Fernando
Ossorio es un personaje atormentado. Busca un remedio a lo que puede ser algún
tipo de neurosis que le impide dormir, llevar a cabo las tareas ordinarias,
disfrutar del día a día. La novedosa, en su día, técnica barojiana se nos
revela en todo su esplendor para describirnos a Ossorio a través de diálogos,
encuentros con otros personajes.
Un
día que encontró a un antiguo condiscípulo suyo, le explicó lo que tenía y le
preguntó después:
―¿Qué
haría yo?
―Sal de
Madrid.
―¿Adónde?
―A
cualquier parte. Por los caminos, a pie, por donde tengas que sufrir
incomodidades, molestias, dolores…
Fernando
pensó durante dos o tres días en el consejo de su amigo, y viendo que la
intranquilidad y el dolor crecían por momentos, se decidió. Pidió dinero a su
administrador, cosió unos cuantos billetes en el forro de su americana, se
vistió con su peor traje, compró un revólver y una boina, y una noche, sin
despedirse de nadie, salió de casa con intención de marcharse de Madrid.
Lo
fundamental, la filosofía de los personajes, el sentido de la vida e incluso sus
actitudes políticas, todo se nos presenta en forma de diálogos. A mi modo de
ver, la filosofía de Baroja se entrevé en la indefinición, en la relatividad:
―¿Y qué
ideal es ese tuyo tan grande?
―¡Qué sé
yo! Se habla siempre con énfasis y exagera uno sin querer. No me creas; yo no
tengo ideal ninguno, ¿sabes? Lo que sí creo es que el arte, eso
que nosotros llamamos así con cierta veneración, no es conjunto de reglas, ni
nada; sino que es la vida: el espíritu de las cosas reflejado en el espíritu
del hombre. Lo demás, eso de la técnica y el estudio, todo es m…
Hay
quien ve en esta novela una sátira del mismo título de Santa Teresa, del siglo
XVI. Lo dejo para los académicos. Lo que sí observo es un viaje espiritual, algo
comparable a lo que hoy significa el Camino de Santiago. De hecho la novela
está subtitulada como “Pasión Mística”, y cierto que hay un progreso a lo largo
de la novela, un progreso con múltiples y bruscos altibajos.
En
todo momento Baroja busca un sentido poético, a veces logrado, otras veces no
tanto, pero desde luego que a través de un estilo muy personal:
¡Qué
hermoso poema el del cadáver del obispo en aquel campo tranquilo! Estaría allá
abajo con su mitra y sus ornamentos y su báculo, arrullado por el murmullo de
la fuente. Primero, cuando lo enterraran, empezaría a pudrirse poco a poco: hoy
se le nublaría un ojo, y empezarían a nadar los gusanos por los jugos vítreos;
luego el cerebro se le iría reblandeciendo, los humores correrían de una parte
del cuerpo a otra y los gases harían reventar en llagas la piel: y en aquellas
carnes podridas y deshechas correrían las larvas alegremente…
Un
día comenzaría a filtrarse la lluvia y a llevar con ella substancia orgánica, y
al pasar por la tierra aquella substancia se limpiaría, se purificaría,
nacerían junto a la tumba hierbas verdes, frescas y el pus de las úlceras
brillaría en las blancas corolas de las flores.
En
todo momento Baroja, a su manera, ensalza la vida del campo enfrentándola a la
de la ciudad:
La
gente tornaba de pasear, de divertirse, de creer, por lo menos que se había
divertido, pasando la tarde aprisionado en un traje de domingo, bailando al
compás de las notas chillonas de un organillo.
En
los tranvías, hombres, mujeres y chicos, sudorosos, llenos de polvo, luchaban a
empujones a brazo partido, para entrar y ocupar el interior o las plataformas
de los coches, y cuando éstos se ponían en movimiento, rebosantes de carne, se
perdían de vista pronto en la gasa de calor y de polvo que llenaba el aire.
Las
temáticas son múltiples, tantas como las reflexiones de los personajes. Hay
alusiones antirreligiosas, otras, en cambio, místicas, espirituales. El paisaje
duro, de extremos, de la meseta castellana sirve de marco perfecto para mostrar
la brutalidad del pueblo castellano:
Él
no había podido sustraerse a las ideas tradicionales de un pueblo tan hipócrita
como bestial. Había conseguido a la muchacha en un momento de abandono; no se
paró a pensar si en ella estaría su dicha; se contentó con oír las
felicitaciones de sus amigos y con esconderse al saber que el padre de la
Ascensión le andaba buscando.
La
mejor prosa barojiana sirve para definir al pueblo español de la época. Se
trata de sortear prejuicios ahondando en las causas de la decadencia moral
hispana, buscando posibles caminos contra la indolencia. Sierra de Madrid,
Segovia, Toledo y finalmente el contrapunto en Alicante. Fernando Ossorio
critica duramente a los habitantes de la meseta castellana al tiempo que se
analiza a sí mismo con la misma franqueza; el protagonista no trabaja, vive de
las rentas y otras herencias. Es en este autoanálisis donde se acerca Baroja a
su mejor versión de El árbol de la ciencia, por lo cual me atrevo a recomendar
esta novela para conocer a uno de los mejores entre los nuestros.
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