Podemos aseverar que la música clásica ya no es lo que era. No podemos decir, sin embargo, que haya muerto. De hecho nunca hubo tantas orquestas como ahora, tantos músicos, tantos conciertos… Cierto que es el ámbito público el que mueve los hilos, pero es porque se ha convertido en un activo cultural de máxima importancia.
Supongamos que es lícita, e incluso conveniente, la comparación de la literatura con la música, en un tiempo en el que el entretenimiento que ofrecen experiencias como los videojuegos amenazan al libro en sí. Ya el cine y la televisión supusieron una gran amenaza, y sin embargo apreciamos que ambas industrias se sostienen gracias a las historias que proporcionan los libros.
Esta reflexión viene al hilo del presente libro de London, un pequeño compendio de relatos que tienen como nexo de unión su espíritu socialista. Uno de ellos, Los favoritos de Midas, me sorprendió sobremanera porque acababa de ver vía Netflix una curiosa serie protagonizada por Tosar. Resulta obvia la deuda de la serie con el relato de London, lo cual me sirve para aseverar que la literatura permanecerá siempre viva porque servirá de alimento de cualquier arte o entretenimiento que quiera inventar el hombre, de la misma manera que sobrevive la música clásica. Tanto la escritura como la disciplina musical son poderosos instrumentos al servicio del hombre.
Los favoritos de Midas es una crítica a los altos dirigentes de la industria y del capital, que pone en tela de juicio la justicia social de la acumulación de riquezas y poder.
El sueño de Debs es un curioso relato que podríamos definir como de ciencia-ficción, o de anticipación, en el cual se cuenta lo que pudiera suceder si se llevara a cabo con éxito una huelga general revolucionaria. La historia ha arrasado las utopías comunistas, pero como el hombre no se interesa mucho por la historia, no sería de extrañar que volvieran a repetirse.
La fuerza de los fuertes abre el compendio y es quizás el más flojo y extraño de todos los relatos. Parte del desarrollo de la civilización humana a partir de la división el trabajo. Se supone que fue una réplica a otro de Kipling en el que justificaba el capitalismo.
Al sur de la grieta describe de manera muy imaginativa las diferencias subyacentes entre la vida de los ricos y el proletariado, decantándose por esta última.
Un pedazo de carne y El mexicano no tienen nada que envidiar a esos relatos de boxeo que hacen las delicias de los lectores de Hemingway. Son los que más he disfrutado. El primero trata del último combate de un gran boxeador que ya es viejo para el oficio. Espectacular. El segundo trata de un hombre que lo da todo por la revolución, hasta el punto de ofrecer su propio pellejo a través del boxeo para conseguir dinero para mover la revolución en México. Otro relato de boxeo que indica los conocimientos de London acerca de dicho deporte, así como su maestría para la narración.
Sandel estaba dentro y fuera, aquí, allí y en todas partes, con sus pies ligeros y su corazón ávido, como una maravilla viviente de carne blanda y músculos tensos que se constituía en una deslumbrante fábrica de ataque, deslizándose y saltando como una lanzadera voladora, de una acción a otra, a lo largo de mil acciones distintas, centradas todas ellas en la destrucción de Tom King, quien se interponía entre él y la fortuna. Y Tomo King resistía pacientemente. Conocía su negocio y conocía a la juventud ahora que la juventud ya le había abandonado. No había nada que hacer hasta que el otro perdiera algo de su energía, pensaba, y sonrió para sus adentros cuando se agachó deliberadamente con objeto de recibir un fuerte golpe en la parte superior de la cabeza. Era una cosa ruin hacer eso, pero no estaba en contra de las reglas del boxeo. Se suponía que un hombre debía cuidar sus propios nudillos, y si insistía en golpear a su contrario en la parte superior de la cabeza, era cosa suya. King se podía haber agachado todavía más y eludir el golpe, pero recordaba sus primeros combates y cómo se había roto su primer nudillo en la cabeza del Terror de Gales. Se limitaba a cumplir las reglas del juego. Al agacharse Sandel había perdido uno de sus nudillos. No es que le importar mucho a Sandel ahora. Seguiría peleando, soberbiamente despreocupado, golpeando más fuerte que nunca en el combate. Pero más adelante, cuando comenzara a resentir las largas batallas del ring, echaría a faltar aquel nudillo y miraría hacia atrás y recordaría cómo lo había aplastado en la cabeza de Tom King.
Por último, una serie de anexos que vienen a ser ensayos, redondean su espíritu socialista al tiempo que individualista. Son tres, Lo que la vida significa para mí, La dimisión de London y Cómo me hice socialista. No hay que pensar que London fuera un pensador inocente. De hecho London evolucionó en sus teorías a lo largo de su vida, y precisamente es esa trayectoria la que hay que valorar. Cierto que apenas vivió 40 vertiginosos años y que no experimentó el poso de la vejez. Muy a menudo London reflexiona sobre la fuerza y la debilidad, ya sea en los puños de un boxeador o en los brazos de un trabajador cualquiera.
Eso sucedía porque yo mismo era fuerte. Por fuerte quiero decir que tenía buena salud y fuertes músculos, posesiones ambas fácilmente comprobables. En mi niñez había vivido en las haciendas de California, en mi adolescencia repartiendo diarios en las calles de una saludable ciudad del oeste, y en mi juventud, en las aguas caras de ozono de la bahía de San Francisco y del Océano Pacífico. Me gustaba la vida al aire libre y trabajaba a cielo abierto en los trabajos más duros. Sin aprender ninguna profesión, pero deslizándome de ocupación en ocupación, observé el mundo y lo consideré bueno, hasta en lo más insignificante. Permítanme repetir: ese optimismo se debía a que yo me sentía sano y fuerte, sin preocupaciones ni debilidades, nunca rechazado por el patrón porque pareciera incapaz, siempre apto para encontrar un trabajo como paleador de carbón, como marinero, o un trabajo manual.
A causa de todo esto, exultante con mis pocos años, capaz de mantenerme firme en el trabajo o en la lucha, era un individualista desenfrenado. Era muy natural. Era un triunfador.
...En cuanto a los desafortunados, los enfermos, los achacosos, los viejos y mutilados, debo confesar que había pensado muy poco en ellos, excepto que vagamente sentía que, fuera de los accidentes, podían ser tan buenos como yo si lo deseaban con verdadero ahínco y trabajaban igualmente bien.
Supongo que hoy ha dejado de considerarse a London un escritor menor. Durante mucho tiempo fue así. También hay quien lo rechaza por sus ideas políticas. A mí desde luego que me fascina su legado. Cada uno de sus libros es entretenido al par que vía para la reflexión. London es un escritor total, un hombre enorme que luchó, durante su corta vida, con una energía pocas veces vista, y lo hizo siempre con pundonor.
No he leído nada de Jack London, pero vi "Los favoritos de Midas" y supe que estaba basada en un relato suyo que tengo intención de leer. Me pareció una buena serie, muy inquietante.
ResponderEliminarEl capitalismo se lo ha ido comiendo todo y ahora, todo responde a sus leyes y exigencias. Todo es capitalismo. hasta en los países socialistas todo era capitalismo, solo que el capitalista era el estado y sus representantes. El socialismo creo que es una teoría muy válida. Lo malo es que cada vez que se pone en práctica termina dándose de morros con la naturaleza humana que es egoísta y poco solidaria.
Un beso.
El relato es una bagatela de unas pocas páginas. Obviamente los guionistas le dieron unas cuantas vueltas de tuerca.
EliminarComo bien dices, la naturaleza humana... London era un individualista convencido. De hecho cayó en cierto desencanto en las últimas etapas de su vida. Yo creo que los intelectuales no suelen tener una ideología política muy marcada, e imagino que London, como intelectual hecho a sí mismo que era, si hubiera tenido una vida más larga hubiera redondeado su filosofía en escritos igual de fantásticos.
Con respecto a leer a London, sin necesidad de recomendártelo, yo iré leyendo todo lo suyo. A mí me divierte mucho.
Besos