martes, 15 de noviembre de 2022

Tartufo (1664), Moliere

 

Había leído esta obrita hace muchos años y guardaba un buen recuerdo, aunque la segunda lectura me ha resultado demasiado ligera. No nos vayamos a engañar, no es otra cosa que una comedia. En todo caso, es probable que encontremos paralelismos en la realidad que, aunque seguro son más sutiles, admiten alguna jugosa comparación que puede adornar cualquier taller de lectura.

Si llevamos a cabo una lectura superficial se nos hará todo sumamente exagerado y obvio. El señor Orgón, el engañado, se nos hace un personaje excesivamente superficial. La obra suele llamarse Tartufo, el impostor, pero bien podría haberse llamado también Orgón, el idiota. El resto de los personajes también aparecen tratados de forma superficial, todos son buenas personas, digamos que normales, y todos trabajan juntos para tratar de desenmascarar al impostor, Tartufo. Sí, una estructura totalmente maniquea, que no da lugar a medias tintas, que no ofrece demasiadas explicaciones acerca de la conducta humana, siempre tan interesada.

El contenido moralizante se hace excesivo y, sin embargo, esta obra le creó a Moliere abundantes quebraderos de cabeza. Tartufo es un falso devoto, o sea un hombre que presume de fervor religioso, hasta el punto que se acerca a la santidad, y la crítica de Moliere a esta falsa devoción le granjeó feroces enemigos. Digamos que los cristianos devotos son reflejados como grandes hipócritas o imbéciles. Más que una sátira del hipócrita, se trata de una sátira de la religión, de la devoción.

Yo creo que este matiz, el conocimiento de este punto, es importante para entender la obra de manera más rica y provechosa. Al final de la trama el Rey simboliza la justicia, frente a los falsos devotos. De hecho será el mismo Rey el que levante las prohibiciones, en 1669, que impidieron la representación de la obra teatral durante cinco años.

ORGÓN. …¿Cómo están todos?

DORINA. Anteayer la señora estuvo con fiebre hasta la noche y con un dolor de cabeza irresistible.

ORGÓN. ¿Y Tartufo?

DORINA. ¿Tartufo? Se halla perfectamente. Gordo y saludable, con el cutis fresco y los labios bien rojos.

ORGÓN. ¡Pobre hombre!

DORINA. Por la noche continuó ella con las náuseas y no pudo probar bocado en la cena. ¡Tan fuerte era aún su dolor de cabeza!

ORGÓN. ¿Y Tartufo?

DORINA. Cenó solo delante de vuestra esposa, y engulló piadosamente dos perdices y la mitad de una pierna de carnero picada.

ORGÓN. ¡Pobre hombre!

DORINA. Ella pasó toda la noche sin poder cerrar los párpados. Le impedían dormir sus sofocos y hubimos de velarla hasta el amanecer.

ORGÓN. ¿Y Tartufo?

DORINA. Poseído de un piadoso sopor al levantarse de la mesa, se metió en seguida en su lecho bien calentito y durmió de un tirón hasta la mañana siguiente.

ORGÓN. ¡Pobre hombre!

DORINA. Al final, convencida vuestra esposa por nuestras razones, consintió en sufrir la sangría y experimentó un gran alivio.

ORGÓN. ¿Y Tartufo?

DORINA. Tartufo se tranquilizó, como es natural, y, para fortalecer su espíritu contra todos los males, se bebió en el almuerzo cuatro grandes tragos de vino, en compensación de la sangre perdida por la señora.

ORGÓN. ¡Pobre hombre!

DORINA. En fin: los dos están bien. Voy a adelantarme a anunciar a la señora el interés que os tomáis por ella en su convalecencia.

 

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