Pero
amarse toda la vida, vamos, señores, afirmo que no se da más que en las novelas
y que es un cuento para niños. Amar a una persona toda la vida es afirmar que
una vela puede dar luz eternamente.
Quizás
sea esta la tesis que da origen a Sonata a Kreutzer, a partir de la cual Tolstói
discurre acerca del matrimonio, el sexo, los celos o el amor. Pero, ¡ojo!, que
al mismo tiempo que desbarra nos atrapa, nos enreda en una trama que no deja de
ser la excusa de Tolstói para explayarse a gusto.
No es más que una impresión, que me la ha dejado honda, y
muy grata, esta pequeña novela del maestro ruso.
Comienza por el final. De manera espontánea se inicia la
típica conversación en el compartimento de un tren, acerca de los tiempos que
corren… Entonces Tolstói introduce la cuestión del matrimonio. Algunos
pasajeros opinan, la conversación se torna interesante, pero parada tras parada
se va vaciando el compartimiento hasta que solamente quedan dos pasajeros,
Poznysev, protagonista único y narrador que hila la historia porque, en
definitiva, la novela es la historia de su vida.
A
mi parecer, Tolstói inventa una buena excusa para poner sobre la mesa sus ideas
sin hacerlas cien por cien suyas. Quizás, hoy, sería insuficiente y exigiríamos
una estructura narrativa menos imperfecta, pero, como dice Edith Wharton, “en
cuestión de crítica literaria las modas cambian con la misma rapidez que en el
vestir”.
Digamos que, desde el punto de vista moderno (y repito
que ni soy, ni lo pretendo, experto en literatura), se exige que el narrador
aporte más verosimilitud. Poznysev nos cuenta su vida sin apenas pausa mientras
el narrador permanece callado y, solamente rara vez, apostilla lo ya dicho para
dar pie a nuevos argumentos. Nos queda claro bien pronto que lo único que
importa es el transcurrir de los acontecimientos y las reflexiones de nuestro
buen Poznysev, aunque hoy nos parecería increíble que hablara sin la
participación de su interlocutor. De alguna manera me recuerda al Marlow
conradiano cuando, por ejemplo, en El Corazón de las tinieblas un grupo de
marineros escucha sin chistar dejándose contar la legendaria historia de Kurtz.
Pero,
obviando detalles, la historia nos parece creíble y la seguimos perfectamente
en su transcurrir, arrebatados cuando Poznysev le dice a su interlocutor:
―Entonces,
¿quiere usted que le cuente mi vida?
Y
comienza el formidable ataque a la institución del matrimonio, articulado en la
vida de Poznysev de forma sistemática hasta un clímax criminal que ya conocemos
porque es público y porque el mismo Poznysev lo confiesa desde el inicio.
Primero habla de los jóvenes que atraviesan la pubertad y la adolescencia, a
través de un reflejo de la sociedad de su tiempo, la prostitución, la
hipocresía que lo encubre todo.
Los
10 mandamientos son para recitarlos delante de los curas.
Cualquier
reflexión de Poznysev es tan discutible como razonable. No sale en defensa de
las prostitutas, pero las iguala al resto:
Nos
hallamos sumidos en un abismo tal de embustes, que es necesario, para que nos
enteremos de la verdad, que nos caiga una teja sobre la cabeza.
Si
comparáis a esas desventuradas con las mujeres de la clase más elevada, ¿qué
veis? Los mismos tocados, actitudes uniformes, perfumes semejantes, escotes
idénticos: brazos al aire y pechos al descubierto…
Unas
y otras sólo buscan la atracción. Diré claramente que la mujer que cae sólo por
interés, es despreciada de todos… la que peca toda la vida obtiene el respeto
general.
Es
aquí cuando veo la utilidad del narrador desconocido, y de Poznysev, para
evitar la identificación de Tolstói con la extraña, ¡y aguda! filosofía que
vierte en la novela.
Las
jóvenes semejan la mercancía de un almacén en que los hombres tienen la entrada
libre para escoger a su gusto. Las muchachas esperan allí, reflexionando
interiormente y sin atreverse a decir en voz alta:
¡Escójeme
a mí, querido, y no a esa otra! ¡Mira mis hombros y todo lo demás!
La
exageración le viene pintiparada para seguir explorando. Llega a comparar la
actitud de la mujer con la de los judíos:
“Nos
permitís que nos dediquemos al comercio? De acuerdo; pues, por medio de los
negocios, llegaremos a dominaros”, dicen los judíos.
“¿No
queréis ver en nosotras más que un objeto sexual? Sea, pues por los sentidos os
haremos nuestros”, dicen, a su vez, las mujeres.
La
desgracia de nuestro protagonista Poznysev le lleva a desarrollar una extraña
filosofía del amor en la que incluso cuestiona la perpetuación de la especie, a
favor como quien dice de la propia extinción del hombre
Luego
habla de la luna de miel, de los hijos, de la lucha por el dominio entre hombre
y mujer, ¡de los celos!
Qué
más decir, llenaría varias páginas con sorprendentes citas de la novela. ¡Leed
a Tolstói!
Excelente reseña. Contagia entusiasmo para lanzarse a la lectura de esta obra de Tolstói. Bravo.
ResponderEliminarQuizás pase con los clásicos como con todas esas cosas a las que cuesta un poco acostumbrarse pero luego son las que provocan sensaciones más provechosas...
EliminarApuntado en la lista. Leí por primera vez a Tolstói siendo muy joven, quizás demasiado, y empecé por "Guerra y paz". Reconozco que se me hizo pesado. Ana Karenina fue diferente, ya había visto la peli. Ahora quiero leer a Tolstói y a Dostoievski de manera más pausada y más profunda. Quiero sacarle todo el jugo. Gracias por la reseña.
ResponderEliminarA mí me pasó lo mismo que a ti. La verdad que tengo que volver a leer Guerra y Paz.
EliminarNo siempre que reseño un clásico lo recomiendo, porque hay gustos... No hay más que leer entre líneas, y si hay entusiasmo, se nota. En este caso sí que lo recomiendo sin tapujos. Tanto este como la muerte de Iván Ilich son novelas que te hacen reflexionar pero a partir de tramas que se leen bien, en las que el autor consigue enganchar al lector. A mí me han sorprendido mucho las dos.
Saludos :)