jueves, 8 de noviembre de 2018

La avenida Nevski (1831-34), de Nikolái Gógol



 Comienza el relato con una amplia descripción de la avenida Nevski como parte destacada de la ciudad de San Petersburgo. Pero no se trata de una descripción física, como la de un paisaje singular, sino de una descripción llena de ironía de los estratos que circulan por ella sin entremezclarse jamás. De la ironía se pasa a la sátira a través de la enumeración de los distintos tipos de bigotes o patillas, o de las diferentes prendas de vestir, transmitiendo una crítica enorme de la ostentación de la riqueza y de la superficialidad de la sociedad de su tiempo.

Se pueden ver patillas únicas en su género, deslizadas por debajo de la corbata con sorprendente y prodigioso arte; patillas aterciopeladas o sedosas, negras como la marta cebellina o el carbón; pero, ¡ay!, pertenecen al Colegio de Exteriores. A los funcionarios de otros departamentos, la providencia les ha negado las patillas negras y, con gran pesar suyo, deben conformarse con las pelirrojas. Se pueden ver preciosos bigotes que ninguna pluma ni ningún pincel podrían reproducir; bigotes a los que se han consagrado la mejor mitad de la vida, objeto de minuciosos cuidados mañana y noche, bigotes bañados en esencias y perfumes exquisitos y ungidos con valiosísimas y extraordinarias pomadas; bigotes tratados con el cariño más conmovedor por sus poseedores y objeto de envidia de los transeúntes.

La descripción de la ciudad se detiene cuando el narrador se encuentra con dos paseantes que se bifurcan en persecución de dos chicas, desarrollándose a partir de ahí dos situaciones completamente diferentes.
Piskariov es un joven pintor romántico. Persigue a una morena hasta lo que parece un burdel. Conmocionado por lo que ve y oye no puede sino huir para luego regresar a buscar a la mujer de la cual se ha enamorado. Guiado por su amor y por un profundo idealismo intentará hacerla cambiar de vida, chocando contra la más dura realidad. El relato de este ser inocente y pueril me ha traído al recuerdo a los personajes soñadores de Dostoievski, pero nosotros no nos sentiremos para nada identificados con el personaje porque nos parecerá un hombre dotado de muchos ideales pero en definitiva un idiota incapaz de desatarse de una pasión exageradamente romántica e irreal.
El otro personaje es el teniente Pirogov, que podríamos decir que es todo lo contrario que su amigo, espabilado y realista. Sigue a una rubia y aunque se da cuenta de que está casada se pasará las siguientes semanas intentando conquistarla. Pese a la adversidad, Pirogov no se deja llevar por inútiles ensoñaciones, representando, qué duda cabe, el punto de vista práctico de la existencia. Es mucho más simple que su compañero, y Gógol no le dedica ni la mitad de páginas. Tampoco este sale bien parado de la mirada de Gógol; en realidad ningún personaje secundario sale tampoco bien parado.
De las dos aventuras se desprende una especie de moraleja:

¡Qué extraña organización la de este mundo! ―pensaba yo anteayer, mientras paseaba por la avenida del Nevá recordando estos dos sucesos―. ¡De qué modo tan singular e incomprensible juega con nosotros nuestro destino! ¿Obtenemos alguna vez lo que deseamos? ¿Alcanzamos lo que aparentemente está calculado para nuestras fuerzas? Todo ocurre al revés…

Termina el relato con otra descripción, en esta ocasión concluyente y escueta de la ciudad de San Petersburgo.



…Esta avenida del Nevá miente en cualquier momento, pero sobre todo cuando la noche cae sobre ella en masa compacta y hace resaltar los muros blancos o marfileños de las casas; cuando la ciudad entera se convierte en ruido y luz, cuando miríadas de carruajes cruzan los puentes, cuando los postillones arrean a los caballos y brincan sobre sus lomos, cuando el demonio en persona enciende lámparas con el único fin de mostrarlo todo bajo un aspecto que no es el suyo verdadero.

Como curiosidad, y enlace con otro de los interesantes relatos de Gogól, la corta aparición del tema de la nariz gogoliana:

¡No quiero esta nariz! ¡No la quiero para nada! ―decía, manoteando―. Sólo para la nariz me gasto tres libras de tabaco al mes. Y yo pago en una asquerosa tienda rusa ―porque en las tiendas alemanas no venden tabaco ruso―, yo pago en una asquerosa tienda cuarenta kopeks por cada libra… Al año consumo dos libras de rapé a dos rublos la libra. Seis y catorce son veinte rublos con cuarenta kopeks. ¡Una estafa! ¿No es así, te pregunto yo, amigo Hoffmann?


Postdata.
Tengo que reconocer que me ha costado más elaborar una tan simple reseña que leer el texto, que de hecho he terminado leyendo prácticamente dos veces. Por lo general escribir una reseña no me cuesta mucho tiempo (explicación o excusa de por qué son tan mediocres), pero cuando se trata de relatos me resulta más complicado.

La perspectiva nevski ahora, narrada.
 


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