Da igual que le llamemos relato largo o novela corta, el caso que La muerte de Iván Ilich es una novela escrita de forma magistral y que, al mismo tiempo, se lee de un tirón.
Lev
Tolsói nos informa primero de la muerte de Iván Ilich, a partir de su funeral,
y después se las arregla para que nos interesemos por cómo fue su vida y el
transcurso de la terrible y dolorosa enfermedad que nos lo arrebata. Sin
grandes alardes la trama se articula de tal manera que nos impele a querer
conocer la trayectoria y conclusión de un personaje del que ya conocemos su
cruel destino. ¿Ahí radica el genio de los escritores rusos? Uno se siente
impelido a leer capítulo tras capítulo pero sin sufrir de la nociva ansiedad
que provocan las tramas trepidantes. Yo prefiero que la novela me permita
detenerme para reflexionar, y es que el tema de esta novela no es otro que la
muerte y la vida, la suerte de angustia que nos provoca el sentido de la vida y
su correcto aprovechamiento.
Tolstói
nos sienta ante una escena sobrecogedora al tiempo que cotidiana, un hombre que
se deja arrastrar por la corriente. Aparentemente obtiene el éxito profesional
y social; se casa bien y obtiene un alto puesto dentro de la Administración
rusa. La vida, sin embargo, no es lo sencilla y satisfactoria que Iván Ilich
esperaba.
La
transparencia con la que nos es transmitida su vida y su agónica muerte nos
sobrecoge y sobresalta. No podemos permanecer indiferentes ante este relato, no
creo que nadie sea capaz de leerla sin aplicarse el cuento, sin reflexionar
acerca de la rectitud de sus actos.
Sin
embargo, ¿las convenciones sociales nos agarrotan de la misma manera que a Iván
Ilich? Probablemente sí, pero eso es algo que debemos plantearnos cada uno de
nosotros tras su lectura.
Unos
fragmentos:
Aparte
de las consideraciones que esta muerte suscitó en cada uno acerca de traslados
y posibles cambios en los empleos, el hecho en sí del fallecimiento de una
persona muy conocida despertaba en todos, como siempre, un sentimiento de
alegría, pues resulta que “ha muerto otro y no yo”.
Si
es así, se decía, y dejo la vida con la conciencia de que he malogrado cuanto
se me había concedido y que ya no es posible reparar la falta, ¿qué pasa, en
este caso?
Según
el doctor, los sufrimientos físicos del enfermo debían ser terribles, y ello
era verdad; pero más terribles eran aún sus sufrimientos morales, y en ellos
radicaba su principal tortura.
Yo
me quedo con una última reflexión dirigida a los escritores, que somos legión.
Quiero pensar que esta novela permanecerá en mi memoria, que será una de esas a
las que vuelvo una y otra vez, y eso me sucede cada vez que descubro una
historia que me obliga, que me impele a escribir.
Excelente invitación para recuperar la lectura de este clásico. Fantástica reseña y labor. Saludos
ResponderEliminarSe agradece el comentario. Esa es la idea.
EliminarSaludos de vuelta.
Es una obra sobrecogedora, que da miedo. Miedo de verdad, miedo del bueno, del que te estremece hasta la médula porque sabes que lo allí se cuenta es verdad, la verdad, la única verdad que deberíamos tener en cuenta. Pero no, vivimos sin atender lo que nos insinúan, lo que nos dicen, lo que nos gritan los pocos sabios que en el mundo han sido.
ResponderEliminarProbablemente uno de los libros más importantes que se hayan escrito.
Un saludo.
Me alegro de no ser el único que quedó sobrecogido tras su lectura.
EliminarTolstói ofrece buen alimento, y con una presentación exquisita. Lo prefiero a la comida rápida ;-)
Saludos y gracias por pasarte y más por el comentario :)