sábado, 23 de agosto de 2025

El barón rampante (1957), Italo Calvino.

 


Hace tiempo que conocí a Calvino por su ensayo Por qué leer los clásicos. Hasta ahora no me acerqué a una de sus novelas, probablemente porque ha entrado en el selecto club de las lecturas obligatorias del bachillerato.

La verdad que la he disfrutado, con sus luces y sus sombras. Es divertida, dinámica, aunque a ratos en exceso disparatada.

Cósimo es un joven barón de trece años, de la clase privilegiada, que se niega un día a comerse un plato de caracoles y, en señal de protesta, se sube a un árbol y promete que nunca bajará. No es una simple rabieta porque la relación con sus padres es difícil. El caso que nunca bajará de los árboles.

Es de imaginar al escritor haciendo verosímil su propuesta, extendiendo el campo de acción del protagonista, que se mueve entre los árboles como pez en el agua sin llegar a pisar el suelo. Crea su propia casa sobre los árboles, consigue comida mediante la caza o la recolección de frutos, y también crea su propia ropa con las pieles de los animales que caza. Vive grandes aventuras sobre los árboles, disfrutando de una visión diferente que los demás y alcanzando un conocimiento que nadie posee. Se traslada a otros lugares a través los bosques, conoce el amor, lee libros, conversa con gentes variopintas, se enfrenta a piratas y ladrones.

Sobre el significado de la novela, los hay que hablan sobre una alegoría de la vida, de la libertad o de la valentía a la hora de ser una persona original pese a quien le pese. 


Un libro aparentemente corto y fresco, que no sé yo hasta qué punto es apropiado para incentivar a los jóvenes a la lectura o para iniciarse con los clásicos, pero puedo asegurar que los jóvenes hablan del libro con cariño y respeto.

El parecer es la segunda parte de una trilogía, Nuestros antepasados, conformada además por las novelas El vizconde demediado y El caballero inexistente, que me suenan de verlas por ahí.

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