sábado, 30 de septiembre de 2023

Diario de un mal año (2008), J.M. Coetzee

 

El peor libro del maestro que he leído por el momento, y pese a ello he encontrado fragmentos fascinantes.

El concepto de novela es quizás demasiado amplio. Se trata de una mezcla de ensayo y novela en la que predomina con mucho el contenido político, filosófico, humanístico en definitiva. El autor nos acerca sus opiniones acerca del hombre, de la política actual en comparación con otras épocas, de las diferencias entre occidente y otras sociedades. De hecho el texto se divide en dos partes, que a su vez transcurren entrelazadas, Opiniones contundentes una y Segundo diario, la otra, mucho más corta. En realidad decir opinión es un equívoco, pues Coetzee lo disecciona, lo racionaliza todo. Sí, Coetzee navega solo, no delega nada en la seguridad de la manada.

Digamos que el autor pretende suavizar la parte ensayística mezclándola con una historia un tanto peculiar en la que se supone que uno de los protagonistas, el señor C, es el propio Coetzee. La trabazón entre ensayo y novela resulta evidente porque el señor C es un escritor que ha recibido como encargo la participación en un volumen en el cual compartirá sus opiniones con otros cinco escritores de renombre. Por lo tanto los ensayos alternan con la relación del escritor con una atractiva vecina y su amante.

Sin embargo, esa evidente unión se pierde a lo largo de la lectura resultando partes completamente desconectadas que rompen tanto la lectura de los ensayos como de la trama. Resulta difícil para el lector fusionar las dos partes, seguir al mismo tiempo los ensayos, que son contundentes, y la trama dramática. Diríase que sería mejor leer ambas partes por separado.

Cierto que la impronta de Coetzee, su estilo trágico, la decrepitud que aporta la vejez, están ahí, y que algunos de los ensayos son interesantes, aunque invitan más a una lectura pausada, entrecortada, a saltos, que a una lectura continua.

 

Las escenas de celebración en masa, como las que se han producido en Inglaterra, me proporcionan un atisbo de lo que me he perdido en la vida, aquello de lo que me he excluido al insistir en ser la clase de persona que soy, la alegría de pertenecer a una masa (de estar integrado en ella), de ser arrastrado por las corrientes del sentimiento de las masas.

¡Menudo descubrimiento para alguien que nació en África, donde la masa es la norma y el solitario la aberración!

De joven, nunca me permití dudar de que solamente de un yo desvinculado de la masa y crítico hacia ella podía surgir el auténtico arte. El arte que he logrado producir, sea cual fuere, de una u otra manera ha expresado esta desvinculación e incluso se ha enorgullecido de ella. Pero ¿qué clase de arte ha sido al final? El arte que no tiene el alma grande, como dirían los rusos, que carece de generosidad, no logra celebrar la vida, carece de amor.


Y uno también le está agradecido a Rusia, a la Madre Rusia, por presentarnos con tan indiscutible certidumbre los niveles hacia los que todo novelista serio debe esforzarse, incluso sin la menor posibilidad de alcanzarlos: el nivel del maestro Tolstoi por un lado y el del maestro Dostoievski por el otro. Siguiendo su ejemplo uno se convierte en mejor artista. Aniquilan tus pretensiones más impuras, te aclaran la visión; fortalecen tu brazo.

 

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