viernes, 4 de noviembre de 2022

Caballería roja (1920?) Isak Bábel

Otro escritor ruso del siglo XX, otra vida de novela. Isak era judío y sobrevivió con mucha suerte a los pogromos de principios de siglo. Sufrió las leyes zaristas que confinaban en guetos a los judíos y luego se incorporó con bastante fortuna a la revolución soviética. Durante la guerra civil rusa participó como periodista, y después escribió su denominado Diario de 1920, que documenta la guerra polaco-soviética, de la cual fue también testigo. De dicho diario viene Caballería roja, su trabajo más afamado.

 Inicio la lectura sin saber que se trata de un compendio de relatos, lo que me tuvo muy despistado, buscando relacionar uno con otro. A veces se incluyen cartas de los soldados que envían a sus familias, con un estilo llano, directo, muy personal, de un realismo atroz. Su éxito se asienta sobre publicaciones periódicas. Entiendo el éxito obtenido. Su prosa es aguda, concisa, cruda, realista, original. Cierto que su estilo no encaja con el romanticismo revolucionario tan deseado por Stalin. A veces hay referencia a la guerra contra los burgueses polacos, pero nada que ver en líneas generales con ese heroísmo pretencioso y propagandístico que busca toda revolución y toda guerra; de aquí la posterior caída en desgracia de Isak.

En todo caso su prosa es muy ajustada y no destaca por las digresiones. Lo mejor se condensa en los primeros párrafos, de tal manera que cada relato se inicia con una escueta descripción metafórica que ilustra muy bien las miserias de la guerra, las miserias humanas dígase por extensión, el tema central y pegamento de todos y cada uno de los relatos.

Judíos harapientos, familias rotas, cadáveres descompuestos, hambre, miseria, soldados arrastrados por la fortuna, a todos pasa la guerra por encima y no tienen tiempo ni tan siquiera de quejarse. Por eso, quizás, puede situarse este libro entre esos que claman contra la guerra con voz poderosa. La guerra es brutal, sucia y salvaje, y los hombres enloquecen hasta despreciar por completo la propia vida. Tengo que reconocer que no he disfrutado mucho con la lectura, pero sí con esas metáforas terribles que salpican el texto como fuertes latigazos.

Más que una historia, le queda al lector el recuerdo de una forma especial de describir la tragedia de la guerra, una guerra, por otro lado, poco conocida para el común de los mortales, la guerra polaca-soviética de 1919-1921.

 

En la Tierra, ceñida de aullidos, se apagaban los caminos. Las estrellas salieron rampando del frío vientre de la noche, y las aldeas perdidas se encendieron sobre el horizonte. Cargando sobre mí la silla, eché a andar por el removido lindero, y a la vuelta del camino me detuve para evacuar una necesidad. Una vez aliviado, me abroché. Entonces advertí unas salpicaduras en mi mano. Encendí la lamparilla, me volví y vi en el suelo el cadáver de un polaco empapado de mis orines.

 

Un buen anticipo de lo que traerá la Segunda Guerra Mundial con respecto a los judíos, otro tema menos conocido de lo que se cree, y cargado de clichés.

 

―El judío es culpable a los ojos de cualquiera ―dijo―, a los nuestros y a los vuestros. Después de la guerra no quedará sino un número muy reducido de ellos. ¿Cuántos judíos se calcula que hay en el mundo?

―Una docena de millones ―respondí, y me puse a embridar el caballo.

―¡Quedarán doscientos mil! ―gritó el mujik, y me tocó el brazo temiendo que me marchara. Pero yo me encaramé a la silla y galopé hacia el lugar donde se hallaba el estado mayor.

 

 

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