jueves, 12 de julio de 2018

Una chica cualquiera (1992), de Arthur Miller.



 … y era maravilloso tener una habitación en la que no hubiese nada que le perteneciera. ¡Qué magnífico no tener futuro! Libre de nuevo.

Otra de las novelillas de pequeño formato de la Biblioteca El mundo que llega a mis manos por la comodidad de llevarla encima en cualquier momento y lugar. Perfecta para leerla en el bus, a ratos sueltos, de una enorme calidad y plena en sugerencias.
Viene calificada como erótica, y la verdad que la sexualidad recorre cada una de sus páginas, aun siendo manifiesta en contadas ocasiones. Cierto que el sexo es parte importante de nuestras vidas ¿no?

Por otro lado está la formidable figura del autor, Arthur Miller, más conocido como dramaturgo y por su activismo político entre las filas marxistas; fue perseguido durante la Caza de brujas encabezada por Mc Carthy, y criticará con fervor la participación americana en Corea o Vietnam pero también será crítico para con la deriva comunista posterior. También, y quizás más que nada, es conocido porque estuvo casado media docena de años con Marilyn Monroe, que a mi modo de ver no tiene nada que ver con la protagonista de esta novelita (no me hagáis mucho caso porque no soy investigador ni crítico literario) y sin embargo supongo que el 99 por ciento de los lectores la tendremos en mente mientras la leamos.

Janice reflexiona:

Tomar lo que se nos ofrece, pedirlo si no se nos ofrece y nunca lamentar nada.

Janice perdiendo las cenizas de su difunto padre, Janice casada con un intelectual de izquierdas, Hitler, la Segunda Guerra Mundial, Janice sola en New York, Janice de la mano de un ciego. Mucho, mucho en tan pocas páginas. La descripción de Janice es fascinante, y también lo es la de cualquiera de los personajes extrovertidos que desfilan ante nosotros y que se ejecutan con pocas palabras, sobre la marcha:

Con su abundante pelo negro rizado, sus poderosas manos y un picante sentido de lo extravagante, parecía estar alentando siempre la curiosidad que ella sentía por él; Janice había observado que él casi perdía el hilo de la conversación al mirar a las mujeres, y le resultaba fácil provocarle para que actuase para ella contándole sus atrevidas historias.

Pasajes como este del engaño me han llamado poderosamente la atención:

Mientras volvían andando a la parada de autobús después de salir del restaurante, vieron el letrero del hotel Rice sobre sus cabezas, se miraron y sonrieron, y las entrañas de Janice cedieron como arena. Si alguien la reconocía mientras subía la ancha escalera de caoba con él, le daba igual; resolvió de forma confusa no detener la fuerza que la llevaba hacia delante y la sacaba de una vida muera. Lionel descendió sobre ella como una ola, derribándola, invadiéndola, haciendo añicos su pasado. Ella había olvidado qué punzadas de placer permanecían dormidas en sus ingles, qué mareas de sentimientos podían inundar su cerebro. Más tarde, en su casita, dejándose resbalar al fondo de su pozo, examinó su cara saciada en el espejo del cuarto de baño y vio lo solapadamente femenina que era en realidad, lo sombría y falsa y, se guiñó un ojo, feliz.

Muy recomendable. Bajo la aparente sencillez, complejidad. Y ya sabéis, lo bueno, si breve, dos veces bueno.

2 comentarios:

  1. La verdad es que la lectura se nos ha hecho sugerente con tu artículo, Rubén. Yo le conozco más en su faceta de dramaturgo, donde fue aclamado por la crítica. Leí alguna novela, no sé si esta, puede que me confunda con el otro más escabroso Miller, que nos hunde con su narrativa en las simas más concupiscentes y al descuido, nos invita a pecar como epígonos de Onán.


    Respecto a su blonda majestad, la Monroe, he de confesar que no era el tipo de mujer macizorra, que se hubiere envilecido con los halagos, que le vendrían en tropel. Hay unas memorias de Capote, que congenió con la actriz, que nos desvelan a una mujer muy aguda e inteligente en sus comentarios. Por lo que podemos acreditar que la inteligencia de superdotada de la rubia por antonomasia, no es una leyenda urbana. Un placer leerte, Rubén.

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    1. Tengo que reconocer, Sergio, que entré en la lectura porque pensé que era de Henry Miller. Me pasa como con Scott Fitgerald; a ambos los he criticado negativamente y trato de reconciliarme con ellos buscando entre sus obras aquello por lo que ahora ocupan un pedestal.
      Luego vine a darme cuenta del error, pero tengo que decirte que para entonces ya estaba embelesado con esta obrita que se lee en una tarde tirado a la sombra en la piscina.
      Y por cierto, lo de la rubia, habrá que corroborar que tanta foto leyendo no era pose ;
      Un abrazo

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