Como sucede en todo
compendio de relatos o cuentos, sucede que unos nos gustan y otros no. Hace
años que leí estos tres cuentos y creo recordar que me ha quedado la misma
sensación. Me ha encantado el primer relato, no tanto el resto. Alma de un niño
encabeza el libro. Precisamente es el más corto. Es Hesse en estado puro, un
niño de unos 11 años que duda, que se enfrenta a un mundo complicado, el de los
adultos. No he conocido a ningún escritor capaz de encabezar un relato tal que
así:
A veces actuamos, vamos
de un sitio a otro, hacemos esto o aquello y todo resulta fácil, ingrávido,
incluso gratuito. Todo podría ser distinto, naturalmente. En otras ocasiones,
sin embargo, nada podría ser diferente de como es, nada gratuito ni fácil; cada
uno de nuestros gestos está ya determinado, marcado por el destino.
Los actos de nuestra vida
considerados buenos y sobre los que nos gusta hablar pertenecen a ese primer
tipo, al «fácil»; los olvidamos
con rapidez. Los otros, de los que raramente hablamos, no los olvidamos nuca,
nos pertenecen más y su sombra cubre todos los días de nuestra vida.
La figura paterna, la
timidez, la necesidad de integración con el mundo, son los temas esenciales de
este cuento. El trabazón de las obsesiones de Hesse se articula en torno a un
insignificante robo de comida en casa. Habla mejor este fragmento, en el cual
el protagonista nos habla de un amigo:
Lo que me atraía en él no
era su persona, sino otra cosa: su manera de ser que se reflejaba en todas sus
hazañas, un cierto modo de vivir audazmente, una desenvoltura ante el peligro y
la adversidad, una seguridad en las pequeñas cosas prácticas de la vida, con el
dinero, con las tiendas, con los talleres, con las mercancías y los precios,
con la cocina y la ropa. Los muchachos como Weber, a quienes los golpes de la
escuela no parecían doler y que se hacían amigos de cocheros, criados y
obreras, estaban en el mundo de otra manera, más seguros; eran, como quien
dice, adultos. Sabían cuánto ganaba su padre y sabían, sin duda, otras muchas
cosas de las que yo no tenía ninguna experiencia. Se reían de expresiones y de
chistes que yo no entendía. Y reían de un modo inalcanzable para mí, de forma
grosera y cruda, pero indiscutiblemente «adulta»
y «varonil». No servía de nada el que yo fuera más inteligente que ellos, que
supiera más en la escuela. Como no servía de nada ir mejor vestido, peinado y
más limpio. Al contrario, estas diferencias les favorecían.
He escuchado a afamados
críticos literarios que minusvaloran el asunto de la identificación del lector
con los personajes. A mí me parece fundamental. Supongo que entronca con la
naturaleza primigenia del cuento. Encuentro semejanzas entre mi yo púber y el
que Hesse nos cuenta, así que se multiplican los puntos de contacto y el relato
adquiere para mí una dimensión diferente. No sé si a otros lectores les
ocurrirá lo mismo; eso es algo que a mí no me incumbe decir.
En cambio los dos relatos
restantes me han resultado pesados. Encuentro dos facetas en Hesse, una que
escarba en el pasado, en pos de sí mismo, otra que parte de un yo maduro, con
las ideas más o menos claras, que se preocupa más por temas universales como la
vida y la muerte, en clave filosófica. Me gusta más la primera faceta, la
búsqueda de sí mismo, quizás porque el sentido de la existencia es una búsqueda
más personal, si cabe la contradicción.
Solamente la prosa de
Hesse y sus continuas reflexiones me han empujado hasta el final. Klein y
Wagner nos narra la historia de un hombre que huye de sus tierras germanas a
Italia. Parece que ha cometido también un robo, un delito, que le ha llevado a
huir abandonando a su familia. Divaga, pasea, se siente culpable y trata de
liberarse, conoce a otras mujeres. Amor, sexo, muerte, angustia, son los temas,
pero no hay un relato dinámico que los agrupe con suerte.
El último verano de
Klingsor narra un relato todavía más desvaído. Un pintor viejo divaga acerca de
su arte, el destino, la muerte. En realidad los dos últimos relatos se parecen
en sus obsesiones.
Solo existía el eterno,
feliz y sagrado ser-aspirado y ser-espirado, la creación y la destrucción, el
nacimiento y la muerte, la partida y el regreso, sin pausa, sin fin. Sólo
existía un arte, una doctrina, un misterio: dejarse caer, no oponerse a la
voluntad de Dios, no aferrarse a nada, ni al bien ni al mal. Entonces uno
estaba salvado, se liberaba del dolor, del miedo. Sólo entonces.
Se podría extender uno
hablando de los símbolos, pero a mí me resulta esto excesivamente enrevesado.
No me gusta abordar obras que exigen de lecturas enigmáticas. Solamente he
curioseado para averiguar que Klingsor es un personaje wagneriano, o que el
poeta que aparece, Li Tai Pe, es un famoso poeta chino del siglo VIII.
El protagonista, como
Hesse, pintor, presiente la muerte y la teme. Está obsesionado con su arte, con
los colores, con vivir.
Para que hubiera caída y
subida tendría que haber abajo y arriba. Pero abajo y arriba no existen, sólo
están en el cerebro del hombre, en el país de las ilusiones. Todos los
antagonismos son ilusiones: blanco y negro es una ilusión, muerte y vida es una
ilusión, bueno y malo es una ilusión. Es cuestión de una hora, una hora
ardiente con los dientes apretados y uno ha vencido al reino de las ilusiones.
Klingsor miró hacia las
negras puertas. Fuera estaba la muerte. Él la veía. La olía. Como las gotas de
lluvia en el follaje de la carretera, así olía la muerte.
Lo leí hace tantos años (1985) que no recordaba nada, tan solo que era de relatos y que, por tanto, preferí otras obras del autor.
ResponderEliminarYo creo que el lector no tiene por qué identificarse con el personaje, pero desde luego, si lo hace, la lectura cobra una dimensión muy superior. Sentir que el autor, de alguna manera, habla de uno mismo, de lo que es y de lo que siente, es una experiencia difícil de explicar. Los libros que más huella me han dejado son aquellos en los que me he visto reflejada.
Un beso.
Supongo que ese tema de la "identificación" da mucho de sí. Necesario en realidad no hay nada. La novela es flexible, carece de marcos estrictos. Supongo, y espero, que perviva unos cuantos cientos de años más.
EliminarBesos