Aún
no he leído La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy pero lo haré a no
muy tardar. Llegué a esta curiosa novela a través de una recomendación de
Voltaire, si no directa cuando menos cruzada.
Me
extraña que ocupe tan poco espacio en la Wikipedia cuando dice ésta de él que:
Es sin duda uno de los escritores más innovadores e influyentes de la literatura. Nietzsche dice de Sterne que "es el escritor más libre de todos los tiempos", y "el gran maestro del equívoco... ése es su propósito, tener y no tener razón a la vez, mezclar la profundidad y la bufonería... Hay que rendirse a su fantasía benévola, siempre benévola". Sterne anticipa muchos de los recursos narrativos de las vanguardias literarias de fines del siglo XIX e inicios del XX, en gran medida lo suyo es una suerte de monólogo interior que preanuncia el de Joyce.
A
mí me ha recordado de alguna manera a la magnífica filosofía del viajero que
desprende El cielo protector de Paul Bowles, pero Sterne va mucho más allá ¡dos
siglos antes!
Sterne
se mofa de los escritores de viajes coetáneos que ofrecen información objetiva
e impersonal de los lugares que visitan dando prioridad a las impresiones
personales del propio viajero, a las gentes. Una referencia al Quijote me viene
pintiparada.
…y
mucho dolor de corazón me ha costado ciertamente, y en muchas ocasiones, el
observar cuántos pasos equivocados ha dado el viajero inquisitivo para ver
sitios y examinar descubrimientos que, como le dijo Sancho Panza a don Quijote,
podría haber visto a pie enjuto y en casa.
El
viaje sentimental viene a significar un recorrido a través de personas y
anécdotas, ya sean éstas insignificantes o grandilocuentes. Valga como ejemplo
que durante varios capítulos Sterne divaga sobre la profunda huella que le deja
el encuentro con una desconocida:
Descubrí
que perdía considerablemente en cada ataque. Ella tenía unos ojos negros de
mirada rápida que salía disparada entre dos filas de pestañas tan largas y
sedosas, y de forma tan penetrante, que me llegaba al corazón y a los riñones.
Al
mismo tiempo visita el París monumental o Versalles sin hacer ni la más mínima
referencia a su esplendor, mientras que se detiene a contarnos la historia de
un vendedor de patés que resulta ser un héroe de guerra.
Sterne
explica esto mismo mucho mejor que yo:
Pero
sí desearía, proseguí, espiar la desnudez de sus corazones y, a través de los
diferentes disfraces de costumbres, climas y religión, descubrir lo que en
ellos hay de bueno y moldear el mío a su semejanza, y por eso he venido.
Es
esa la razón, Monsieur le Conde, proseguí, de que no haya visto el Palais
Royal, ni el Luxemburgo, ni la fachada del Louvre, ni haya intentado exaltar
los catálogos que tenemos de cuadros, estatuas e iglesias. Concibo a todo ser
hermoso como un templo, y preferiría entrar en su interior y ver los dibujos
originales y los bocetos imprecisos que cuelgan en él, antes que la mismísima
transfiguración de Rafael.
Nada
más que decir. Podríamos argüir que el viaje de Sterne no tiene un significado
práctico porque nuestros encuentros y anécdotas no serán los mismos que los de
Sterne, pero, en definitiva, los tiempos y las personas cambiamos tan poco…
Creo
que puedo ver las marcas precisas y distintivas de los caracteres nacionales en
estas absurdas minutiae mejor que en
los más importantes asuntos de estado; en ellos los grandes hombres de todas
las naciones hablan y se pavonean con tanta similitud que no daría yo nueve
peniques por escoger entre ellos.
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