Todo
respiraba alegría: las plantas, los pájaros, los insectos y los niños. Pero los
hombres ―las
personas adultas― no cesaban de engañarse y atormentarse a sí mismos y a los
demás. Los
hombres consideraban que lo sagrado e importante no era aquella mañana de
primavera, no era aquella belleza del mundo, dada para el bien de todos los
seres ―una
belleza que predispone a la paz, la concordia y el amor―, sino lo que ellos
mismos imaginaban para imperar unos sobre otros.
Un
comienzo espectacular para una novela inmensa, la epopeya de un hombre en busca
de la redención que al mismo tiempo significa una demoledora crítica a la
desigualdad entre los hombres y a todo aquello que lo genera.
El
año de publicación y su éxito nos dan la medida de la ebullición de la sociedad
rusa de la época. La grandeza de Tolstói está en su amplia perspectiva, porque
no se critica parcialmente a una clase social determinada sino al hombre en sí,
a la humanidad en su conjunto.
Valga
como ejemplo la definición de Novodvórov, un personaje que representa al
radical socialista y que anticipa, dos décadas antes, la conclusión estalinista
de la revolución rusa:
Los
compañeros lo respetaban por su audacia y decisión, pero no le tenían cariño.
Él, por su parte, no quería a nadie y a todos cuantos se distinguían los miraba
como rivales; de buen grado, si hubiese podido, habría hecho con ellos lo mismo
que los monos adultos hacen con los jóvenes. Sólo trataba bien a quienes se
inclinaban ante él.
También
Tolstói anticipa el Gulag; (nos trae al recuerdo a Solzhenitsyn). Parece ser
que Stalin lo único que hizo fue perfeccionar hasta su máxima potencia un
régimen presidiario que pusieron en práctica los zares:
Cientos
de miles de personas eran llevadas cada año hasta el grado máximo de
depravación, y cuando esto había sido conseguido las dejaban en libertad para
que propagasen entre todo el pueblo lo que en las cárceles habían aprendido.
Nejliúdov.
El protagonista único de la novela es Nejliúdov, un personaje en continua
evolución, un personaje en busca de la redención. Así nos lo presenta Tolstói
en las primeras páginas:
Si
le hubieran preguntado por qué se consideraba superior a la mayoría de los
mortales, no habría sabido dar respuesta, ya que en su vida entera no había
hecho gala de ninguna cualidad excepcional. El hecho de que hablase bien el
inglés, el francés y el alemán, de que sus camisas, sus trajes y sus gemelos
hubiesen sido adquiridos en las mejores tiendas, no podía ser ―él
mismo lo comprendía― causa de esa superioridad. Y sin embargo tenía la
indudable conciencia de la misma, aceptaba las muestras de respeto como algo
que le era debido y se habría sentido molesto si no se las hubiesen
manifestado.
Pero en Nejliúdov se da una batalla entre su yo animal,
la bestia, y su yo espiritual:
Este
tremendo cambio se había producido en cuanto dejó de creer en él y empezó a
creer en otros. Y dejó de creer en él y pasó a creer en otros porque vivir
creyendo en su propia persona era demasiado difícil: en tal caso cualquier
cuestión debía ser resuelta no en favor de su yo animal, que buscaba las
alegrías fáciles, y casi siempre en contra de él; creyendo en otros, en cambio,
no tenía que decidir nada, todo se lo daban resuelto, y resuelto siempre contra
el yo espiritual y en provecho del yo animal. Más aún, al creer en sí siempre
se veía expuesto a la reprobación de los hombres; al creer en los demás se
ganaba la aprobación de cuantos le rodeaban.
Tolstói,
Nejliúdov, se decanta por un cristianismo humanista, pero ello pasa por un
rechazo total de las degeneradas prácticas cristianas:
Y
a ninguno de los presentes…, se le ocurría que ese mismo Jesús, cuyo nombre
había repetido tan infinitas veces con voz silbante el sacerdote, glorificado
por él con toda clase de extrañas palabras, había prohibido precisamente cuanto
allí se hacía. Había prohibido no sólo aquella absurda verborrea y las
sacrílegas artes mágicas de los sacerdotes maestros con el pan y el vino, sino
que muy concretamente había prohibido que unos hombres llamasen maestros a
otros hombres; había prohibido la oración en los templos y había mandado que
cada uno orase en la soledad; había prohibido los propios templos…
A
ninguno de los asistentes se le ocurría que todo cuanto allí se realizaba era
el más grande sacrilegio y burla de aquel Cristo en cuyo nombre se hacía. A
ninguno se le ocurría que la cruz dorada con medallones de esmalte en los
extremos, que el sacerdote había sacado para darla a besar, no era sino la
imagen del patíbulo en el que Cristo sufrió la muerte por haber prohibido lo
que ahora se hacía allí en su nombre.
La
Máslova tiene la culpa de los cambios de Nejliúdov; quizás es simplemente la
excusa. Su puesta en escena es demoledora:
El
rostro de aquella mujer ostentaba la palidez característica de quienes durante
mucho tiempo han permanecido en un lugar cerrado y que recuerda a los brotes de
las patatas guardadas en el sótano.
Tengo que reconocer que se trata, hasta el momento, de la
novela que más me ha costado comentar. Me hubiera gustado añadir párrafos y más
párrafos interesantes pero prefiero que os acerquéis a ella por vosotros mismos.
Es una novela muy potente que se lee bien, que engancha desde los primeros
capítulos.
Desde
el profundo desconocimiento, me queda la duda, o más bien la certeza, por el
desgarro que transmite toda la novela, si Tolstói no es en realidad el propio
Nejliúdov, y esta novela no es sino una parte del duro camino que tuvo que
recorrer hasta su propia redención. Tolstói, como todos los grandes, transporta
su propia vida, teñida de ficción, a la literatura.
Termino
con un párrafo que define a la perfección, a mi modo de ver, la grandeza de
esta novela y la inveterada sabiduría de su autor:
Uno
de los prejuicios más generales y extendidos consiste en creer que cada persona
posee cualidades que le son propias e individuales, que hay hombres buenos,
malos, inteligentes, estúpidos, enérgicos, apáticos, etc. Pero la gente no es
así. Podemos decir del hombre que es con más frecuencia bueno que malo,
inteligente que estúpido, enérgico que apático, y viceversa; pero no tendremos
razón en afirmar de una persona que es buena o inteligente, y de otra que es
mala o estúpida, y siempre las dividimos así. Eso no es justo. Las personas son
como los ríos: el agua de todos ellos es igual y siempre la misma, pero cada
uno es, bien estrecho y rápido, bien ancho y lento, bien puro y frío, bien
revuelto y templado. Así son los hombres. Cada persona lleva en sí los gérmenes
de todas las cualidades humanas y a veces revela una, a veces otras, y a menudo
no se parece en nada a sí mismo, aunque no deja de serlo.
Me encanta Tolstói y Resurrección todavía no la he leído. Gracias a tu reseña y a todos esos párrafos me dejas con muchas ganas de leerla.
ResponderEliminarUn saludo.
He aprendido a sortear la fama, y cuando un autor me gusta procuro tantear entre sus obras menos laureadas. Me llevo gratas sorpresas a menudo. Con Tolstoi he disfrutado mucho de "Sonata a Kreutzer", "La muerte de Ivan Ilich" y también la que presento. Y mis disculpas porque me ha salido una reseña deslabazada. Tampoco considero necesario dedicarle mucho tiempo a una reseña que, obviamente, está dirigida a reflejar las sensaciones que me ha provocado la lectura.
EliminarSaludos