Un
joven escritor norteamericano viaja a Inglaterra para conocer a su más admirado
escritor, el autor de la novela Beltraffio. Naturalmente que, cuando se
encuentran, sus conversaciones giran en torno a la literatura, pero luego todo
se viene a embrollar porque entran en escena la mujer, la hermana y el hijo
del escritor. Finalmente, la visita del joven al genio tendrá efectos
demoledores.
El
niño está mimado y enfermo, y vive sobreprotegido por la madre,
curiosamente, de su padre. La madre teme la muerte moral de su hijo antes que
su muerte física. Se crea un ambiente irreal en el que la literatura de un
genio puede dañar a su propio hijo con su influencia nociva.
La
verdad sea dicha que me he quedado un tanto desconcertado después de leer esta
pequeña novela. Quizás estructuralmente esté lejos, a mi modo de ver, de otras.
No destaca tampoco por esa introspección psicológica tan típica de James por su
profundidad, aunque sí que es cierto que cada descripción de escenario sirve a
la caracterización de los personajes, y sin embargo en este caso es la riqueza
de la temática la que me ha hecho meditar. Se pone sobre la mesa la cuestión
del arte por el arte, la importancia del contenido y la forma, la vacuidad de
la crítica literaria o simplemente la recepción de los escritos por parte de
familia e hijos (naturalmente controvertida cuando se trata de una literatura
compleja y no de mero entretenimiento).
Nada
aclara mejor que unos fragmentos:
―Me
temo que cree usted que sé mucho más sobre el trabajo de mi marido de lo que
realmente sé. No tengo ni la menor idea de lo que está haciendo. ―Y después
añadió, en un tono ligeramente diferente, mucho más claro, lo que era tan sólo
un esbozo de su terrible confesión―: No leo lo que escribe.
Me
temo que me adjudica usted ideas que me son ajenas. No tengo ese interés por
los borradores de mi marido. ¡Considero sus escritos sumamente censurables!
―Cuando
uno tiene hijos, lo que escribe se convierte en una gran responsabilidad.
―Los
niños son críticos terribles ―respondí prosaicamente―. Me alegro de no tener
hijos.
Todos
estos temas se entremezclan y cualquiera diría que El autor de Beltraffio no es
sino una excusa para darnos de comer crítica literaria.
Es
una mujer muy amable, extremadamente educada, recta y lista y con un tremendo
sentido común sobre una gran cantidad de asuntos. Y sin embargo, su concepto de
novela (me lo ha explicado en una o dos ocasiones y no se desenvuelve mal del
todo en la exposición) es tan falso que me hace enrojecer.
Si
se va a dedicar a esto, hay algo que debería saber de antemano, le puede
ahorrar unos cuantos desengaños. Hay odio por el arte, odio por la literatura.
Me refiero al tipo genuino, porque las farsas, ¡esas se las tragan sin
pestañear!
Esta
era la primera vez que le oía mencionar a las personas que no podían soportar
leerle, ese grupo de gente que uno cree que pesa tanto en la conciencia del
hombre de letras.
Y
aunque para él, como me imagino que les ocurrirá a todos los artistas sensatos,
el acto de ejecución contenía tormento y alegría por igual, veía el resultado
formarse igual que la luna creciente, y se prometía llenar el círculo.
Muy buenos tu reseña y comentario. Es duro que no telean los más cercanos; creo que se debe sentir como si uno fuera medio tramposo con su intimidad. Un saludo
ResponderEliminarGracias por lo que me toca.
EliminarNadie es profeta en su tierra. En mi caso, mi padre siempre ha dado por sentado que nunca leerá una de mis novelas. En su descargo que no ha leído nunca una novela, pero no es plato de buen gusto.
Saludos.
Como siempre, estupenda invitación a la lectura. En mi caso, que no me lean mis allegados es un enorme alivio, siento un padecimiento extremo cuando veo a mi mujer echándole un vistazo a mis relatos o cuando algún amigo se pasa por el blog. Saludos!
ResponderEliminarEn mi caso no tengo problemas. Supongo que será que escribo desde las entrañas ;-) Todo depende de lo que uno escriba. Pasa también como con todo, que cuando llevas mucho tiempo escribiendo tomas otra perspectiva...
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