Desde
la universidad tenía pendiente la lectura de este escritor. Me atraían
sobremanera las críticas, el aire triste y deprimente que rodea a sus novelas,
pero al mismo tiempo tanto la película como el romanticismo me tiraban para
atrás. Nada más lejos de la realidad.
Es
una novela triste, muy triste, más dura de lo que hubiera alcanzado a imaginar,
una novela altamente recomendable y que he leído de un tirón.
¡No
hay un Dios en el cielo; todo es maldad en el mundo!
Hardy
lleva a cabo un interesante ejercicio de descripción costumbrista, de su Dorset
natal. Se nos describen los paisajes al tiempo que las personas que los
habitan, y todo ello con un estilo tan personal como natural.
El
viajero procedente de la costa que, luego de caminar hacia el norte una
veintena de millas, por hondonadas cretáceas y tierras de cereales, alcanza de
pronto el filo de uno de aquellos escarpados, sorpréndese y deléitase al
contemplar, tendida a sus pies cual un mapa, una comarca absolutamente distinta
de las que acaba de cruzar.
El
pueblo estaba ya cerrando los ojos. Desparecían de todas las partes las luces.
Tess imaginábase en el interior de las casas a los que apagaban aquellas luces
con la mano extendida.
La
muchacha apresurose a descargar el cesto, comprobando que el frasco de la
melaza se le había roto. Hubo entonces una carcajada general, provocada por el
curioso aspecto que ofrecía la espalda de la moza. Ésta, irritada, resolvió
quitarse la ridícula mancha por el medio más rápido, y tirándose furiosa en el
suelo de la finca que iban a cruzar y restregando desesperadamente la espalda
contra la hierba, comenzó a secarse la tela como Dios le dio a entender,
arrastrándose por el césped y apoyando en él los codos.
La
trama está llena de acción, ni mucho menos vertiginosa pero sí capaz de
contentar al más exigente de los lectores. Pero lo trascendental en la novela
es el rechazo social, la figura de Tess como proscrita y la injusticia de dicha
proscripción.
Hasta
que al cabo de los años no se hubiera borrado, por lo menos de su espíritu,
aquella sensación de fracaso no podía estar allí tranquila. Sin embargo, Tess
sentía latir en su interior las pulsaciones de una vida ardorosa todavía y
henchida de esperanzas; aún podía ser feliz en algún rincón del mundo, donde no
hubiese vestigio alguno de su triste pasado. Eludir el pasado y todo lo
referente a él equivaldría a aniquilarlo, y para lograr tal cosa no había más
que huir.
Ya
de por sí el cambio de un aire pesado a otro más ligero, o la sensación de
hallarse en un ambiente nuevo, donde no había miradas envidiosas que en ella se
posasen, levantáronle extraordinariamente a Tess el ánimo. Sus esperanzas
mezcláronse con el resplandor solar en una fotoesfera que la circundaba de un
nimbo, en tanto caminaba de cara a la tibia brisa del sur. Oía una grata voz en
cada ráfaga y en cada nota del trinar de las aves acechaba el goce.
Aquí
he encontrado una relación circunstancial con La letra escarlata o incluso con La
casa de los siete tejados, ambas de Nathaniel Hawthorne, y dicho hallazgo, así
como el tratamiento diferenciado pero al mismo tiempo paralelo, de dicha
temática, ha enriquecido sobremanera mi lectura.
Fue
tal el retraimiento que todos concluyeron por creer que se había ido del
pueblo.
Sólo
después de anochecido hacía Tess algún ejercicio, sintiéndose entonces menos
sola en la soledad de las arboledas solitarias. Conocía perfectamente ese
momento de la tarde en que la luz y la sombra se contraponían de tal suerte en
tan absoluto equilibro que, neutralizándose mutuamente la extinción del día y
el paréntesis vital de la noche, queda la mente en la más libre holgura. Es
entonces cuando el dolor que supone la vida se adelgaza hasta el más mínimo de
sus dimensiones. No les temía Tess a las sombras; su único anhelo consistía en verse
lejos de la humanidad, o, por mejor decir, de ese frío conglomerado que se
llama mundo, y que, tan terrible en conjunto, resulta tan insignificante y
mezquino si se le descompone en sus unidades.
Ojo
con Hardy. Todas sus novelas provocaron polémica en su tiempo, fundamentalmente
por un tratamiento sexual que al lector presente le parecerá del todo ausente.
Por mi parte, trataré de leer alguna más de sus novelas, que no son fáciles de
encontrar, a excepción de la presente. Hardy tiene mucho, mucho fondo.
La
experiencia ―diche Roger Ascham― nos sirve para encontrar un atajo después de
un largo rodeo. No es raro que esta caminata nos deje ya rendidos para seguir
andando, y entonces, ¿qué utilidad tiene la experiencia? De esta índole
extenuadora era la de Tess Durbeyfield. Por fin se había enterado de lo que
debía hacer, pero ahora, ¿de qué le servía saberlo?
Si al
ponerse en relación con los d’Uberville se hubiera atenido inflexiblemente a
las máximas y consejos que de sobra conocía como todo el mundo, no se hubieran
burlado de ella de aquel modo. Más no estuvo en su mano ―como no lo está en la
de nadie― ver con toda claridad la verdad que tales sentencias y máximas
encerraban, hasta tanto que ya no era sazón el utilizarlas. Como tantos otros,
también Tess hubiera podido argüirle a Dios como San Agustín: «Nos has enseñado
un camino mejor del que nos has permitido seguir»
Me has afilado mi colmillo literario, Rubén. Es la típica novela que pulula por los estantes de tu casa, pero que como dices, su cubierta te engaña, al parecer más un folletín que otro tipo de lectura. La pongo en el radar. Últimamente me estoy metiendo en la ciénaga narrativa de la posguerra, cuando se decía que la novela española se encontraba en crisis. Haré supongo, un parón con tu recomendacion. Muy buena reseña.
ResponderEliminarSender y compañía, una ciénaga con alguna hermosa florecilla, ¡que lo disfrutes!
EliminarTess es una proscrita, una marginada por la sociedad y, a mi juicio, la novela lo tiene todo. En lo personal, la leí justo después que mi mujer, y hemos tenido acaloradas pero fructíferas discusiones ;)
Excelente leitura e recomendo a todos a leem esse belo romance. Parabéns pelo maravilhoso blog.
ResponderEliminarExcelente recomendação de leitura .
ResponderEliminarPara ler e reler .