de la ciencia. Los episodios extraordinarios en que tienen lugar esos cambios de compromisos profesionales son los que se denominan en este ensayo revoluciones científicas. Son los complementos que rompen la tradición a los que está ligada la actividad de la ciencia normal.
Parece que todos sabemos cómo funciona la ciencia y la investigación, pero a menudo sucede que ni los propios científicos conocen las herramientas de su oficio. Es más, como dice Kuhn:
Los estudiantes de ciencias aceptan teorías por la autoridad del profesor y de los textos, no a causa de las pruebas. ¿Qué alternativas tienen, o qué competencia?
Incluso va más allá, y arguye Kuhn, que el asentamiento de los paradigmas, de los grandes esquemas o modelos científicos, depende en ocasiones de temas tan subjetivos como la persuasión:
Como en las revoluciones políticas sucede en la elección de un paradigma: no hay ninguna norma más elevada que la aceptación de la comunidad pertinente. Para descubrir cómo se llevan a cabo las revoluciones científicas, tendremos, por consiguiente, que examinar no sólo el efecto de la naturaleza y la lógica, sino también las técnicas de argumentación persuasiva, efectivas dentro de los grupos muy especiales que constituyen la comunidad de científicos.
Una reflexión de Planck es profundamente expresiva:
Y Max Planck, pasando revista a su propia carrera…, escribió con tristeza que “una nueva verdad científica no triunfa por medio del convencimiento de sus oponentes, haciéndoles ver la luz, sino más bien porque dichos oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza con ella”.
No
me siento capacitado para dar muchas explicaciones, pues todavía tengo que digerir parte de lo que Kuhn explica. Le doy más importancia a la reflexión que he
llevado y a la búsqueda paralela de información. La ignorancia es tan audaz que
cree el ciudadano medio que la ciencia funciona como las matemáticas, y cuando
a alguien le interesa decir que la ciencia ya lo ha demostrado, se acabó la
discusión.
Para Kuhn, en cambio, la ciencia es hija de su tiempo, de tal manera que las diferentes escuelas científicas ven el mundo de manera diferente y, por ende, tienen una manera diferente de practicar el método científico. Aunque todo parezca racional, Kuhn habla de un elemento arbitrario, compuesto de incidentes personales e históricos como uno de los ingredientes de formación de las creencias de una comunidad científica en un momento determinado. De alguna manera Kuhn pone en evidencia la irracionalidad del progreso científico:
Hago de la ciencia una actividad subjetiva e irracional.
Muy valiente Kuhn, qué duda cabe. Un ensayo verdaderamente revelador. Cuando un paradigma (modelo o patrón aceptado comunmente por los científicos) triunfa entre la comunidad científica, se convierte en disciplina y pasa a estudiarse en las universidades, entrando así en la actividad académica. De ahí surgen libros de texto, tesis doctorales..., lo que denominamos ciencia normal. Los científicos tratarán de defender las leyes del paradigma ante cualquier ataque que pueda recibir. Dicho paradigma se convierte en dogma, como una religión. Dicho paradigma solo será surpimido cuando aparezca otro rival más capaz. Entonces el consenso científico se verá disminuido, dicho paradigma entrará en crisis y surgirá uno nuevo a través de una revolución científica.
En definitiva, y permítanme un final un tanto escatológico, replantearse las cosas es sano, y si no, como acostumbran a decir en el mundo anglosajón, "comamos mierda, millones de moscas no pueden estar equivocadas".
Hola. Excelente reseña. Felicitaciones.
ResponderEliminarMuy interesante tu blog. Un placer conocerlo.
EliminarMuchas gracias por tomarse la molestia. Reciba un saludo cordial.
EliminarNinguna molestia, sino todo lo contrario. No es fácil encontrar un blog con tantas lecturas paralelas a las mías, especialmente de los autores rusos.
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