martes, 30 de junio de 2020

El mundo de ayer (1943), Stefan Zweig




     El subtítulo de este libro es ilustrativo del contexto y las intenciones con que se escribe, “Memorias de un europeo”, que no son otras que el deseo de paz y entendimiento entre dos guerras mundiales.
     No son unas memorias en las que nos cuente asuntos personales, familiares, sino que más bien nos habla de la sociedad y cultura en el entorno del extinto Imperio Austrohúngaro, alemán y en general europeo, desde su particular punto de vista. Imprescindible para los que disfrutamos de Kafka, Roth, Márai…

     Stefan Zweig proviene de una familia judía acomodada y abierta. A mi manera de ver esto le presenta un camino trillado y un éxito temprano, lo cual siento la necesidad de subrayar, sin restarle mérito al maestro. Confío en la honestidad del escritor, la cual muchas otras veces puedo poner en entredicho, pero no hay que olvidar, mientras leemos, que tenemos entre manos una autobiografía.


   Si por algo se caracterizará nuestro protagonista total será por las relaciones sociales. A lo largo del texto personalidades de todas las artes nos acompañan, unas archiconocidas como Freud, Rodin o Richard Strauss, y otras no tanto, al menos para mí, como Romain Rolland o el poeta belga Verhaeren, que en vida sí que protagonizaron los círculos intelectuales. También políticos como Rathenau o Theodor Herlz, este último presentado a raíz del caso Dreyfus como figura central del sionismo judío, que me ha llamado especialmente la atención porque al mismo tiempo estoy leyendo el Antiguo Testamento y es curioso ver cómo nos ilustra su lectura en todos los contextos.

     Stefan Zweig digamos que es un privilegiado, un intelectual que disfruta del éxito y que dedica su vida íntegra al placer de la cultura. Esto le da un particular punto de vista político y social, a veces un tanto almibarado porque no conoció la necesidad. En una época desatada de progreso científico y cambios sociopolíticos jamás antes vistos no se puede entender que reine la estabilidad. De aquí se puede observar que Zweig se mueve desde una profunda fe en el progreso humano hasta el más completo escepticismo.
      En todo caso, nada que reprochar a la espléndida mirada de un humanista que vive el ascenso del nazismo y el militarismo como la terrible amenaza que significa para la estabilidad del mundo entero.

     Comienza esta autobiografía de forma pausada. El escritor sabe engatusar al lector, escribe con ritmo, de hecho incluso hay un momento en el cual nos explica su forma de escribir eliminando todo lo superfluo. Nos describe el ambiente educativo de la clase privilegiada, o asuntos tan importantes como la hipocresía de la moral sexual y la prostitución. Luego que comienza la guerra de trincheras toma una actitud más crítica, pacifista, antimilitarista, y se desata ya en la descripción de personalidades de la cultura europea.
     Desde un principio se puede observar el talante humanista de Zweig:

    Incontables veces he visto confirmado en la vida práctica el hecho de que libreros de viejo suelen conocer mejor los libros que los mismísimos catedráticos; que los tratantes en arte entienden más que los eruditos, que una buena parte de las iniciativas y los descubrimientos en todos los campos provienen de fuera de la universidad. Por muy práctica, útil y provechosa que pueda ser la actividad académica para los talentos medianos, yo la encuentro superflua para los espíritus creadores, en los que puede incluso tener un efecto contraproducente.

     Por momentos la obra parece una concatenación de biografías, el género en el que mejor se mueve Zweig. Su propia vida nos es descrita a través de los personajes con los que va trabando amistad, lo mismo Freud que Rainer María Rilke. Cierto que he echado en falta alguna referencia a su amigo Joseph Roth, a los novelistas en general.
     A Zweig le inquieta un asunto por encima de los demás, el proceso de la creación artística, ese momento de enajenación mental tan difícil de explicar, el momento supremo de la mágica inspiración. Cualquier que haya leído alguna biografía de Zweig sobre cualquier artista sabrá a lo que me refiero. No solo trata de describirlo, sino que es un inveterado coleccionista de manuscritos que reflejan dicho proceso, partituras, pequeños instrumentos o herramientas, incluso los muebles que rodearon a los artistas en el mismo momento de la creación. A su decir acumuló, y luego naturalmente perdió con las guerras, la mejor colección habida y por haber sobre la materia, de un valor incalculable.
      Aquí, para terminar, un párrafo magistral, digno de una de sus mejores novelas, en el instante preciso en que capta un momento de inspiración de Rodin.

     Transcurrió un cuarto de hora, media hora, no sé cuánto rato. Los grandes momentos se hallan siempre más allá del tiempo. Rodin estaba tan absorto, tan sumido en el trabajo, que ni siquiera un trueno lo habría despertado. Sus movimientos eran cada vez más vehementes, casi furiosos; una especie de ferocidad o embriaguez se había apoderado de él, trabajaba cada vez más y más deprisa. Luego sus manos se volvieron más vacilantes. Parecía como si se hubieran dado cuenta de que ya no tenían nada más que hacer. Una, dos, tres veces retrocedió sin haber cambiado nada. Después masculló algo entre dientes y colocó de nuevo los trapos alrededor de la figura con la misma ternura con que un hombre cubre con un chal los hombros de su amada. Suspiró profunda y relajadamente. Su cuerpo parecía de nuevo más pesado. El fuego se había consumido. Y a continuación sucedió algo para mí incomprensible, la lección magistral: se quitó la bata, se puso el batín y se dio la vuelta para salir. Se había olvidado de mí por completo en aquellos momentos de máxima concentración. No se acordaba de que un joven al que él mismo había invitado al estudio para mostrarle sus obras había permanecido todo el tiempo detrás de él, desconcertado, sin aliento e inmóvil como una de sus estatuas.


8 comentarios:

  1. Una maravillosa obra que recuerdo que leí pegada al sofá. Creo que la segunda mitad la leí de un tirón y estuve hasta bien avanzada la noche porque no podía soltar el libro.
    Siempre me había gustado el autor del que he leído sobre todo novelas y biografías, pero este libro me conmovió y me hizo adoptar mi afición por la época de entreguerras en Europa.
    Una maravilla.
    Un beso.

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    1. Es curioso que hay lectores que no soportan la "no ficción". Yo la prefiero. Cualquiera diría lo contrario porque escribo estas reseñas literarias. Yo me considero humanista, y a esto he llegado después de leer y conocer muchas otras disciplinas, por el simple placer de conocer.
      En este caso es de agradecer que Zweig, como en toda su obra, se preocupa porque el lector le siga y no se aburra, de tal manera que su lectura engancha, es muy fluida. Comparto tu opinión, una maravilla.
      Besos.

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  2. He leído esta obra un par de veces y me ha conmocionado. Sin embargo, he sabido que Zweig encubre su inicial militarismo en la primera guerra mundial y se hace pasar por un pacifista desde el principio. Ahí miente porque él formó de la máquina de propaganda del lado austrohúngaro. Poco después de este libro se suicidó en Brasil a los sesenta años pensando que era viejo y que había fracasado como creador. Es paradójico que Zweig considerara que había fracasado, pero hay que considerar que él, a pesar de su éxito popular que hoy continúa, era un autor menos frente a escritores mucho más selectos como Robert Musil, Hermann Broch, Joseph Roth, Kafka, y algunos más en un tiempo en que el genio fue muy elevado. Él se sabía que no estaba a la altura. Sin embargo, ha sido el que más ha pervivido y el más leído de entre todos ellos. Un cordial saludo.

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    1. La contradicción es propia del hombre, más todavía en la juventud. Por eso he considerado en la reseña su extracción social privilegiada. Esa confianza que suele dar el éxito es algo que cualquiera quiere para sus propios hijos. Cierto que el artista, el genio, suele venir precedido de alguna especie de desgarramiento interno que impele a avanzar... Pareciera que estoy continuando esa labor de coleccionista tan especial de Zweig en busca de la inspiración que mueve al artista, y quizás la inspiración es un estado de desequilibrio.
      Me voy por las ramas, pero es de lo que se trata, ¿no? Supongo que es lo bueno de reseñar, continuar la lectura, dejarla abierta.
      Abrazo, agradecido por que tiraste del hilo.

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  3. Hola, Rubén.
    He andado muy liado en estos meses (y sigo). Justo acabo de escribir algo en mi blog sobre la inspiración, pero ligerito y en tono de comedia.

    Yo creo que la inspiración son unas gafas perdidas. Te obcecas en buscarlas en vano, y al final renuncias y acudes a una óptica por unas gafas nuevas, aprovechando para tomar algo de aire. Y en el escaparate de la tienda, te topas tu reflejo y descubres que las gafas “perdidas” las llevabas puestas todo el tiempo.

    En resumen: la inspiración siempre está en nosotros, pero la buscamos en lo “nuevo” y, en general, en una zona cómoda, que está repleta de recursos (gafas) casi idénticos. Y en realidad no está muy lejos de esa zona, la verdad. Pero tampoco está tan cerca como nos creemos, de modo que siempre te obliga a desplazarte (y desconectar) un poco. Y, además, requiere sumergirse algo en uno mismo (de ahí lo del “reflejo”), aunque el escaparate sea colectivo y esté a la vista de cualquiera.

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    1. Un placer verte por aquí de nuevo Boni.
      Yo no es que tenga en mucha consideración a las musas, sí a los mitos griegos. El caso que la inspiración es algo que siempre te llega cuando estás trabajando, y no me refiero a vestido con el mono de trabajo, sino que uno tiene en mente una imagen, un deseo, un objetivo, y lo va pergueñando en su interior de tal manera que de pronto, ¡zas!, se completa, y entonces damos en llamarle de alguna manera y nos viene bien eso de la "inspiración", dicho todo esto grosso modo.
      Abrazo

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  4. Me fascinó esta obra, porque amén de todas las consideraciones que nuestros sabios contertulios han tenido a bien verter, nos sitúa en la frontera entre dos épocas. Vienen bien remarcadas las dos épocas, el cambio de mentalidad que Zweig nos sugiere hasta en el ámbito crediticio. En los nuevos tiempos los negocios florecen con deuda, en lugar de con el ahorro. Una expansión más rápida y una mayor incertidumbre que choca con la lenta laboriosidad de antaño. Hay quien ve en esos ciclos de deuda, burbuja y eclosión de los excesos, no solamente un acontecimiento que se circunscribe al ámbito económico, sino que trasciende y precipita conflictos como las Guerras mundiales. Quería apuntar como economista, una reseña diferente a tu análisis literario estupendo. Zweig es un imprescindible. Más que un divulgador, un hombre complejo, lleno de contradicciones, pero que supo tomando la idea de Bonifacio, colocarse las gafas adecuadas, para comprender el final y el comienzo de otro periodo distinto de la historia.

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    1. Buena obra debe ser puesto que genera tan diversas reflexiones y controversias. Desde luego los tiempos han cambiado. Hoy en día no existe esa burguesía, ¿o sí? ¿hay posibilidad de que alguien tome el testigo de Zweig como cronista o es todo más difuso y difícil de atrapar?

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