martes, 28 de marzo de 2023

La feria de las vanidades (1848), William Thackeray

 

Novela publicada por entregas (en 20 mensualidades), lo cual se hace notar. Está el estilo del narrador, que constantemente se dirige a nosotros mostrándonos que el mundo es una feria de vanidades, y está la profusión de detalles en lo que respecta a vestimentas, viviendas, diálogos y vida en sociedad.

 

…en la feria de las vanidades, un título y un coche tirado por cuatro caballos son juguetes mucho más apreciados que la felicidad.

 

Al principio nos choca la multiplicidad de personajes que nos son presentados, pero luego nos vamos a haciendo con todos ellos.

A Thackeray se le considera un misógino empedernido, pero hay que tener en cuenta que se trata del siglo XVIII, y más aún que se trata de una historia protagonizada por mujeres. La indiscutible estrella de la novela es una mujer, la inolvidable Becky Sharp, aunque reza el subtítulo de la novela: “una novela sin héroe”. Por sí sola, Becky Sharp bien merece una lectura, pues es uno de esos personajes mencionados continuamente en la historia de la literatura universal. Es un ser perverso, inmoral, carente de escrúpulos, pero al mismo tiempo inteligente, sutil, seductora, de tal manera que no podemos evitar dejarnos arrastrar por su influjo. Todo apunta a un final moral al más puro estilo dickensiano, pero no cae Thackeray en tanto maniqueísmo.

Al lado de Becky Sharp, la otra estrella, Amelia Sedley, palidece; es su antítesis, una mujer inocente y tímida. Diríase que estamos ante una novela picaresca, Becky Sharp en el lugar de Barry Lyndon. Los maridos son tímidos coprotagonistas de la novela, casi comparsas. Si el comportamiento de la mujer se trata de forma sarcástica, no menos le sucede al comportamiento del hombre; Thackeray pone al hombre y a la mujer al mismo nivel de condenación. Estamos ante una novela dinámica y alegre, pero de un escepticismo desgarrador. La sociedad en su conjunto es hipócrita, e incluso los personajes bondadosos tienen sus puntos oscuros, como son los casos de Amelia Sedley o el buen capitán Dobbin.

 

Algún francés un tanto burlón dijo una vez que en todo asunto amoroso intervienen dos partes: una que ama y otra que se digna ser amada. Puede ocurrir que el amor parta unas veces del hombre y otras de la mujer.

 

¿No es cierto que las mujeres siempre prefieren un calavera a un afeminado?

 

Las mejores de entre todas las mujeres (le había oído yo decir a mi abuela), son hipócritas. Lo que ignoramos es la cantidad de cosas que ocultan, el grado de vigilancia que están ejerciendo cuando más despreocupadas nos parecen, la frecuencia con que convierten sus francas sonrisas en trampas destinadas a seducir o desarmar, o la intensidad de sus reiteradas expresiones apasionadas. Y no me estoy refiriendo a las simples coquetas, sino a las que suelen considerarse como modelos de buenas esposas y dechados de virtudes femeninas. ¿Quién no ha tenido ocasión de ver a una mujer disimular la falta de ingenio de un marido estúpido, o aplacar las furias de un esposo en exceso violento? Nosotros aceptamos esta bondadosa esclavitud, y elogiamos por ella a la mujer, llamando autenticidad a esta especie de agradable simulación. Una buena ama de casa ha de ser un tanto embaucadora.

 

Pronto olvidamos que se trata de una obra sarcástica. Yo creo que el sarcasmo nos inunda de tal manera, desde el minuto uno, que nos satura. Sucede que se naturaliza la hipocresía, el interés que mueve la conducta humana. Bueno, como en la vida misma.

Como síntesis de la lectura, decir que se me ha hecho un tanto espesa (Barry Lyndon me resultó mucho más divertida). Me pensé en un principio el abandonarla, por lo voluminoso y repetitivo, pero llevé a cabo una lectura atenta, quizás por pundonor. El blog ayuda. Cierto que sus personajes son más creíbles y realistas que los de Dickens, aunque carece de chispa y del efecto sorpresa.

Al final es inevitable cierto poso moral, aunque se aprecia el respeto por la picardía de Becky Sharp, lo cual yo creo que nos place, pues la simpatía que se desprende del escritor por su personaje es contagiosa.

Pese a los peros, me quedan las ganas de conocer algunas de las obras menos conocidas de Thackeray, por eso de contrariar a la crítica, ese tan sano ejercicio.

 

Este empeño por tener siempre razón, sin dudar ni vacilar un solo segundo, ¿no es acaso una de las grandes cualidades con las que la falta de inteligencia gobierna el mundo?

 

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