lunes, 22 de febrero de 2021

Oliver Twist (1838), Charles Dickens.

Probablemente sea Dickens el autor de lengua inglesa más conocido después de Shakespeare. Esto dice mucho acerca de los clásicos y su génesis, pues no podemos comparar la profundidad, la calidad literaria del uno con la del otro.

También, mientras leía, no podía sino comparar con otras novelas, y se me vino a la memoria una que tengo recién releída, El rojo y el negro, de Stendhal. A mi modo de ver, la profundidad de Stendhal, su calidad literaria, es infinitamente superior, pero Stendhal murió sin reconocimiento mientras que un clamor popular provocó el entierro de Dickens en Westminster.

Dickens publicaba sus novelas por entregas en periódicos, lo cual sirve para justificar repeticiones, errores, el recurso constante a la exageración o al melodrama, todo con tal de conseguir el favor del público lector. Mínima intención en Dickens de representar la realidad; cierto que entresaca de ella lo que le interesa resaltar para inventar, para novelar. Digamos que no está en la línea de Flaubert, o de tantos otros autores que abrazarán la causa realista de la novela.


Oliver Twist es víctima del destino desde la cuna, pues muere su madre al nacer y él queda condenado a la mísera vida de un asilo. Con ironía y sarcasmo nos cuenta Dickens la sociedad que convive con la miseria de los más desfavorecidos. Aquí radica la vena humanitaria del maestro, que arranca fácil el llanto. De alguna manera este humanitarismo, su posición política progresista para mitigar el sufrimiento de los pobres, es su más interesante legado.


¡Qué excelente ejemplo constituía el pequeño Oliver Twist del poder del vestido! Envuelto en la manta que hasta entonces había sido su único abrigo podría haber pasado por el hijo de un noble o de un mendigo; al más altivo desconocido le habría sido difícil determinar su categoría social. Pero ahora, envuelto en las viejas ropas de percal, amarillas ya de hacer el mismo servicio, y marcado y etiquetado, encajaba perfectamente en su lugar: un niño de la parroquia… huérfano de hospicio… humilde esclavo muerto de hambre… carne de bofetadas y golpes dondequiera fuere… desprecio de todos y lástima de ninguno.


Desde el primer momento se nos presenta a Oliver como un muchacho tímido, obediente, trabajador, confiado, en resumidas cuentas, bueno. De aquí en adelante y hasta el final de la novela, un muchacho que se tiene que enfrentar a las miserias del mundo, no sufre ninguna evolución en su carácter. Pasa hambre constantemente, recibe golpes, insultos, es obligado a trabajar y robar para beneficio de los demás, y sin embargo, lejos de moldearse su carácter en el caldo en que se cuece, se muestra éste imperturbable. A mi modo de ver, un niño que se cría en la calle, cultiva los mecanismos de defensa propios del medio. Tenemos ejemplos más dignos en la novela picaresca española. Digamos que sucede lo mismo, a grandes rasgos, con los demás personajes, que no presentan evolución, son buenos o malos desde la cuna, como el malvado Fagin. Es Dickens.

A veces muestra amagos de complejidad, pero no son lo más destacado. En este ejemplo Noah nos da unas pinceladas. Noah, por cierto, otro de los personajes desfavorecidos que va y viene según la necesidad de la pluma de Dickens, de la novela por entregas.



Noah era un acogido, no un huérfano de hospicio. No era hijo del azar, pues podía rastrear toda su genealogía hasta sus padres, que vivían cerquita, la madre lavandera y el padre un soldado borracho, dado de baja con una pata de palo y una pensión diaria de dos peniques y medio más un pico inapreciable. Los mozuelos de las tiendas del vecindario solían desde hacía tiempo tildar a Noah en la vía pública con los ignominiosos epítetos de “cueros”, “acogío” y otros por el estilo, y Noah lo aguantaba sin replicar. Pero ahora que la fortuna le ponía en su camino a un huérfano sin nombre a quien incluso los más humildes podían señalar con el dedo del menosprecio, se resarcía con él con creces. Esto ofrece un exquisito manjar para la reflexión. Nos muestra lo hermosa que puede llegar a hacerse la naturaleza humana y cuán imparcialmente se desarrollan las mismas amables cualidades en el señor más refinado y en el más sucio muchacho acogido a la beneficiencia pública.


Pero esta complejidad psicológica es la máxima que logrará Dickens en esta novela. Y sí, Dickens es un virtuoso de la imaginación, de la técnica narrativa en cuanto a lo que se refiere a giros maravillosos y sorprendentes. Es capaz de zarandear al lector a través de cada una de sus aventuras hasta un final todavía más fantástico en el cual felizmente se resuelven todos los entuertos, de una manera exageradamente melodramática.

Se nos describe una sociedad injusta y cruel, desde el pobre que mendiga al deshollinador, desde el que está al frente del asilo al que preside el Ayuntamiento. Entremedias nos encontramos con gente honrada, los que sostienen la sociedad de la Inglaterra Victoriana.

Y pese a todos sus defectos, recordamos la Inglaterra victoriana a partir de la imagen poética que Dickens nos transmite. Probablemente será su imagen de Londres la única que nos queda en la memoria, la niebla de Londres, el oscuro Támesis, la suciedad en las tabernas, la humedad en las casas.

En fin, es la época de Dumas o Dickens, incluso Dostoievski escribe por entregas. Probablemente es resultado de esa primera época en la que el analfabetismo lector se está erradicando. Resulta paradigmático cuando leemos que uno de los personajes de Dickens se entretiene en una sucia taberna leyendo un periódico ennegrecido o atrasado, o las dificultades con las que se enfrenta el traductor a la hora de reflejar la jerga del pueblo llano, para el cual se escribe.


Este último caballero tenía un bastón grande, una cabeza grande, grandes facciones y grandes botas altas, y parecía como si hubiera estado tomando una ración de cerveza en igual proporción…, y no sólo lo parecía.


A mi modo de ver hay que situar el triunfo de Dickens en el gusto lector de la época, que se embelesa en su humanitarismo sentimental, en su sentido del humor, en su imaginación. Un buen inicio para los jóvenes que se ven obligados a enfrentarse con los temidos clásicos. Para mí lo fue, aunque ahora se me queda corto.



2 comentarios:

  1. Hace tantos años que leí Oliver Twist que ni siquiera aparece en mi lista de leídos que empieza en 1978. Tampoco es Dickens mi clásico favorito. Tienes razón en que hay sentimentalismo y una gran habilidad para satisfacer los gustos de la comunidad lectora de la época.
    Un beso.

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  2. Yo también hacía mucho tiempo que no leía a Dickens de nuevo. Ha sido una lectura interesante en todo caso, pues la he hecho crítica.
    Besos

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